Por. A. Darío Lara
El
tercer centenario del nacimiento de Pierre Bouguer (1698-1998), en El Croisic,
Bretaña, dio a la prensa del Ecuador, de Francia y con mayor razón a la prensa
bretona, una ocasión para evocar a tan célebre científico que, sin embargo, permanece
aún bastante desconocido. Se organizaron varios programas, se multiplicaron
publicaciones y coloquios, de los que mencionaré en particular: “La Jornada de
estudio sobre la vida y obra de Pierre Bouguer”, el sábado 9 de mayo de 1998,
en Pont-aux Rocs, El Croisic. Tuve el honor de participar con una comunicación
en francés, sobre “La naturaleza y el hombre ecuatoriano vistos por Pierre
Bouguer”; el 6 y 7 de junio del mismo año, en el coloquio internacional en la Universidad
de Nantes, acerca de “La Ciencia en el siglo XVIII”; y, seguramente el más
importante, el 16 de junio de 1998, en el palacio del Instituto de Francia, la
Academia de Ciencias organizó un coloquio sobre Pierre Bouguer, en el que
participaron científicos franceses y extranjeros de altísima calidad.
Para
todas estas actividades del tricentenario, se había organizado en El Croisic el
“Comité PIERRE BOUGUER”, formado por personalidades de Francia y otros países.
La Presidencia de dicho Comité estuvo animada por la distinguida dama de alta
inteligencia y extraordinario don de gentes, Ghislaine Chesnais, con la
colaboración de su distinguido esposo, el general de aviación en retiro, René
Chesnais.
No
voy aquí a enumerar los méritos, a ponderar la ciencia de Pierre Bouguer, sabio
en el más amplio sentido de la palabra, nacido el 10 de febrero de 1698. Su
padre, Jean-Baptiste fue el creador y director de la primera Escuela de
Hidrografía y ocupó tales funciones más de veinte años, bajo el reinado de Luis XIV. Fue, además, autor entre otros,
de tratados de navegación. Su hijo Pierre, que había estudiado en el colegio de
los Padres Jesuitas en la ciudad de Vannes, adolescente aún dio pruebas de una
personalidad sobresaliente, a tal punto que a la muerte de su padre, a la edad
de 15 años, abrigó su sucesión. En vista de sus extraordinarias capacidades, el
27 de junio de 1714, cuando contaba apenas 16 años, reemplazó a su padre como
“Profesor de hidrografía”. En tres ocasiones, de 1727 a 1731, fue laureado por
la Academia de Ciencias de París. “Genio en matemáticas”, astrónomo, marino,
geodésico, hidrógrafo, físico… Pierre
Bouguer es seguramente uno de los sabios más completos y brillantes no
solamente del siglo 18, sino de toda la historia científica de Francia y de
Europa. Sin embargo, ha sido poco estudiado y es más conocido por sus trabajos
científicos en los Estados Unidos de América, en el Canadá. Con razón ha sido llamado “el Pasca1 del
siglo 18" y, sin
duda, superó en conocimientos y en
realizaciones, por ejemplo en las ciencias de
la navegación, o como el "padre de la fonometría", al genial autor de
Las Provinciales, de Pensamientos.
Las
festividades del tricentenario tuvieron un remate de oro con la inauguración,
el domingo 27 de octubre de 1998, de la esbelta estatua de bronce, obra del maestro
Jean Fréour, en El Croisic, en una
plaza
frente al océano Atlántico, que Pierre Bouguer contemplará y evocará diariamente
en la larga travesía iniciada aquel mes
de mayo de 1735 hacia un mundo nuevo, a las tierras de la Real
Audiencia de Quito.
Gracias al Doctor Galo Galarza (ver anexo), nuestro
Ministro Encargado de Asuntos Culturales en la Embajada de París, el
Ecuador estuvo presente en dicha inauguración. Sus palabras pronunciadas
en tal ocasión y en que se refirió a los estrechos lazos que desde aquel siglo han contribuido
a la amistad franco-ecuatoriana, fueron recibidas con particular atención y
satisfacción por la selecta concurrencia a esa inauguración. Más aún; gracias a
la esforzada, permanente
insistencia de nuestro
destacado diplomático,
en estrecha colaboración con su
corresponsal en el Ministerio de Relaciones Exteriores de Quito, el doctor
Claude Lara Brozzesi, se logró que el Ecuador participara con una placa de bronce, la misma que se destaca en el mencionado
monumento (ver fotografía más abajo). En dicha placa se lee en francés el siguiente texto:
“EL
GOBIERNO Y
EL PUEBLO DEL
ECUADOR,
A LA MEMORIA DE
PIERRE BOUGUER
Y EN RAZÓN DEL
TERCER
CENTENARIO DE SU
NACIMIENTO:
ILUSTRE CIENTÍFICO
FRANCÉS
MIEMBRO DE LA
ACADEMLA
DE LAS CIENCIAS
DE PARÍS
Y DE LA MISIÓN
GEODÉSICA FRANCESA
VENIDA AL
ECUADOR
PARA MEDIR EL
ARCO DEL MERIDIANO
QUE
DETERMINÓ LA POSICIÓN
DEL ECUADOR
TERRESTRE.
MINISTERIO DE
RELACIONES EXTERIORES
DEL ECUADOR.
QUITO,
SEPTIEMBRE 1998".
El autor (centro), la Sra. Nicole de Lara (izq.), el Dr. Claude Lara (der.)
No es mi intención trazar en estas líneas la vida y la obra de Pierre Bouguer, tantas veces evocada en la celebración de este tercer centenario, sobre el que también creo me he extendido más de lo que deseaba. Mi propósito es referirme a un tema al que hasta hoy -que yo sepa- nadie lo ha mencionado, como tampoco de ninguno de los otros académicos: Godin, La Condamine, Jussieu, que formaron la Misión que llegó a Quito, en 1736. En este sentido, afirmo que Bouguer “es un desconocido”.
Durante
mi anterior estadía en Montreal (diciembre 1999-febrero 2000), he comprobado con enorme satisfacción que en las mismas fuentes
de consulta en la Biblioteca Nacional de París, Roland Lamontagne, Profesor de la
Facultad de Letras, Universidad de Montreal, ha encontrado los materiales para su corto, pero
valioso estudio: “La vie et l' œuvre
de Pierre Bouguer” (Presses Universitaires
de France-Presses de l'
Université de
Montréal 1964), estudio que viene a dar mayor peso a mis breves observaciones.
Naturalmente,
estas expresiones: "la
espiritualidad", "la religiosidad" de Pierre Bouguer, podrían
despertar las sonrisas de
quienes -mal informados- sacarán a relucir que los Académicos que llegaron a nuestro país fueron los
representantes de aquel "siglo de las luces", lo que para muchos
-peor informados- amalgaman con cierto espíritu "volteriano" y que hicieron de François-Marie Arouet (Voltaire)
el "ídolo de una burguesía anticlerical, corifeo de la incredulidad";
más aún, de la lucha contra la religión,
contra la Iglesia Católica, en particular. Si algunas de estas
características, en mucho menor grado, podríamos encontrar tal vez en La Condamine, al fin y al cabo amigo
y protegido de Voltaire, a quien debió el ser incluido en el grupo de los Geodésicos
que viajaron a Quito, muy diferente el caso de Pierre Bouguer. Nacido en la Bretaña,
poco o nada frecuentó los salones
parisienses
de su época, a los autores de la Enciclopedia. Estuvo muy ligado a su Bretaña natal
y, por lo mismo, más
cerca de sus costumbres, de sus
creencias, de
ese pueblo sencillo, austero, muy cristiano y que ha dado a las ciencias y a la religión personalidades
eminentes. Basta evocar aquí un nombre que para los ecuatorianos es como el
símbolo de esa Bretaña del siglo 18. Nacido a pocos kilómetros de El Croisic, en Ploemeur, el
9 de mayo de 1871, en una familia modesta y profundamente cristiana, estuvo
llamado a una misión excepcional
entre nosotros, como eminente maestro y brillante historiador. He mencionado al
ilustre jesuita Joseph-Marie
Le
Gouhir Raud, que españolizó su nombre y es conocido como el padre José María Le
Gouhir y Rodas.
Pero, dejando del lado consideraciones bastante conocidas o que podrían
discutirse, lo mejor será ofrecer algunos criterios, pensamientos del mismo Pierre Bouguer,
que dirán mejor cuales fueron sus sentimientos espirituales, religiosos. Desde
luego, será necesaria una explicación acerca de un término cuyo significado ha
evolucionado en el transcurso de
los siglos. Se trata del término conversión.
Como tantos otros de nuestro idioma viene del latín convertere. En los siglos 17
y 18 tenía más el significado de ahondamiento
en los valores religiosos, de perfeccionamiento
en la vida cristiana. Un segundo significado, más ligado con su etimología, por conversión se entiende: llevar a alguien a una creencia religiosa,
a cambiar de creencias, de opinión, de conducta, a pasar de la incredulidad a
una confesión religiosa, particularmente abandonar una religión por otra. Tales
fueron los casos, entre otros, de Pablo de Tarso en el camino de Damasco; de
Paul Claudel, en la catedral de Notre-Dame, en la noche de Navidad de 1886; del
mismo Pascal, cuando después de su "periodo mundano" de 1651 hasta la
noche del 23 de noviembre de 1654, "después de la noche de éxtasis místico",
decidió consagrarse a su
vida de fe, a la práctica religiosa. Casos análogos son numerosos en la historia
de las religiones.
El
ilustre dominicano padre Laberthonie, en su "Relation de la conversión et
de la mort de M. Bouguer, membre de l' Académie Royale des Sciences”, (París, 1784),
sugiere esta segunda acepción en el caso de Pierre Bouguer, cuando escribe:
"M.
Bouguer había leído el pro y el contra (se trata de la opinión acerca del libre
pensamiento), como hombre que profundiza y que no se contenta con palabras, había asistido muy
regularmente a las diferentes instrucciones
sobre
la Religión que yo había predicado en San Bartolomé, durante la Cuaresma de 1752;
pero esta persuasión, que viene de la gracia, no había acompañado sus lecturas;
él estaba conmovido, sin estar convencido,
porque su corazón temía la santa severidad de la Religión.,." (Obra
citada, página 121).
Sin
embargo, el mismo autor, pocas páginas después añade y, en cierto modo, se
refuta a sí mismo, cuando escribe:
"Alimentado
de textos bíblicos y apoyado en las obras de Pascal, Pierre Bouguer, en el umbral
de su muerte no ha vuelto a hallar la fe
(yo subrayo), porque
no más que Pascal no la había perdido;
imaginándose tal vez, aunque sin
razón, que yo le sospechaba de un
ateísmo o de epicureísmo.
Bouguer añadió con un poco de emoción que siempre había reconocido la
distinción esencial de lo justo y de lo injusto, la ley natural y el dogma de
una otra vida, en la que Dios hará justicia a los hombres, según sus obras…” (id, págs.92-93).
Ahora
bien, más explícitos y contundentes sobre el asunto son algunos textos del mismo Pierre Bouguer acerca de
sus convicciones religiosas y serán
para los lectores de más valor que las opiniones o escritos de otras
personas.
En
carta cuyo original se puede leer en la Biblioteca Nacional fechada en Quito el
10 de febrero de 1737, Pierre Bouguer escribe a un amigo:
"...
Sin cesar, yo añoro
aquellos paseos que hacíamos juntos, en los que procurábamos edificarnos
mutuamente por la sensatez (la sagesse) de nuestras conversaciones.
¡Cuántas veces hemos hablado de
la naturaleza del alma, de su inmortalidad, de su unión con el cuerpo; cuántas
veces hemos pasado de las maravillas
de nuestro pequeño mundo a las del grande y nos hemos
estimulado
recíprocamente a alabar a su Autor, a admirar su sabiduría, a reconocer su
soberano dominio!..."
Al
mismo destinatario escribe:
“...
Yo cuento acampar sobre una de las cumbres del Pichincha
(se lee Pichaincha), que es una montaña muy alta adyacente a la Ciudad (Quito); yo haré trasladar una
tienda y pasaré en esa
soledad con uno o dos domésticos, el mayor tiempo que podré para gozar de un
cielo sereno, hacer diferentes observaciones astronómicas y pensar en los asuntos de' mi salvación.
Aquel cielo material no debe hacernos olvidar al otro... ".
Creo
que estos textos, entre otros que podría añadir, son bastante significativos de
las convicciones religiosas de Pierre Bouguer. En
cambio, serán muy elocuentes los testimonios que acerca de su muerte nos
ofrecen dos autores, pues
seguramente los auténticos sentimientos
del alma humana se expresan sin ninguna hipocresía en la hora final de una
vida. Según las afirmaciones que nos ha dejado el Padre Pierre-Thomas Laberthonie
en la obra ya citada, confirmadas últimamente por el historiador Pierre de La
Condamine, la muerte de Pierre Bouguer fue la de un piadoso y auténtico cristiano. El
padre dominicano escribe:
“El
domingo víspera de la Asunción, el enfermo
fue administrado. Después de la prédica que le hizo su párroco, Bouguer dijo: Yo
creo con sencillez en las verdades
de la fe, deseo morir en
la fe de la Iglesia católica romana, yo pido a mi Dios aceptar el sacrificio que
le hago de mi vida, le ruego la gracia de una buena muerte; soy una cloaca de
iniquidades, pero deposito todo mi recurso en los méritos y la misericordia infinita de Jesucristo,
mi Salvador..."
El historiador Pierre de La Condamine
se ha ocupado también de los trabajos de la Misión Geodésica del siglo 18. En
ocasión de la inauguración de la exposición que la Alcaldía y la
"Sociedad de los Amigos de El Croisic" organizaron para conmemorar el
tricentenario del nacimiento de Pierre Bouguer, el distinguido historiador, el
13 de julio, en su conferencia: "Le Croisicais Pierre Bouguer et la Mission
au Pérou", se refirió al viaje, a los trabajos de los Académicos, sobre
las cumbres de la Cordillera". El nombre de este historiador nos evoca
precisamente el de Charles-Marie de La
Condamine, del que afirma "pertenezco a otra rama de la familia”, (Carta
al Embajador de Francia en Quito, Michel Perrin; 26 de octubre de 1985).
Al
final de su estudio, Pierre de La Condamine
termina
dándonos detalles, de la muerte de Pierre Bouguer. Recuerda que sus últimos
años residió en París y
añade:
"…
hacia el fin de su vida, cerca de la hora de la muerte, llamó al Padre
Laberthonie, célebre teólogo y predicador...
La conversación continuaba, cuando Bouguer de súbito, tocado por la gracia
prorrumpió: ¡ah, mi Padre!, nada es más cierto que no somos sino corrupción y pecado,
que por nosotros mismos somos indignos de presentarnos ante Dios... Sí, Él solo merece
nuestro amor y nosotros no amamos sino a nosotros mismos... Es mi corazón
más que mi espíritu que necesita ser curado…"
Algunas
frases de tan ilustre científico dejan pensar que acaso estuvo influido de: ciertos rezagos del quietismo
(o molinismo), aquella doctrina apoyada en estudios místicos del teólogo español Miguel Molinos
(1627-1696): doctrina que hacía consistir la perfección cristiana en el amor de Dios
y la quietud pasiva del alma. En Francia, figura central en la defensa de esta doctrina
fue Jeanne-Madrie Bouvier de La Motte (Madame Guyon, 1648-1717), con el apoyo
del célebre escritor y prelado François Fénelon. Cuando Roma condenó el quietismo,
Fénelon se sometió y se retiró a Cambrai, ciudad
de la que era el obispo.
Según
Pierre de La Condamine:
"El
domingo 13 de agosto de 1758, Pierre Bouguer recibió los últimos sacramentos de
manos del cura de Saint-Étienne-du-Mont, su parroquia; luego siguió atentamente las oraciones
de los agonizantes y, el
15 de agosto, hacia las cuatro de la mañana, expiró apaciblemente."
Difiere
en algo la relación que de la muerte de Pierre Bouguer nos ha dejado el Padre
Laberthonie, relación que el profesor Lamontagne reproduce en la obra, citada,
página 94, en estos términos:
"El
Señor Bouguer falleció el día de la Asunción, a las 3 horas de la mañana. Hasta
sus postreros momentos, estuvo enteramente ocupado de Jesucristo. La víspera, el
sacerdote, antes de
dejarle, le habló de la intercesión de los Santos, y en la ocasión de la fiesta
que la Iglesia iba a celebrar, le exhortó a recurrir a la protección de la
Santísima Virgen ante su Hijo con la oración que la Iglesia pone en labios de sus fieles. El señor Bouguer recitó
entonces con vigor sus palabras: Santa Maria, Mater Dei, ora pro nobis, etc.
..."
Gracias
a los breves textos que he presentado, creo suficientes para afirmarse en la
convicción de que este sabio eximio, como muchos que le precedieron o que
vendrán en siglos posteriores, más allá de las maravillas que encierra nuestro
universo, consideró que el destino final del hombre no se limita a descifrar sus maravillas y
sobrepasa a la brevedad de una vida terrenal. Científico, humanista, no cabe
duda que Pierre Bouguer, empapado en la obra de Pascal, debió alimentarse
también en otras fuentes, en sus más célebres predecesores. Por ejemplo, en Francis Bacon, el barón de Verulam (1561-1626).
Canciller de Jacques I° Stuart, pero, ante todo el científico, el filósofo, uno de 1os creadores del método experimental y de la teoría de la inducción;
en su siglo supo unir, de manera,
innovadora, el progreso humano y el avance del saber; el progreso de las ciencias y el
desarrollo de las concepciones espirituales. Pierre Bouguer seguramente frecuentó la
obra de este personaje que tanto influyó en su siglo y algunos pensamientos de
Bacon afirmaron sus convicciones religiosas; así estas palabras del filósofo
inglés:
“… Es
verdad que poca filosofía inclina al espíritu del hombre al ateísmo; pero una
filosofía profunda lleva a los espíritus de los hombre a la religión". (in Ensayo sobre el ateísmo).
Le
Chêne aux Dames
(junio 2000)
Publicado en
PODIUM, REVISTA DE LA UEES N°9-10 Samborondón, Guayas, Ecuador. Julio 2007;
págs. 92-96.
En internet (Revista Podium n.9, Universidad de Especialidades Espíritu Santo)
Para
nuestros lectores, transcribimos el discurso del Ministro Galo Galarza, pronunciado
el 25 de septiembre de 1998, en Le Croisic y publicado en le revista France-Ecuador,
science et culture, n°3, Alianza Française de Quito, 2000; págs. 22-29.
ANEXO:
LAS RELACIONES CULTURALES DE ECUADOR Y FRANCIA
Vaya, en primer término, mi
agradecimiento y mi felicitación para los organizadores de esta jornada en
homenaje a Pierre Bouguer y particularmente, a la Presidenta del Comité, señora
Ghislaine Chesnais, cuyo esfuerzo y dedicación han sido definitivos para la
culminación exitosa de cada uno de los actos programados. Uno de los hijos más
ilustres y brillantes de esta tierra tenía merecido este justo y necesario
reconocimiento, cuando se cumplen los trescientos años de su nacimiento.
Bouguer ha sido llamado con razón el Pascal de su época, por su extraordinaria dedicación a la ciencia y por sus aportes sustanciales que han sido reconocidos y valorados en el coloquio que se organizó
en la Academia de Ciencias y en otras conferencias presentadas en esta misma
ciudad de Le Croisic.
El historiador ecuatoriano Dr. Darío Lara brindó, dentro del ciclo de conferencias sobre tan importante científico
francés, una excelente charla titulada: “Los hombres y la naturaleza del Ecuador vistos por Pierre Bouguer” que representa el marco más apropiado para destacar las relaciones de nuestros dos pueblos a la largo de la historia.
El Señor Embajador Juan Cueva, con la versación y el conocimiento que le caracterizan, tratará de los vínculos políticos y económicos que unen al Ecuador y a Francia.
En lo que a mi tema corresponde, puedo agregar que la relación cultural entre Ecuador y Francia es una relación tan antigua como nuestra misma existencia como país independiente. El propio impulso para alcanzar esa independencia, precisamente, podemos encontrarlo -sin temor a equivocarnos-en una matriz cultural de Francia, en una chispa de
Literatura y Libertad: las ideas que nutrieron a personajes como Eugenio Espejo o José Mejía Lequerica y al mismo Bolívar, están en textos de autores franceses traídos a América como especies de contrabando, como especies prohibidas. Quienes traían estos libros a América eran curiosamente sacerdotes españoles y criollos que tenían contacto con Europa. El escritor mexicano Carlos Fuentes, en su libro El espejo enterrado, dice que Voltaire se habría arrepentido de hablar tan mal de los jesuitas si hubiera sabido que serían ellos los que traían sus libros al nuevo continente.
Ya desde entonces y más cuando logramos la independencia política de España: Francia y sus ideas, Francia y sus escritores, Francia y sus artistas, Francia
y sus luces se han convertido en un foco de atracción y referencia obligatoria para los escritores y hombres de cultura de la nueva República, cuyo mismo nombre: Ecuador, fue adoptado, como se sabe, a partir de las cartas de los científicos franceses que llegaron en la expedición, en la cual participó Pierre Bouguer. Quizás, fue un reconocimiento que hacía el antiguo territorio de Quito al gesto de los científicos franceses, de haber escogido a nuestro país como el lugar donde realizarían su estudio, partiendo del supuesto confirmado -en el terreno de los hechos-
de que era el país de mayor desarrollo o, como se decía entonces, de más
alto “grado de civilización” de cuantos estaban para esa época atravesados por
la línea equinoccial. Quién sabe si no fue el propio Bouguer el autor
intelectual de esa idea, la de llamar Ecuador al territorio que tanta acogida
le dio en su viaje a América. O de La Condamine. O de Senièrgue. O de Godin. O
de Hugot. Todos ellos, de alguna manera, enamorados de esa nueva y bullente
tierra a la que veían y eran vistos con ojos azorados, en un mutuo
descubrimiento. En un verdadero segundo descubrimiento.
“Llegando a lo alto de la cuesta -cuenta
La Condamine en su diario de viaje- me sobrecogió extrañeza, la mezcla con
admiración ante el aspecto de un largo valle de cinco a seis leguas de ancho,
entrecortado por arroyos que se juntaban para formar un río. Hasta donde podía
alcanzar la vista, veía campos cultivados, diversificados en llanuras y
praderas; colinas de verdura, pueblos, aldeas rodeadas de setos vivos y
jardinillos; la ciudad de Quito, en lontananza, contemplaba esta amena
perspectiva. Me creí transportado a una de nuestras más bellas provincias de
Francia… cada momento aumentaba mi sorpresa: ví, por primera vez, flores, botones y frutos en
pleno campo en todos los árboles; ví sembrar, arar y cosechar en un mismo día y
en un mismo lugar… Por fin, el 10 de junio de 1736, trece meses después de
nuestra partida de Francia, nos encontramos reunidos en Quito, célebre ciudad
de dominio español en la América meridional, capital de una extensa provincia
con el título de reino, sede de un Obispado, de una Audiencia real o Parlamento
y de diversos tribunales; adornada por gran número de iglesias y conventos, dos
colegios para la instrucción de la juventud y, notable singularidad, dos
universidades.”
Bouguer
tiene expresiones parecidas en su diario de viaje, que fueron mencionadas en la
conferencia del Dr. Darío Lara.
El historiador
Federico González Suárez cuenta que cuando llegaron los sabios franceses fue
“como un día de fiesta pública… Quito, ciudad hospitalaria, se tuvo por muy
honrada con la presencia de tan ilustres huéspedes… Aquello fue como un culto
de admiración tributado a la ciencia, en la persona de los académicos.”
Y Alejandro Carrión, otro escritor e
historiador ecuatoriano, dice: “Quito entonces solamente sabía de España, toda
su vida había sido España… con la llegada de la Misión. Quito descubrió Europa.
Los sabios no eran únicamente sabios y por tanto su actuación no se
circunscribió a la medición del arco del meridiano. Los sabios eran europeos,
hijos de Francia, la flor de Europa y Francia vino con ellos. Nuestra ciudad
tenía una sociedad culta que abalanzó a Francia que llegaba. Los sabios traían
París consigo. Todos fueron a copiar sus trajes, a compartir sus vinos, a
ensayar con su cocinero los nuevos manjares. Los mozos quisieron practicar los
nuevos bailes y las delicadas manos de las
marquesitas ensayaron, de oído, sus compases en los teclados de los clavecines.
Y mientras estas delicadezas florecían, distintamente, desde el equipaje fluían
las voces de Voltaire y Rousseau profiriendo las grandes palabras: Patria y
Libertad”.
Cuando Bouguer visitó
nuestro país, Quito era un centro cultural y académico importante dentro de los
países americanos, tenía ya universidades y colegios, como observa La
Condamine; se trabajaba en varias imprentas; se desarrolló una magnífica
escuela de pintura e imaginería; y los edificios e iglesias levantados con
primor hicieron de la ciudad uno de los más bellos rincones de América. Esas
edificaciones sirvieron, precisamente, para que la UNESCO, muchos siglos
después, declarara a Quito como Patrimonio Cultural de la Humanidad.
Tal era la fascinación que Francia
ejercía, por otra parte, sobre nuestras élites y hombres de cultura que años
más tarde un Presidente que se había formado en París se desesperó para que
Napoleón III nos acoja como Protectorado; y las grandes fortunas que se fueron
haciendo en la costa ecuatoriana con las exportaciones del cacao y otras
especies tropicales se vinieron, precisamente, a dilapidar en París (es curioso
encontrar ahora mausoleos en el cementerio del Père Lachaise de algunas de esas
familias) ¡y es cierto! que un grupo de escritores soñó en el “spleen” y otras
flores del mal y adoptó las poses y defectos de los poetas parisinos llamados
“malditos”. Y es cierto que unos pocos hombres y mujeres del Ecuador no
podían vestirse ni saborear un vino si
esas ropas y licores no habían llegado con el timbre de París. Pero a parte de
este esnobismo político y humano, de
esta exagerada y distorsionada admiración, la influencia de la cultura francesa
fue más profunda. Dio a muchos de los hombres y mujeres de nuestros países una
forma y un método más sólido y científico de ver el mundo, sin empirismos ni esoterismos, sin
melancolías religiosas o banalidades mundanas. El racionalismo francés fue
clave para que aprendamos a interpretar y cambiar el mundo. Los ejemplos de
libertad brindados durante la revolución francesa y en otras gestas históricas.
La grandeza napoleónica. La profundidad del pensamiento y la rectitud de la
vida de Víctor Hugo o Zolá; el talento narrativo de Balzac o Flaubert; las
ideas sobre la existencia de Camus y Sartre; los aportes plásticos y estéticos
de los cubistas y surrealistas. Los adelantos científicos y técnicos, el amor
por la cultura y el arte, por mencionar ejemplos aislados y distantes, han
hecho que Francia sea siempre una referencia importante en la vida cultural de
nuestro país y su ejemplo sea seguido y emulado por las mentes más brillantes
de nuestro pueblo.
No
habríamos podido estar completos los ecuatorianos y creo que los ciudadanos del
mundo, de no habernos nutrido, en algún momento de nuestras vidas, de la
cultura francesa, cimentada a lo largo de la historia por grandes logros y
conquistas. Y, hasta me atrevo a pensar que ese aporte de la cultura francesa
ha sido una especia de dique que ha impedido que otro tipo de cultura más
masiva y arrogante, más superficial y avasalladora, acabe de absorbernos en
este fin de siglo, dentro de la llamada “era de la globalización”.
El
gran poeta ecuatoriano Jorge Carrera Andrade, quien fuera Embajador en Francia por algunos períodos decía refiriéndose a esa
gratitud:
“Como se ve, mi
deuda a Francia es inmensa. En los escritores franceses del siglo XIX aprendí
el impulso generoso hacia el pueblo, el buceo de las profundidades
espirituales, el respeto a la conciencia insobornable. Luego, Baudelaire, en la
extraña compañía de Francis Jammes, Rimbaud al lado de Jules Renard, vinieron a
visitarme y dejaron sus huellas en mi poesía. Huéspedes tan dispares, ellos
encarnaban sin embargo mis preocupaciones de esos tiempos, las oscilaciones de
mi corazón entre la vida campesina y el supremo refinamiento de las ciudades más
cosmopolitas, entre la simplicidad rural y el complicado universo… No me
sorprendió el espectáculo del Arco del Triunfo o de la Torre Eiffel, pues ya
los había visto en mis sueños sudamericanos, como había presentido igualmente a
Apollinaire, a Cedras, a los poetas unanimistas, a Valéry.”
La amistad de nuestros dos países tiene
hermosos símbolos que vale pena mencionar. Juan Montalvo,
el más grande escritor ecuatoriano del siglo XIX, quien vivió y murió en París,
en cuanto llegó a Francia visitó al gran poeta Lamartine, quien pasaba por una
difícil situación, para proponerle que viaje como su invitado al Ecuador:
“Subiríamos al Chimborazo -le dice- desde la cima de los Andes arrojaría una
mirada inmensa sobre esa América inmensa. Descenderíamos por el otro lado y
luego nos encontraríamos en medio de esas llanuras, en donde tiembla la verde
espiga. ¿Ve esos ancianos sauces que inclinan sus viejas cabezas, ya de un
lado, ya de otro? Yo tengo allí flores y laureles para ofrecer a mi gran
huésped…” Y Lamartine agradecido contestó: “He leído estas líneas y he amado la
mano extranjera que las ha escrito”.
Lamartine no
pudo viajar al Ecuador pero sí lo hizo unos años más tarde el poeta Henri
Michaux invitado por otro escritor ecuatoriano, el
poeta Alfredo Gangotena. Del viaje de Michaux quedó un hermoso y enigmático
libro titulado Ecuador, en el cual se
pueden leer frases que son, de alguna forma, la imagen de lo que representa y
motiva, una visita de un hombre de cultura francesa a nuestro país: “Quien
no ame las nubes que no venga al
Ecuador”, escribe Michaux, y en otro pasaje grita: “Ecuador, Ecuador, ¡las
veces que he pensado mal de ti! Sin embargo, cuando estamos a punto de irnos… y
retornamos a caballo a la hacienda bajo un claro de luna como hago esta noche
(acá las noches siempre son claras, sin bochorno, buenas para el viaje), con el
Cotopaxi a mi espalda, que es rosáceo a las seis y media y masa sombría a esta
hora… Ecuador… tú eres un país adorable.”
Y bajándonos un poco de las nubes de
Michaux y mirando el terreno de lo práctico, debemos anotar que el Ecuador y
Francia han firmado convenios de cooperación cultural y técnica por medio de
los cuales se comprometen a reconocer sus títulos académicos, intercambiar
misiones culturales y científicas, presentar muestras artísticas. Cada dos años
debe reunirse una Comisión Mixta que tiene como objetivo revisar los programas
de intercambio cultural.
Precisamente
tuve el honor de participar en la última de ellas que se reunió en París y
abordó un interesante plan de trabajo. Cada cierto tiempo se presentan jornadas
culturales de ambos países en las dos capitales y allí se puede apreciar lo
mejor de la cinematografía, del teatro, de la danza, de la literatura. Este año
presentamos nosotros en París, a lo largo de dos meses muestras de fotografía,
pintura, cine, danza, teatro, libros y revistas, reflexiones sobre la
literatura, presentación de libros traducidos. Cientos de franceses visitan
cada año las regiones que vieron Bouguer y sus compañeros de ruta así como las
nubes y volcanes que marearon a Michaux.
Ya no se necesita casi un año de viaje
para llegar desde París a Quito. En apenas nueve o diez horas de vuelo se puede
apreciar el mismo paisaje que dejó azorado a La Condamine. Decenas de
ecuatorianos llegan también a Francia a proseguir sus estudios o a nutrirse de
los centros de arte y cultura. Nuestra relación cultural ha crecido
inmensamente pero todavía falta por crecer y aproximarse.
Todavía ciertos sectores de la prensa
ignoran o pretenden ignorar lo que ocurre en nuestros países y sólo presentan
los aspectos negativos o sensacionalistas.
Confunden los
lugares geográficos y creen todavía que Quito está en el Perú o en Bolivia. Y
del otro lado piensan que en Francia es únicamente la selección de fútbol o un
paraje donde se levantara la Torre Eiffel. Si Pierre Bouguer pudiera leer ahora
uno de esos prestigiosos diarios o escuchar uno de esos noticieros televisados
no podría sino indignarse y censurar esta superficial manera de mirar las
cosas. Por fortuna hay gente como ustedes, gente maravillosa que sigue
cultivando esa amistad eterna, hoy recogida de la manera más simbólica en la
figura de Pierre Bouguer.
Con
las muestras de artesanía, fotografía y pintura que ustedes han apreciado a lo
largo de esta semana, el Ecuador ha podido, al cabo de trescientos años, llegar
hasta estas bellísimas tierras de Bretaña.
Hay proyectos interesantes que están en
marcha y que debemos seguir apoyando, esos son el viaje de algunos de ustedes
al Ecuador el próximo año, en busca de los
caminos de Bouguer; la donación al Ecuador de una copia del hermoso monumento a
Pierre Bouguer realizado por Jean Fréour; y el hermanamiento de las ciudades de
Manta y Le Croisic propuesto por el Dr. Darío Lara en su última conferencia. La
Embajada del Ecuador está dirigida por un hombre que ama la cultura y que, por
supuesto, es un gran amigo de Francia.
Estoy
seguro por ello, que estos y otros proyectos podrán llegar a buen puerto.
Gracias
a todos, particularmente a Pierre y Magali Moisant, quienes me han brindado su
generosa hospitalidad y a ustedes que han venido esta noche a escuchar esta
conferencia.
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