Por Catherine Lara (2007)
INTRODUCCIÓN
La arqueología se ha caracterizado por mucho tiempo por su búsqueda de metodologías provenientes de otras disciplinas pero aplicadas a su propio campo de estudio. Con la corriente de la “Nueva arqueología”, se buscó sin embargo dar a este campo de estudio una metodología propia, enlazada a las demás ciencias, desde luego, pero netamente orientada hacia las problemáticas propiamente arqueológicas. Dentro de este contexto, se fueron poco a poco perfilando técnicas de investigación previas a la excavación, y orientadas hacia una optimización de la misma, tales como las del reconocimiento arqueológico. En este sentido, se considera que el estudio de Gordon Willey en el valle de Virú sobre patrones de asentamiento es el primero en haber incorporado una fase de reconocimiento arqueológico dentro de su programa de investigación (Ammerman, 1991: 65).
El reconocimiento arqueológico consiste en la exploración del terreno, búsqueda y registro de los sitios arqueológicos, dentro de un objetivo preciso. A su vez, el sitio arqueológico se caracteriza como espacio de concentración de material arqueológico. Las características del mismo son definidas por el tipo de material cultural encontrado y su relación con el entorno (Binford, 1964: 431).
El reconocimiento arqueológico tiene luego un papel fundamental en la investigación arqueológica, quizá más que la excavación en sí (Ammerman, 1991: 64). El diseño de la fase de reconocimiento arqueológico implica la búsqueda de técnicas que permitan extraer información sobre un sitio de forma eficiente, teniendo en cuenta la naturaleza de la investigación que se piensa llevar a cabo (Schiffer y otros, 1978: 3).
Otros autores perciben el reconocimiento arqueológico desde una perspectiva más general, como método de recolección de datos. Para Ruppe, existe así una distinción entre survey y reconocimiento (en castellano), siendo el survey caracterizado por un acercamiento más crítico como fase de exploración preliminar. Según el mismo autor, el survey provee al investigador una idea del tipo de material con que va a trabajar, de tal manera a contar con una base que le permita plantear una serie de hipótesis acerca de las culturas asociadas a estos materiales (Ruppe, 1966: 313).
Por razones prácticas, hablaremos aquí de reconocimiento, pero en el sentido de survey planteado por Ruppe.
De cara a la importancia que esta técnica ha ido cobrando en la investigación arqueológica, y a sus múltiples beneficios, el siguiente trabajo se propone precisamente esbozar un bosquejo del reconocimiento arqueológico, al presentar cuáles son sus parámetros teóricos por un lado, sus modalidades y sus técnicas por otro, y por último, su aplicación.
EL RECONOCIMIENTO ARQUEOLÓGICO COMO METODOLOGÍA DE INVESTIGACIÓN
Los objetivos principales del reconocimiento arqueológico son principalmente localizar los espacios “vacíos” arqueológicamente hablando, de manera a identificar las diferentes estrategias de ocupación del entorno y demás datos arqueológicos (Demoule, 2005: 44-45). Según algunos investigadores, el reconocimiento inclusive podría ser una técnica que podría llegar a desarrollarse independientemente de la excavación, proceso mucho más complejo a nivel logístico y económico (Renfrew y Bahn, 1996: 70). Por otra parte, la implementación de un muestreo gracias al estudio llevado a cabo durante el reconocimiento arqueológico es mucho menos destructiva para el registro que una excavación general (Drennan, 1996: 81, Burger y otros, 2002-2004: 480), y más enriquecedora, ya que implica un estudio más profundo de la información seleccionada (Drennan, 1996: 81). Además, el reconocimiento permite evaluar de forma más acuciosa qué sitios merecen o no ser estudiados o excavados (Ruppe, 1966: 313). De hecho, como bien lo recuerda Schiffer:
En nuestro criterio, el reconocimiento arqueológico es la aplicación de un conjunto de técnicas usadas para diversificar las probabilidades de descubrimiento de materiales arqueológicos de cara a evaluar los parámetros del registro arqueológico a nivel regional (Schiffer et al., 1978: 1, mi traducción).
El horizonte de posibilidades abierto por las técnicas de reconocimiento arqueológico implicó muy pronto mayores estudios que permitieron perfeccionarlas, lo cual permitió a los investigadores concentrarse más particularmente en el cariz antropológico de los hallazgos.
Perspectiva teórica del reconocimiento arqueológico
Un sistema cultural es un conjunto de articulaciones constantes o cíclicamente recurrentes entre medios sociales, tecnológicos, ideológicos, extrasomáticos y adaptativos dentro una población humana (Binford, 1964: 425, mi traducción).
Según el mismo Binford, el registro arqueológico refleja este sistema cultural y la diversidad de sus componentes, a través del criterio de variabilidad. En este sentido, el registro arqueológico se presenta de cierta manera como el fósil de este sistema, y es precisamente el objetivo de la investigación arqueológica el definir la estructura del sistema, estableciendo correlaciones, búsqueda que se da ya desde la etapa del reconocimiento. Existen diferentes formas de evidenciar estas correlaciones, por lo cual la colaboración entre arqueólogos y antropólogos es de lo más enriquecedora dentro de este objetivo preciso. Desde esta perspectiva, Binford subraya la importancia de desarrollar una metodología que permita implementar un trabajo de campo que responda a las perspectivas teóricas de un proyecto determinado. Es por lo tanto necesario tener claro de antemano lo que se pretende buscar en el campo (idem: 426).
Estamos ahora en medida de definir a la arqueología como el estudio de las interrelaciones y transformaciones de los artefactos respecto a sus dimensiones formales, temporales y espaciales (Spaulding citado por Binford, 1964: 430, mi traducción).
Es la investigación de campo en conjunto la que permite definir estos atributos formales y espaciales, de acuerdo a diferentes técnicas. Una de ellas es la elaboración de “features” o
(…) unidades ligadas pero cualitativamente aisladas que dan cuenta de una asociación estructural entre dos o más elementos culturales y de tipos de matrices compuestas no recuperables (Binford, 1964: 431, mi traducción).
Desde esta perspectiva, el investigador decide qué atributos culturales serán relevantes o no en su investigación, por lo cual el muestreo cumple una función esencial, ya que evidencia la variabilidad existente en la clase de “features”, el contenido y la estructura de su población.
En resumen, una teoría nos proporciona un marco básico en el que manejar nuestra metodología y determinar los métodos y técnicas reales de recogida, ordenación e interpretación de datos que vamos a utilizar. Una teoría tiene poco valor si no dirige, guía y es modificada por el trabajo práctico y enfrentada a los daros empíricos (…) El trabajo de campo arqueológico es un ejercicio intelectual desde el principio hasta el fin, y en el proceso hay que registrar los restos arqueológicos y sus contextos. Estas anotaciones o registros deben ser minuciosas y completas, pero no son otra cosa que eslabones en una cadena de juicios y decisiones consistentes y rigurosamente puestos en práctica. La importancia y el desarrollo de los registros dependen por tanto, de los estudiosos, no de anotaciones imparciales, y los hechos que denuncian no hablan por sí mismos (Chang, 1967: 138-139).
Razón por la cual es de suma importancia formular las preguntas de investigación que el arqueólogo se propone resolver, antes de pensar en cualquier tipo de trabajo de campo. Estas preguntas son las que, en último término, orientarán al investigador hacia la definición de las diferentes funciones y relaciones entre los elementos naturales y culturales de un sitio, así como de modelos interpretativos acerca de la densidad poblacional, la ocupación del espacio, el potencial arqueológico o el alcance urbanístico por ejemplo (Ammerman, 1991).
Existen diferentes propuestas teóricas que fueron diseñadas para encauzar al investigador hacia el descubrimiento de las variables naturales y culturales susceptibles de ser tomadas en cuenta en su estudio. Estas propuestas se basan en la predicción de posibles comportamientos adaptativos que se puede esperar encontrar en las culturas arqueológicas (Johnson, 1977: 479). Permiten al investigador guiarse en lo que se refiere a las respuestas al entorno; las investigaciones arqueológicas permitirán luego establecer las implicaciones o causas culturales implicadas por estos patrones adaptativos.
Uno de estos modelos propone por ejemplo que los patrones de dispersión espacial de los asentamientos responden a factores de minimización, maximización u optimización de ciertas variables (idem), elemento que puede servir como herramienta para definir los lugares susceptibles de contar con sitios arqueológicos.
Existen también modelos de interacción y distancia, tales como el modelo geográfico de gravedad, el cual proyecta la interacción posible existente entre diferentes sitios, de acuerdo a su tamaño y a la distancia que los separa, así como al gasto energético implicado por los desplazamientos hechos del uno al otro. Johnson sugiere además que en áreas aisladas, se debería esperar una mayor homogeneidad de actividades (ibidem: 481). Otro modelo, el de la “teoría de la plaza central”, establece que existe una jerarquía en la distribución espacial de los sitios, definida por la funcionalidad de cada uno de ellos dentro de esta estructura geográfica. Este tipo de modelo fue profundizado a través de hipótesis tales como la ley de Zipf, la misma que grafica la repartición de los sitos arqueológicos de acuerdo al nivel de complejidad política alcanzado por el sistema en que se hallan. Este modelo fue asimismo aplicado al sitio de Uruk (Mesopotamia) (Johnson, 1977: 499).
Cabe de hecho resaltar que la aplicación de este tipo de modelos requiere la integración de los parámetros de investigación, tanto teóricos como los que responden a las características físicas del entorno: estas variables no deben ser tratadas independientemente, sino dentro de un mismo marco de investigación correspondiente a objetivos precisos (Tartaron, 2003: 20). Estos parámetros son recogidos de manera metodológica, tal como se verá a continuación.
Etapas del reconocimiento arqueológico
Según Schiffer, el diseño de la investigación consta por lo demás de tres etapas específicas, cada una caracterizada por objetivos y metodologías precisas: el estudio preliminar, el reconocimiento y el reconocimiento intensivo. Estas etapas podrían ser percibidas como el cariz práctico de la base teórica mencionada anteriormente, y dentro de la metodología de investigación propia al reconocimiento arqueológico.
El estudio preliminar incluye una exploración histórica y ecológica del sitio, así como una proyección de las posibles técnicas que permitirán el sondeo arqueológico. De hecho, toda exploración requiere una investigación bibliográfica previa, mediante la cual el arqueólogo se familiariza con el sitio a través de todos los documentos ya disponibles sobre el lugar. Estos documentos pueden ser gráficos, fotográficos, textos actuales o manuscritos antiguos, colecciones de materiales ya encontrados en la zona, etc. Desde esta perspectiva, la búsqueda bibliográfica y en archivos es fundamental dentro de esta etapa preparatoria del proyecto arqueológico. Los archivos pueden ser privados o públicos (catastros, etc.). A nivel de la bibliografía arqueológica, es asimismo necesario informarse acerca de los trabajos arqueológicos ya hechos en el área de estudio por parte de diferentes investigadores (Demoule, 2005: 42). Al cabo de esta primera etapa, el investigador tiene ya un conocimiento de la historia del sitio, así como del tipo de material arqueológico que puede esperar encontrar. De esta manera, salen a relucir las posibles problemáticas de investigación y la naturaleza de eventuales estudios interdisciplinarios que podrían ser llevados a cabo en este sentido. A nivel más práctico, esta primera fase de la investigación pone asimismo de relieve criterios necesarios a la organización logística del proyecto (Schiffer et al.,1978: 16).
Por otro lado, existen diferentes parámetros del medio que ameritan ser tomados en cuenta de cara a la investigación. De entrada, todo proyecto requiere una definición clara de los límites de la zona a investigar. Éstos pueden ser naturales, culturales o arbitrarios (es decir, depender del marco teórico de la investigación) (Renfrew y Bahn, 1996: 70). El piso ecológico en que se trabaja (árido o selva por ejemplo), tiene además implicaciones decisivas en el grado de dificultad del trabajo, así como en la conservación de las estructuras arqueológicas, por lo cual es un criterio que cabe no perder de vista (idem: 74). Estos parámetros (o características del área de estudio), facilitan efectivamente la definición de las relaciones existentes entre los artefactos y el medio, lo cual cobra toda su importancia en lo que se refiere a la interpretación de los hallazgos a nivel teórico (Schiffer y otros, 1978: 3).
Schiffer es uno de los arqueólogos quienes más se han concentrado en el estudio de la conservación de los sitios, y de las consecuencias de la intervención del arqueólogo sobre los mismos. Según Schiffer, existen dos tipos de factores característicos de los sitios y de la investigación, los mismos que deben ser tomados en cuenta dentro del proyecto. El primero se refiere a aquellas propiedades del sitio y del registro que no dependen del investigador, mientras que el segundo alude a las técnicas y estrategias por él desplegadas frente al manejo de los datos (Schiffer y otros, 1978: 4). Los parámetros del primer factor incluyen la abundancia del material, su relevancia y la accesibilidad al sitio.
La abundancia del material se refiere a su densidad dentro de un sitio determinado. Su “relevancia” consiste en el hecho de que ciertas técnicas permitirán descubrir ciertos tipos de materiales únicamente, y en lugares específicos. Aquí entra en juego el criterio de visibilidad, o grado en el que los materiales arqueológicos pueden ser detectados. De acuerdo con Schiffer, es por consiguiente fundamental definir de entrada la escala de visibilidad presente en las diferentes localidades de la región a ser estudiada (idem: 6). Estos elementos tendrán de hecho una incidencia en la probabilidad del descubrimiento de materiales arqueológicos. En este sentido, Schiffer no olvida el criterio de accesibilidad, el cual mide el nivel de esfuerzo requerido para alcanzar un lugar específico (ibidem: 9), factor que se repercute tanto en la calidad de la investigación como en las posibles interpretaciones teóricas sobre las culturas arqueológicas que ocuparon el lugar.
En la segunda etapa o reconocimiento arqueológico en sí, el arqueólogo entra en contacto directo con la zona de estudio y su material, al evaluar su densidad, naturaleza y distribución a nivel de la superficie. Se hacen las primeras pruebas de pala y experimentos de los criterios de visibilidad y accesibilidad (Schiffer et al., 1978: 16). Un buen reconocimiento arqueológico implica desde luego saber leer las claves del terreno, lo cual requiere recorrerlo fijándose en cada detalle, de tal manera a adquirir una verdadera intuición del lugar. Desde este punto de vista, es también fundamental comunicarse con la gente que habita el sitio, y cuyo conocimiento del mismo es sin lugar a dudas de lo más valioso para el investigador. Por lo tanto, al finalizar esta etapa, el arqueólogo tiene claros los parámetros decisivos de cara a su problemática de investigación. El mayor conocimiento del terreno le permitirá luego definir las técnicas de muestreo más apropiadas para la excavación, así como establecer el presupuesto general de la fase de campo de su proyecto (ibidem: 18).
Existe la posibilidad de que los reconocimientos arqueológicos tengan que cubrir áreas muy extensas en poco tiempo, así como dar cuenta de los efectos de una variedad de factores taxonómicos que influyan en el registro regional. Idealmente, los datos que sustenten las interpretaciones y las decisiones de organización son combinados de forma eficiente, mientras que su calidad refleja con precisión las propiedades de distribución del registro regional (Burger et al., 2002-2004: 409, mi traducción).
Por último, la tercera etapa, o reconocimiento intensivo, permite contestar preguntas precisas planteadas por el marco teórico de la investigación, definir la repartición exacta del material de acuerdo a su naturaleza, tanto horizontal como verticalmente, así como la incidencia de los parámetros enunciados por Schiffer (Schiffer et al., 1978: 18).
En definitiva, queda claro que en función de los parámetros del sitio y de sus objetivos teóricos, los investigadores seleccionarán diversas estrategias que les permitirán a su vez afinar la búsqueda de información en el marco del reconocimiento arqueológico, como veremos a continuación.
MODALIDADES Y ESTRATEGIAS DEL RECONOCIMIENTO ARQUEOLÓGICO
Si bien las técnicas de reconocimiento arqueológico y de prospección dependen de cada sitio en donde se haga el trabajo de campo, existe un marco general que permite guiar al investigador en este sentido (Tartaron, 2003: 23). El objetivo del siguiente acápite consiste justamente en exponer los diferentes tipos y técnicas de reconocimiento arqueológico, los mismos que son seleccionados por los investigadores de acuerdo a las expectativas teóricas evocadas en el apartado anterior.
Tipos de reconocimiento arqueológico
El papel de primera plana desempeñado por el reconocimiento arqueológico dio lugar a la creación de una verdadera tipología del mismo por parte de los diversos investigadores que han reflexionado sobre la perspectiva teórica del tema. Por consiguiente, varios criterios han sido propuestos de cara a esta clasificación tipológica.
La distinción más fundamental plantea una diferenciación entre reconocimiento arqueológico intensivo y extensivo. El primero es llevado a cabo en una zona pequeña, pero la inspección del terreno se da de forma sistemática, “peinándolo” de cierta manera. Se acude al segundo cuando las extensiones son mayores, lo cual requiere la selección de lugares específicos a analizar. Este tipo de reconocimiento puede darse de acuerdo a tres posibilidades: o bien es selectivo (es decir, se escogen sitios precisos, de acuerdo a los objetivos de la investigación), o bien es indiferenciado (los sitios de la zona son investigados sin preferencia alguna), o bien, por último, es probabilístico (modalidad que se expondrá más adelante).
Por su parte, Burger et al. sugieren otro tipo de clasificación: el reconocimiento arqueológico podría luego basarse ora en el “descubrimiento”, ora en parámetros de investigación precisos. El primer tipo se refiere a la exploración geográfica sistemática de los sitios arqueológicos pertenecientes a un lugar determinado, mientras que el segundo se enfoca más particularmente en una técnica de investigación precisa adaptada al tipo de material arqueológico presente en la zona investigada (Burger et al., 2002-2004: 410).
En fin, Ruppe sugiere una tercera tipología, la misma que combina elementos de las propuestas planteadas anteriormente. Desde este punto de vista, Ruppe distingue cuatro tipos de reconocimiento: el Tipo I tendría como objetivo elaborar un catálogo de los sitios de la región a estudiarse. Se trataría por consiguiente de un reconocimiento no sistemático y más bien extensivo. Esta modalidad tiene la ventaja de producir una cantidad apreciable de información sobre la arqueología de una región determinada, y permite ahorrar esfuerzos a más de tomar en cuenta las dificultades del terreno (Ruppe, 1966: 314). Por su lado, el Tipo II se caracteriza por constar en el trabajo de excavación como tal (y no ser previo a él como en los demás casos), generalmente en el marco de situaciones en que es necesario obtener información adicional acerca de un sitio en particular o de uno de sus aspectos. El Tipo III se define a su vez como orientado hacia un problema específico, por lo cual busca definir los atributos o extensión de un área, de tal manera a establecer un esquema conceptual de la zona investigada. Por último, el Tipo IV se refiere a una exploración sistemática de los sitios (Ruppe, 1966: 315).
Técnicas de reconocimiento arqueológico
El reconocimiento arqueológico se basa en diferentes herramientas, las cuales son seleccionadas en función de los objetivos de la investigación, el entorno ecológico o los medios disponibles. Existen así diferentes materiales y recomendaciones prácticas que permiten guiar al investigador en este proceso, mientras que la estadística se presenta como técnica de selección de los sitios a ser reconocidos y/o excavados.
En base al tipo de área investigada y a la tecnología empleada, el reconocimiento arqueológico puede ser de cuatro clases: por observación, por recolección de superficie, aéreo, y por introspección del suelo.
La prospección por observación requiere fijarse en los diferentes niveles del terreno, en índices fotográficos o geológicos que sugieran algún tipo de actividad humana pasada (Demoule, 2005: 46). Esta prospección permite asimismo un primer acercamiento al análisis de los ecofactos o “todo dato no clasificable como artefacto pero culturalmente relevante” (Binford, 1964: 432).
La recolección de superficie, por otra parte, es un método no destructivo en el que varias personas recogen sistemáticamente el material arqueológico hallado en la superficie del terreno, en fundas numeradas, intercambiando información sobre sus diferentes hallazgos. Esta técnica es esencialmente aplicada a sitios que tienen ruinas y estructuras monumentales (Demoule, 2005: 47-48). Sin embargo,
los caminantes tienen un deseo inherente de encontrar material, y tenderán por consiguiente a concentrarse en aquellas áreas que parezcan ser más ricas, más que en obtener una muestra representativa del conjunto del área, que permita al arqueólogo evaluar la distribución variable de material de diferentes periodos o tipos (Renfrew y Bahn 1996: 74, tda).
Como su nombre lo indica, la prospección aérea se hace desde avión o helicóptero, lo cual permite obtener un mejor distanciamiento y una mayor distinción de elementos de los sitios que no son visibles de cerca. En este sentido, las variaciones de luz desempeñan un papel fundamental en la valoración de ciertos aspectos. Este tipo de proyección es asimismo muy útil en el estudio de ruinas (Demoule, 2005: 49-50). Las fotografías aéreas pueden también ser usadas para diseñar mapas (Renfrew y Bahn 1996: 76), gracias a tecnologías de procesamiento de las imágenes por computadora, tales como el LANDSAT o el SLAR (idem: 80), así como el GIS o
técnica informática compuesta por un conjunto de herramientas para el almacenaje, manipulación, recuperación, transformación, exposición y análisis de datos geográficos, ambientales y espaciales (tales como distribución de sitios o artefactos) en el paisaje. Los elementos geográficos básicos manejados en el GIS son el punto, la línea y el polígono (área). En el GIS, los datos pueden ser organizados ya sea en “formato raster” (una línea siendo representada por una serie de casillas contiguas dotadas del mismo valor en una tabla) o en un “formato vectorial” (una línea siendo representada por una serie de puntos unidos en un sistema de referencia) (Shaw, 2002: 255, mi traducción).
Los mapas son de hecho herramientas fundamentales en el reconocimiento arqueológico y la familiarización del investigador con su sitio de estudio. Entre los diferentes tipos de mapas, se destaca el mapa topográfico. Éste representa las diferencias de elevación del terreno mediante curvas de nivel y líneas de contorno. Por su parte, los mapas planiométricos no toman en cuenta las líneas de contorno, sino los diferentes conjuntos de sitios y la relación existente entre ellos (Renfrew y Bahn, 1996: 82). Los sitios son registrados mediante brújulas y GPS. La información general del sitio es consignada en formularios.
En último término, el reconocimiento por introspección del suelo se divide a su vez en cuatro categorías, esto es, la prospección geofísica, por resistividad eléctrica, magnética y electromagnética. La prospección geofísica trabaja con los diferentes campos magnéticos presentes en el suelo. En un contexto arqueológico, el geofísico buscará asimismo anomalías en el terreno, en base a la presencia o ausencia de amplitudes, lo cual le permite recrear una imagen del suelo, la misma que evidencia la presencia o no de posibles restos arqueológicos (Demoule, 2005: 51). La prospección por resistividad eléctrica, en cambio, se basa en la resistividad o conductividad de los flujos eléctricos. Electrodos son colocados en el suelo, a raíz de lo cual se suelta un flujo eléctrico, cuya evolución en el subsuelo es grabada en el resistivímetro, que memoriza los puntos y permite establecer un “perfil” del subsuelo, de cara a la identificación de posibles conjuntos de materiales (idem: 52-53). La prospección magnética, por su lado, utiliza un magnómetro de protones o de extracción óptica, el cual mide la carga magnética de los diferentes materiales del subsuelo. Generalmente, los que son artificiales poseen una carga inferior a los naturales, y ubicándolos, es posible localizar la presencia de algún sitio (ibidem: 54). Por último, la prospección electromagnética se caracteriza esencialmente por el uso de detectores de metal. Este método es generalmente usado por huaqueros.
Desde luego, los sitios con alta densidad de material son los más buscados por el reconocimiento arqueológico, aunque no se descarta el estudio de los “no-sitios”, caracterizados por una baja densidad de materiales (Schiffer et al., 1978: 1). En este sentido, lo mejor es incorporar diferentes técnicas al reconocimiento arqueológico (idem: 32). Es por esta razón que el material empleado en el reconocimiento arqueológico será generalmente muy variado.
Entre las recomendaciones prácticas sugeridas por los investigadores, consta por ejemplo la de llevar a cabo diferentes campañas, de manera a apreciar mejor las diferentes perspectivas de cada sitio (Ammerman, 1991: 79). Ya con un buen conocimiento del terreno, el arqueólogo está en medida de planificar la investigación de cada sitio. Debido a la fuerte subjetividad que puede significar esta elección, la mayoría de arqueólogos ha optado por dejar la probabilidad escoger por ellos, en el marco de una búsqueda de la mayor objetividad posible. Esta tendencia fue de hecho introducida por la nueva arqueología, y especialmente por uno de sus jefes de fila, Lewis Binford, quien definió los lineamientos generales de la aplicación de esta técnica estadística a la práctica arqueológica.
En primer lugar, Binford resalta que esta metodología se basa en el muestreo o “ciencia que controla y mide el nivel de confianza de la información mediante la teoría de la probabilidad” (Binford, 1964: 427). Por consiguiente, el arqueólogo enuncia diferentes conceptos empleados dentro de este método: para comenzar, al campo de estudio se lo denomina universo, mientras que la población se refiere al conjunto de las unidades analíticas en que se divide este universo. Esta población se caracteriza por una forma y una estructura. Las unidades básicas consisten generalmente en los sitios.
Binford preconiza algunos principios técnicos en esta división del espacio a ser investigado: es necesario por ejemplo tener en claro el esquema de unidades. En la medida de lo posible, éstas tienen que ser pequeñas, independientes las unas de las otras, e invariables. Cada unidad debe ser más o menos asequible de igual manera (idem: 431).
A este modelo de representación de la región se le aplica luego un muestreo mediante la ley de probabilidad, según la cual cada unidad tiene la misma oportunidad de ser seleccionada de cara a la investigación proyectada.
Existen tres formas de llevar a cabo un muestreo: éste puede ser aleatorio, sistemático o estratificado.
En el método aleatorio, se considera que una muestra del 30% de las unidades del sitio es lo suficientemente representativa, por lo cual se sortea esta cantidad entre las diferentes unidades, o se las escoge a través de una tabla de números aleatorios. Por otro lado, el método aleatorio sistemático opera de acuerdo al establecimiento de cierto intervalo que permitirá definir en el listado de unidades cuáles se van a investigar y cuales no. Por otra parte, en el método estratificado
la región o sitio es dividida en zonas ambientales (o estratos, lo cual explica el nombre de esta técnica), tales como campos de cultivo y bosques; las unidades son luego seleccionadas mediante los mismos métodos numéricos aleatorios, con la diferencia de que cada zona consta de una cantidad de unidades proporcional a su superficie. Por consiguiente, si el bosque ocupa el 85% de la superficie, se le debe atribuir el 85% de las unidades (Renfrew y Bahn, 1996: 73, mi traducción).
La ventaja de este sistema radica en que reduce el posible sesgo de la muestra debido a la heterogeneidad de un medio dado. Además, al escoger el investigador las variables que le permitirán trabajar, existe un mayor control sobre las mismas, y por ende, sobre las muestras (Binford, 1964: 429).
En resumidas cuentas, el arqueólogo dispone de diferentes estrategias de reconocimiento, que se basan a su vez en un abanico de técnicas. La elección de estas estrategias y técnicas dependerá de la investigación específica realizada por el arqueólogo, por lo cual el reconocimiento se encuentra estrechamente ligado al marco teórico del proyecto.
EL RECONOCIMIENTO ARQUEOLÓGICO: APLICACIONES
El siguiente capítulo se propone sacar a relucir de qué manera los diferentes elementos teóricos y técnicos enunciados anteriormente han sido aplicados por diferentes investigadores en el marco de la fase de reconocimiento de proyectos arqueológicos llevados a cabo en distintos lugares del mundo y acerca de distintas épocas. Como veremos, si bien existen tipologías y técnicas precisas de reconocimiento arqueológico, cada proyecto las combinó de acuerdo a sus objetivos teóricos y a sus posibilidades materiales.
Desarrollado entre 1992 y 1994 en el Epiro (Grecia), el “Nikopolis Project Surface”, se enmarcó en un enfoque centrado en la arqueología del paisaje y las dinámicas regionales (Tartaron, 2003: 26), esto es, en base a
un abanico de perspectivas que llegó a abarcar tanto parámetros tangibles (topografía, entorno ecológico, artefactos y “features”) como intangibles (acción social, simbolismo, percepciones del espacio y aspectos de localización relacionados a la ocupación de un espacio) (Tartaron, 2003: 31, mi traducción).
En este sentido, la investigación otorgó un papel de primera plana a la exploración del paisaje cultural, por lo cual reconocimientos extensivos o recorridos pedestres (“walkovers”) fueron llevados a cabo paralelamente a estudios geomorfológicos, tomas de imágenes satelitales y búsqueda bibliográfica. El propósito era de hecho llegar a evaluar la validez de este modelo de investigación en el Epiro (idem: 28). En el transcurso del reconocimiento, algunos criterios fueron re-evaluados, y se dio más importancia a la toponimia del lugar, así como a su mosaico ecológico. Tartaron evidencia además que concentraciones diferentes de material requieren formas diferentes de registrarlo. Se sacó también a relucir la necesidad de registrar el material encontrado lo más brevemente posible, ya que éste puede destruirse muy rápidamente. Por lo general, lo mejor es que la misma persona que lo encontró lo registre (ibidem: 39).
De la misma manera, en su artículo “Surveys and archaeological research”, Ammerman presenta tres proyectos de reconocimiento arqueológico llevados a cabo en tres zonas diferentes. El primero de ellos, dirigido por Euler y Gumerman en el Suroeste de Estados-Unidos, se proponía asimismo explorar las leyes humanas de asentamiento. Desde esta perspectiva, dos hipótesis fueron planteadas: la existencia de un recurso crítico y de una red de circulación de bienes e informaciones que explicara el tipo de patrón de asentamiento, y el papel central de la “ley del esfuerzo mínimo” de cara a la adquisición de los recursos. Con la finalidad de comprobar o inferir estas hipótesis, los arqueólogos de la investigación se concentraron en revisar sistemáticamente la bibliografía existente en torno a los sitios, así como en estandarizar las técnicas de registro de los mismos, con la idea de cuestionar lo que antes se tenía como lugares comunes acerca de ellos. (Ammerman, 1991: 67).
El segundo proyecto, llevado a cabo por Sanders, Parsons y Santley en el valle de México, consta de una primera parte de presentación, en que se exponen la historia y los objetivos del proyecto, así como una descripción del entorno ecológico, de los métodos y estrategias empleados, de la historia cultural del sitio en base a las características de su entorno natural, así como de sus implicaciones teóricas, basándose en mapas, lo cual correspondería a los resultados sacados del reconocimiento del sitio. Los objetivos de este proyecto eran asimismo rastrear la progresión de la agricultura en la zona, en función de la evolución de los diferentes asentamientos, en el marco de una exploración de los procesos de evolución cultural del valle (idem: 69).
Por otra parte, la investigación de Adams, llevada a cabo en Mesopotamia, se concentró en comprobar si existía o no una relación entre irrigación y patrón de asentamiento, así como entre campo y ciudad. La presentación de la investigación se caracterizó por un estudio ambiental del lugar y una revisión histórica. Las técnicas de investigación implementadas por Adams se ajustaron por completo a los objetivos del proyecto, por lo cual se privilegió un estrategia de estudio extensiva y comparativa con respecto a diferentes proyectos llevados a cabo en la zona (idem: 71).
Estos tres proyectos se preocuparon por definir secuencias y patrones específicos, en el marco de una visión ecológica y geográfica de los sitios, sin perder de vista la variable demográfica, percibida como el motor principal de los procesos culturales. De estos estudios sobresalió la dificultad de “hacer hablar los datos”, de cara a la los diferentes objetivos planteados, por lo cual se evidenció la necesidad de desarrollar modelos que puedan ser empleados con este propósito (idem: 83).
Otro proyecto arqueológico que se caracterizó por una fase de reconocimiento es el de Collier y Murra, llevado a cabo en el Austro ecuatoriano. Los sitios excavados se concentraron más particularmente en el Cerro Narrío, elección hecha por los investigadores luego de un reconocimiento realizado en toda la zona de Chimborazo, Azuay y Cañar, en búsqueda de restos materiales del período incaico en la zona, que permitirían establecer un panorama de esta fase de la arqueología regional (Collier y Murra, 1982: 16). Este reconocimiento se caracterizó por recorridos pedestres de la zona, los mismos que tomaban en cuenta la topografía de la zona, e incluían pruebas de pala (idem: 20).
En último término, en base a sus aportes sobre el reconocimiento arqueológico, Binford propone un modelo de investigación hipotético para el caso de un sitio prehistórico de Illinois. De entrada, el investigador establece que el objetivo del proyecto consistiría en definir la naturaleza de los sitios, lo cual se lograría mediante el aislamiento de los mismos, de los “features” y de sus variables, tanto funcionales, como estructurales, naturales o demográficas. Binford sugiere que se escoja un ecofacto en particular, el cual se constituiría hipotéticamente como central dentro del sistema cultural analizado. En base a esta hipótesis y a la proyección de sus implicaciones, el investigador comprobaría luego a nivel del registro si su propuesta justificaría realmente o no la repartición de los sitios. El objetivo de este reconocimiento seguiría siendo sin embargo la obtención de una perspectiva general de la región, el cual permitiría esbozar un panorama de la taxonomía de los asentamientos (Binford 1964: 434).
CONCLUSIÓN
No se puede negar que en comparación con el reconocimiento arqueológico que se hacía hace treinta años, se han conseguido algunos logros en las investigaciones actuales, especialmente en lo que se refiere al uso de marcos teóricos y modelos analíticos.
Desde luego, la importancia reciente cobrada por el reconocimiento arqueológico explica el que varios puntos queden aún por desarrollar en este sentido, especialmente en lo que se refiere al uso de ciertas herramientas teóricas. Una mayor definición de las correlaciones entre los “features” dentro del registro arqueológico por ejemplo es necesaria, pues de momento, el énfasis ha sido puesto en la estratigrafía vertical. Por otra lado, a algunos “features” se les ha dado más importancia que a otros, como en el caso de los “features” funerarios por ejemplo. Este tipo de aporte permitiría dedicar más atención al nivel explicativo del registro (Binford, 1964: 441).
Desde otro punto de vista, en lo que se refiere al muestreo, algunos autores cuestionan su precisión, puesto que el criterio de probabilidad no estaría siendo aplicado a las construcciones culturales como tales, sino a las representaciones conceptuales diseñadas por los investigadores (Ammerman, 1991: 78). Otros argumentan en cambio que no se necesita tener acceso a la cosmovisión de una cultura para poder trabajar científicamente sobre la misma a partir su registro material. Este punto es aún un tema de debate.
Por estas razones, es esencial desarrollar toda una gama de modelos interpretativos, ya que muchas veces, un fenómeno puede ser explicado por varios de ellos (Johnson, 1977: 482). Desde esta perspectiva, cabe también desarrollar el entendimiento de los diversos procesos de evolución de los sitios (Tartaron, 2003: 24).
Estos puntos podrán ser mejor integrados dentro del diseño del reconocimiento arqueológico gracias a una reflexión sobre la metodología del mismo, tarea que ya ha sido emprendida por investigadores tales como Redman, quien propone cinco puntos claves que necesitan ser tomados más ampliamente en cuenta dentro del reconocimiento, siendo éstos una definición precisa de los objetivos del proyecto, una proyección clara de los datos que se espera encontrar de cara a los objetivos, así como de las dificultades en el procesamiento del registro específico de la zona estudiada, la estructuración de la investigación y la selección de las herramientas apropiadas para cada etapa del reconocimiento (Redman, 1987: 257).
A modo de balance final, sobresale luego que el reconocimiento arqueológico se constituyó ya como una metodología de estudio arqueológica que amerita ser desarrollada por dos motivos fundamentales: el primero se refiere a la riqueza de la información aportada por este tipo de técnica de investigación, mientras que el segundo contempla más bien la protección del registro arqueológico. Es de hecho comúnmente aceptado que las excavaciones arqueológicas destruyen considerablemente a los sitios y sus materiales. Existe además una preocupación por la acumulación cada vez creciente de materiales que se almacenan en las bodegas de diversos institutos de patrimonio del mundo, materiales que inclusive se deterioran antes de ser debidamente analizados. Frente a este tipo de problemas de gestión del patrimonio, técnicas como las del reconocimiento arqueológico son por lo tanto una solución posible que permitiría el avance del estudio de los materiales en contexto. Definitivamente, y como bien lo dice Chang, la existencia de este tipo de técnicas demuestra que “la arqueología no es un pasatiempo para aficionados” (Chang, 1967: 140).
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INTRODUCCIÓN
La arqueología se ha caracterizado por mucho tiempo por su búsqueda de metodologías provenientes de otras disciplinas pero aplicadas a su propio campo de estudio. Con la corriente de la “Nueva arqueología”, se buscó sin embargo dar a este campo de estudio una metodología propia, enlazada a las demás ciencias, desde luego, pero netamente orientada hacia las problemáticas propiamente arqueológicas. Dentro de este contexto, se fueron poco a poco perfilando técnicas de investigación previas a la excavación, y orientadas hacia una optimización de la misma, tales como las del reconocimiento arqueológico. En este sentido, se considera que el estudio de Gordon Willey en el valle de Virú sobre patrones de asentamiento es el primero en haber incorporado una fase de reconocimiento arqueológico dentro de su programa de investigación (Ammerman, 1991: 65).
El reconocimiento arqueológico consiste en la exploración del terreno, búsqueda y registro de los sitios arqueológicos, dentro de un objetivo preciso. A su vez, el sitio arqueológico se caracteriza como espacio de concentración de material arqueológico. Las características del mismo son definidas por el tipo de material cultural encontrado y su relación con el entorno (Binford, 1964: 431).
El reconocimiento arqueológico tiene luego un papel fundamental en la investigación arqueológica, quizá más que la excavación en sí (Ammerman, 1991: 64). El diseño de la fase de reconocimiento arqueológico implica la búsqueda de técnicas que permitan extraer información sobre un sitio de forma eficiente, teniendo en cuenta la naturaleza de la investigación que se piensa llevar a cabo (Schiffer y otros, 1978: 3).
Otros autores perciben el reconocimiento arqueológico desde una perspectiva más general, como método de recolección de datos. Para Ruppe, existe así una distinción entre survey y reconocimiento (en castellano), siendo el survey caracterizado por un acercamiento más crítico como fase de exploración preliminar. Según el mismo autor, el survey provee al investigador una idea del tipo de material con que va a trabajar, de tal manera a contar con una base que le permita plantear una serie de hipótesis acerca de las culturas asociadas a estos materiales (Ruppe, 1966: 313).
Por razones prácticas, hablaremos aquí de reconocimiento, pero en el sentido de survey planteado por Ruppe.
De cara a la importancia que esta técnica ha ido cobrando en la investigación arqueológica, y a sus múltiples beneficios, el siguiente trabajo se propone precisamente esbozar un bosquejo del reconocimiento arqueológico, al presentar cuáles son sus parámetros teóricos por un lado, sus modalidades y sus técnicas por otro, y por último, su aplicación.
EL RECONOCIMIENTO ARQUEOLÓGICO COMO METODOLOGÍA DE INVESTIGACIÓN
Los objetivos principales del reconocimiento arqueológico son principalmente localizar los espacios “vacíos” arqueológicamente hablando, de manera a identificar las diferentes estrategias de ocupación del entorno y demás datos arqueológicos (Demoule, 2005: 44-45). Según algunos investigadores, el reconocimiento inclusive podría ser una técnica que podría llegar a desarrollarse independientemente de la excavación, proceso mucho más complejo a nivel logístico y económico (Renfrew y Bahn, 1996: 70). Por otra parte, la implementación de un muestreo gracias al estudio llevado a cabo durante el reconocimiento arqueológico es mucho menos destructiva para el registro que una excavación general (Drennan, 1996: 81, Burger y otros, 2002-2004: 480), y más enriquecedora, ya que implica un estudio más profundo de la información seleccionada (Drennan, 1996: 81). Además, el reconocimiento permite evaluar de forma más acuciosa qué sitios merecen o no ser estudiados o excavados (Ruppe, 1966: 313). De hecho, como bien lo recuerda Schiffer:
En nuestro criterio, el reconocimiento arqueológico es la aplicación de un conjunto de técnicas usadas para diversificar las probabilidades de descubrimiento de materiales arqueológicos de cara a evaluar los parámetros del registro arqueológico a nivel regional (Schiffer et al., 1978: 1, mi traducción).
El horizonte de posibilidades abierto por las técnicas de reconocimiento arqueológico implicó muy pronto mayores estudios que permitieron perfeccionarlas, lo cual permitió a los investigadores concentrarse más particularmente en el cariz antropológico de los hallazgos.
Perspectiva teórica del reconocimiento arqueológico
Un sistema cultural es un conjunto de articulaciones constantes o cíclicamente recurrentes entre medios sociales, tecnológicos, ideológicos, extrasomáticos y adaptativos dentro una población humana (Binford, 1964: 425, mi traducción).
Según el mismo Binford, el registro arqueológico refleja este sistema cultural y la diversidad de sus componentes, a través del criterio de variabilidad. En este sentido, el registro arqueológico se presenta de cierta manera como el fósil de este sistema, y es precisamente el objetivo de la investigación arqueológica el definir la estructura del sistema, estableciendo correlaciones, búsqueda que se da ya desde la etapa del reconocimiento. Existen diferentes formas de evidenciar estas correlaciones, por lo cual la colaboración entre arqueólogos y antropólogos es de lo más enriquecedora dentro de este objetivo preciso. Desde esta perspectiva, Binford subraya la importancia de desarrollar una metodología que permita implementar un trabajo de campo que responda a las perspectivas teóricas de un proyecto determinado. Es por lo tanto necesario tener claro de antemano lo que se pretende buscar en el campo (idem: 426).
Estamos ahora en medida de definir a la arqueología como el estudio de las interrelaciones y transformaciones de los artefactos respecto a sus dimensiones formales, temporales y espaciales (Spaulding citado por Binford, 1964: 430, mi traducción).
Es la investigación de campo en conjunto la que permite definir estos atributos formales y espaciales, de acuerdo a diferentes técnicas. Una de ellas es la elaboración de “features” o
(…) unidades ligadas pero cualitativamente aisladas que dan cuenta de una asociación estructural entre dos o más elementos culturales y de tipos de matrices compuestas no recuperables (Binford, 1964: 431, mi traducción).
Desde esta perspectiva, el investigador decide qué atributos culturales serán relevantes o no en su investigación, por lo cual el muestreo cumple una función esencial, ya que evidencia la variabilidad existente en la clase de “features”, el contenido y la estructura de su población.
En resumen, una teoría nos proporciona un marco básico en el que manejar nuestra metodología y determinar los métodos y técnicas reales de recogida, ordenación e interpretación de datos que vamos a utilizar. Una teoría tiene poco valor si no dirige, guía y es modificada por el trabajo práctico y enfrentada a los daros empíricos (…) El trabajo de campo arqueológico es un ejercicio intelectual desde el principio hasta el fin, y en el proceso hay que registrar los restos arqueológicos y sus contextos. Estas anotaciones o registros deben ser minuciosas y completas, pero no son otra cosa que eslabones en una cadena de juicios y decisiones consistentes y rigurosamente puestos en práctica. La importancia y el desarrollo de los registros dependen por tanto, de los estudiosos, no de anotaciones imparciales, y los hechos que denuncian no hablan por sí mismos (Chang, 1967: 138-139).
Razón por la cual es de suma importancia formular las preguntas de investigación que el arqueólogo se propone resolver, antes de pensar en cualquier tipo de trabajo de campo. Estas preguntas son las que, en último término, orientarán al investigador hacia la definición de las diferentes funciones y relaciones entre los elementos naturales y culturales de un sitio, así como de modelos interpretativos acerca de la densidad poblacional, la ocupación del espacio, el potencial arqueológico o el alcance urbanístico por ejemplo (Ammerman, 1991).
Existen diferentes propuestas teóricas que fueron diseñadas para encauzar al investigador hacia el descubrimiento de las variables naturales y culturales susceptibles de ser tomadas en cuenta en su estudio. Estas propuestas se basan en la predicción de posibles comportamientos adaptativos que se puede esperar encontrar en las culturas arqueológicas (Johnson, 1977: 479). Permiten al investigador guiarse en lo que se refiere a las respuestas al entorno; las investigaciones arqueológicas permitirán luego establecer las implicaciones o causas culturales implicadas por estos patrones adaptativos.
Uno de estos modelos propone por ejemplo que los patrones de dispersión espacial de los asentamientos responden a factores de minimización, maximización u optimización de ciertas variables (idem), elemento que puede servir como herramienta para definir los lugares susceptibles de contar con sitios arqueológicos.
Existen también modelos de interacción y distancia, tales como el modelo geográfico de gravedad, el cual proyecta la interacción posible existente entre diferentes sitios, de acuerdo a su tamaño y a la distancia que los separa, así como al gasto energético implicado por los desplazamientos hechos del uno al otro. Johnson sugiere además que en áreas aisladas, se debería esperar una mayor homogeneidad de actividades (ibidem: 481). Otro modelo, el de la “teoría de la plaza central”, establece que existe una jerarquía en la distribución espacial de los sitios, definida por la funcionalidad de cada uno de ellos dentro de esta estructura geográfica. Este tipo de modelo fue profundizado a través de hipótesis tales como la ley de Zipf, la misma que grafica la repartición de los sitos arqueológicos de acuerdo al nivel de complejidad política alcanzado por el sistema en que se hallan. Este modelo fue asimismo aplicado al sitio de Uruk (Mesopotamia) (Johnson, 1977: 499).
Cabe de hecho resaltar que la aplicación de este tipo de modelos requiere la integración de los parámetros de investigación, tanto teóricos como los que responden a las características físicas del entorno: estas variables no deben ser tratadas independientemente, sino dentro de un mismo marco de investigación correspondiente a objetivos precisos (Tartaron, 2003: 20). Estos parámetros son recogidos de manera metodológica, tal como se verá a continuación.
Etapas del reconocimiento arqueológico
Según Schiffer, el diseño de la investigación consta por lo demás de tres etapas específicas, cada una caracterizada por objetivos y metodologías precisas: el estudio preliminar, el reconocimiento y el reconocimiento intensivo. Estas etapas podrían ser percibidas como el cariz práctico de la base teórica mencionada anteriormente, y dentro de la metodología de investigación propia al reconocimiento arqueológico.
El estudio preliminar incluye una exploración histórica y ecológica del sitio, así como una proyección de las posibles técnicas que permitirán el sondeo arqueológico. De hecho, toda exploración requiere una investigación bibliográfica previa, mediante la cual el arqueólogo se familiariza con el sitio a través de todos los documentos ya disponibles sobre el lugar. Estos documentos pueden ser gráficos, fotográficos, textos actuales o manuscritos antiguos, colecciones de materiales ya encontrados en la zona, etc. Desde esta perspectiva, la búsqueda bibliográfica y en archivos es fundamental dentro de esta etapa preparatoria del proyecto arqueológico. Los archivos pueden ser privados o públicos (catastros, etc.). A nivel de la bibliografía arqueológica, es asimismo necesario informarse acerca de los trabajos arqueológicos ya hechos en el área de estudio por parte de diferentes investigadores (Demoule, 2005: 42). Al cabo de esta primera etapa, el investigador tiene ya un conocimiento de la historia del sitio, así como del tipo de material arqueológico que puede esperar encontrar. De esta manera, salen a relucir las posibles problemáticas de investigación y la naturaleza de eventuales estudios interdisciplinarios que podrían ser llevados a cabo en este sentido. A nivel más práctico, esta primera fase de la investigación pone asimismo de relieve criterios necesarios a la organización logística del proyecto (Schiffer et al.,1978: 16).
Por otro lado, existen diferentes parámetros del medio que ameritan ser tomados en cuenta de cara a la investigación. De entrada, todo proyecto requiere una definición clara de los límites de la zona a investigar. Éstos pueden ser naturales, culturales o arbitrarios (es decir, depender del marco teórico de la investigación) (Renfrew y Bahn, 1996: 70). El piso ecológico en que se trabaja (árido o selva por ejemplo), tiene además implicaciones decisivas en el grado de dificultad del trabajo, así como en la conservación de las estructuras arqueológicas, por lo cual es un criterio que cabe no perder de vista (idem: 74). Estos parámetros (o características del área de estudio), facilitan efectivamente la definición de las relaciones existentes entre los artefactos y el medio, lo cual cobra toda su importancia en lo que se refiere a la interpretación de los hallazgos a nivel teórico (Schiffer y otros, 1978: 3).
Schiffer es uno de los arqueólogos quienes más se han concentrado en el estudio de la conservación de los sitios, y de las consecuencias de la intervención del arqueólogo sobre los mismos. Según Schiffer, existen dos tipos de factores característicos de los sitios y de la investigación, los mismos que deben ser tomados en cuenta dentro del proyecto. El primero se refiere a aquellas propiedades del sitio y del registro que no dependen del investigador, mientras que el segundo alude a las técnicas y estrategias por él desplegadas frente al manejo de los datos (Schiffer y otros, 1978: 4). Los parámetros del primer factor incluyen la abundancia del material, su relevancia y la accesibilidad al sitio.
La abundancia del material se refiere a su densidad dentro de un sitio determinado. Su “relevancia” consiste en el hecho de que ciertas técnicas permitirán descubrir ciertos tipos de materiales únicamente, y en lugares específicos. Aquí entra en juego el criterio de visibilidad, o grado en el que los materiales arqueológicos pueden ser detectados. De acuerdo con Schiffer, es por consiguiente fundamental definir de entrada la escala de visibilidad presente en las diferentes localidades de la región a ser estudiada (idem: 6). Estos elementos tendrán de hecho una incidencia en la probabilidad del descubrimiento de materiales arqueológicos. En este sentido, Schiffer no olvida el criterio de accesibilidad, el cual mide el nivel de esfuerzo requerido para alcanzar un lugar específico (ibidem: 9), factor que se repercute tanto en la calidad de la investigación como en las posibles interpretaciones teóricas sobre las culturas arqueológicas que ocuparon el lugar.
En la segunda etapa o reconocimiento arqueológico en sí, el arqueólogo entra en contacto directo con la zona de estudio y su material, al evaluar su densidad, naturaleza y distribución a nivel de la superficie. Se hacen las primeras pruebas de pala y experimentos de los criterios de visibilidad y accesibilidad (Schiffer et al., 1978: 16). Un buen reconocimiento arqueológico implica desde luego saber leer las claves del terreno, lo cual requiere recorrerlo fijándose en cada detalle, de tal manera a adquirir una verdadera intuición del lugar. Desde este punto de vista, es también fundamental comunicarse con la gente que habita el sitio, y cuyo conocimiento del mismo es sin lugar a dudas de lo más valioso para el investigador. Por lo tanto, al finalizar esta etapa, el arqueólogo tiene claros los parámetros decisivos de cara a su problemática de investigación. El mayor conocimiento del terreno le permitirá luego definir las técnicas de muestreo más apropiadas para la excavación, así como establecer el presupuesto general de la fase de campo de su proyecto (ibidem: 18).
Existe la posibilidad de que los reconocimientos arqueológicos tengan que cubrir áreas muy extensas en poco tiempo, así como dar cuenta de los efectos de una variedad de factores taxonómicos que influyan en el registro regional. Idealmente, los datos que sustenten las interpretaciones y las decisiones de organización son combinados de forma eficiente, mientras que su calidad refleja con precisión las propiedades de distribución del registro regional (Burger et al., 2002-2004: 409, mi traducción).
Por último, la tercera etapa, o reconocimiento intensivo, permite contestar preguntas precisas planteadas por el marco teórico de la investigación, definir la repartición exacta del material de acuerdo a su naturaleza, tanto horizontal como verticalmente, así como la incidencia de los parámetros enunciados por Schiffer (Schiffer et al., 1978: 18).
En definitiva, queda claro que en función de los parámetros del sitio y de sus objetivos teóricos, los investigadores seleccionarán diversas estrategias que les permitirán a su vez afinar la búsqueda de información en el marco del reconocimiento arqueológico, como veremos a continuación.
MODALIDADES Y ESTRATEGIAS DEL RECONOCIMIENTO ARQUEOLÓGICO
Si bien las técnicas de reconocimiento arqueológico y de prospección dependen de cada sitio en donde se haga el trabajo de campo, existe un marco general que permite guiar al investigador en este sentido (Tartaron, 2003: 23). El objetivo del siguiente acápite consiste justamente en exponer los diferentes tipos y técnicas de reconocimiento arqueológico, los mismos que son seleccionados por los investigadores de acuerdo a las expectativas teóricas evocadas en el apartado anterior.
Tipos de reconocimiento arqueológico
El papel de primera plana desempeñado por el reconocimiento arqueológico dio lugar a la creación de una verdadera tipología del mismo por parte de los diversos investigadores que han reflexionado sobre la perspectiva teórica del tema. Por consiguiente, varios criterios han sido propuestos de cara a esta clasificación tipológica.
La distinción más fundamental plantea una diferenciación entre reconocimiento arqueológico intensivo y extensivo. El primero es llevado a cabo en una zona pequeña, pero la inspección del terreno se da de forma sistemática, “peinándolo” de cierta manera. Se acude al segundo cuando las extensiones son mayores, lo cual requiere la selección de lugares específicos a analizar. Este tipo de reconocimiento puede darse de acuerdo a tres posibilidades: o bien es selectivo (es decir, se escogen sitios precisos, de acuerdo a los objetivos de la investigación), o bien es indiferenciado (los sitios de la zona son investigados sin preferencia alguna), o bien, por último, es probabilístico (modalidad que se expondrá más adelante).
Por su parte, Burger et al. sugieren otro tipo de clasificación: el reconocimiento arqueológico podría luego basarse ora en el “descubrimiento”, ora en parámetros de investigación precisos. El primer tipo se refiere a la exploración geográfica sistemática de los sitios arqueológicos pertenecientes a un lugar determinado, mientras que el segundo se enfoca más particularmente en una técnica de investigación precisa adaptada al tipo de material arqueológico presente en la zona investigada (Burger et al., 2002-2004: 410).
En fin, Ruppe sugiere una tercera tipología, la misma que combina elementos de las propuestas planteadas anteriormente. Desde este punto de vista, Ruppe distingue cuatro tipos de reconocimiento: el Tipo I tendría como objetivo elaborar un catálogo de los sitios de la región a estudiarse. Se trataría por consiguiente de un reconocimiento no sistemático y más bien extensivo. Esta modalidad tiene la ventaja de producir una cantidad apreciable de información sobre la arqueología de una región determinada, y permite ahorrar esfuerzos a más de tomar en cuenta las dificultades del terreno (Ruppe, 1966: 314). Por su lado, el Tipo II se caracteriza por constar en el trabajo de excavación como tal (y no ser previo a él como en los demás casos), generalmente en el marco de situaciones en que es necesario obtener información adicional acerca de un sitio en particular o de uno de sus aspectos. El Tipo III se define a su vez como orientado hacia un problema específico, por lo cual busca definir los atributos o extensión de un área, de tal manera a establecer un esquema conceptual de la zona investigada. Por último, el Tipo IV se refiere a una exploración sistemática de los sitios (Ruppe, 1966: 315).
Técnicas de reconocimiento arqueológico
El reconocimiento arqueológico se basa en diferentes herramientas, las cuales son seleccionadas en función de los objetivos de la investigación, el entorno ecológico o los medios disponibles. Existen así diferentes materiales y recomendaciones prácticas que permiten guiar al investigador en este proceso, mientras que la estadística se presenta como técnica de selección de los sitios a ser reconocidos y/o excavados.
En base al tipo de área investigada y a la tecnología empleada, el reconocimiento arqueológico puede ser de cuatro clases: por observación, por recolección de superficie, aéreo, y por introspección del suelo.
La prospección por observación requiere fijarse en los diferentes niveles del terreno, en índices fotográficos o geológicos que sugieran algún tipo de actividad humana pasada (Demoule, 2005: 46). Esta prospección permite asimismo un primer acercamiento al análisis de los ecofactos o “todo dato no clasificable como artefacto pero culturalmente relevante” (Binford, 1964: 432).
La recolección de superficie, por otra parte, es un método no destructivo en el que varias personas recogen sistemáticamente el material arqueológico hallado en la superficie del terreno, en fundas numeradas, intercambiando información sobre sus diferentes hallazgos. Esta técnica es esencialmente aplicada a sitios que tienen ruinas y estructuras monumentales (Demoule, 2005: 47-48). Sin embargo,
los caminantes tienen un deseo inherente de encontrar material, y tenderán por consiguiente a concentrarse en aquellas áreas que parezcan ser más ricas, más que en obtener una muestra representativa del conjunto del área, que permita al arqueólogo evaluar la distribución variable de material de diferentes periodos o tipos (Renfrew y Bahn 1996: 74, tda).
Como su nombre lo indica, la prospección aérea se hace desde avión o helicóptero, lo cual permite obtener un mejor distanciamiento y una mayor distinción de elementos de los sitios que no son visibles de cerca. En este sentido, las variaciones de luz desempeñan un papel fundamental en la valoración de ciertos aspectos. Este tipo de proyección es asimismo muy útil en el estudio de ruinas (Demoule, 2005: 49-50). Las fotografías aéreas pueden también ser usadas para diseñar mapas (Renfrew y Bahn 1996: 76), gracias a tecnologías de procesamiento de las imágenes por computadora, tales como el LANDSAT o el SLAR (idem: 80), así como el GIS o
técnica informática compuesta por un conjunto de herramientas para el almacenaje, manipulación, recuperación, transformación, exposición y análisis de datos geográficos, ambientales y espaciales (tales como distribución de sitios o artefactos) en el paisaje. Los elementos geográficos básicos manejados en el GIS son el punto, la línea y el polígono (área). En el GIS, los datos pueden ser organizados ya sea en “formato raster” (una línea siendo representada por una serie de casillas contiguas dotadas del mismo valor en una tabla) o en un “formato vectorial” (una línea siendo representada por una serie de puntos unidos en un sistema de referencia) (Shaw, 2002: 255, mi traducción).
Los mapas son de hecho herramientas fundamentales en el reconocimiento arqueológico y la familiarización del investigador con su sitio de estudio. Entre los diferentes tipos de mapas, se destaca el mapa topográfico. Éste representa las diferencias de elevación del terreno mediante curvas de nivel y líneas de contorno. Por su parte, los mapas planiométricos no toman en cuenta las líneas de contorno, sino los diferentes conjuntos de sitios y la relación existente entre ellos (Renfrew y Bahn, 1996: 82). Los sitios son registrados mediante brújulas y GPS. La información general del sitio es consignada en formularios.
En último término, el reconocimiento por introspección del suelo se divide a su vez en cuatro categorías, esto es, la prospección geofísica, por resistividad eléctrica, magnética y electromagnética. La prospección geofísica trabaja con los diferentes campos magnéticos presentes en el suelo. En un contexto arqueológico, el geofísico buscará asimismo anomalías en el terreno, en base a la presencia o ausencia de amplitudes, lo cual le permite recrear una imagen del suelo, la misma que evidencia la presencia o no de posibles restos arqueológicos (Demoule, 2005: 51). La prospección por resistividad eléctrica, en cambio, se basa en la resistividad o conductividad de los flujos eléctricos. Electrodos son colocados en el suelo, a raíz de lo cual se suelta un flujo eléctrico, cuya evolución en el subsuelo es grabada en el resistivímetro, que memoriza los puntos y permite establecer un “perfil” del subsuelo, de cara a la identificación de posibles conjuntos de materiales (idem: 52-53). La prospección magnética, por su lado, utiliza un magnómetro de protones o de extracción óptica, el cual mide la carga magnética de los diferentes materiales del subsuelo. Generalmente, los que son artificiales poseen una carga inferior a los naturales, y ubicándolos, es posible localizar la presencia de algún sitio (ibidem: 54). Por último, la prospección electromagnética se caracteriza esencialmente por el uso de detectores de metal. Este método es generalmente usado por huaqueros.
Desde luego, los sitios con alta densidad de material son los más buscados por el reconocimiento arqueológico, aunque no se descarta el estudio de los “no-sitios”, caracterizados por una baja densidad de materiales (Schiffer et al., 1978: 1). En este sentido, lo mejor es incorporar diferentes técnicas al reconocimiento arqueológico (idem: 32). Es por esta razón que el material empleado en el reconocimiento arqueológico será generalmente muy variado.
Entre las recomendaciones prácticas sugeridas por los investigadores, consta por ejemplo la de llevar a cabo diferentes campañas, de manera a apreciar mejor las diferentes perspectivas de cada sitio (Ammerman, 1991: 79). Ya con un buen conocimiento del terreno, el arqueólogo está en medida de planificar la investigación de cada sitio. Debido a la fuerte subjetividad que puede significar esta elección, la mayoría de arqueólogos ha optado por dejar la probabilidad escoger por ellos, en el marco de una búsqueda de la mayor objetividad posible. Esta tendencia fue de hecho introducida por la nueva arqueología, y especialmente por uno de sus jefes de fila, Lewis Binford, quien definió los lineamientos generales de la aplicación de esta técnica estadística a la práctica arqueológica.
En primer lugar, Binford resalta que esta metodología se basa en el muestreo o “ciencia que controla y mide el nivel de confianza de la información mediante la teoría de la probabilidad” (Binford, 1964: 427). Por consiguiente, el arqueólogo enuncia diferentes conceptos empleados dentro de este método: para comenzar, al campo de estudio se lo denomina universo, mientras que la población se refiere al conjunto de las unidades analíticas en que se divide este universo. Esta población se caracteriza por una forma y una estructura. Las unidades básicas consisten generalmente en los sitios.
Binford preconiza algunos principios técnicos en esta división del espacio a ser investigado: es necesario por ejemplo tener en claro el esquema de unidades. En la medida de lo posible, éstas tienen que ser pequeñas, independientes las unas de las otras, e invariables. Cada unidad debe ser más o menos asequible de igual manera (idem: 431).
A este modelo de representación de la región se le aplica luego un muestreo mediante la ley de probabilidad, según la cual cada unidad tiene la misma oportunidad de ser seleccionada de cara a la investigación proyectada.
Existen tres formas de llevar a cabo un muestreo: éste puede ser aleatorio, sistemático o estratificado.
En el método aleatorio, se considera que una muestra del 30% de las unidades del sitio es lo suficientemente representativa, por lo cual se sortea esta cantidad entre las diferentes unidades, o se las escoge a través de una tabla de números aleatorios. Por otro lado, el método aleatorio sistemático opera de acuerdo al establecimiento de cierto intervalo que permitirá definir en el listado de unidades cuáles se van a investigar y cuales no. Por otra parte, en el método estratificado
la región o sitio es dividida en zonas ambientales (o estratos, lo cual explica el nombre de esta técnica), tales como campos de cultivo y bosques; las unidades son luego seleccionadas mediante los mismos métodos numéricos aleatorios, con la diferencia de que cada zona consta de una cantidad de unidades proporcional a su superficie. Por consiguiente, si el bosque ocupa el 85% de la superficie, se le debe atribuir el 85% de las unidades (Renfrew y Bahn, 1996: 73, mi traducción).
La ventaja de este sistema radica en que reduce el posible sesgo de la muestra debido a la heterogeneidad de un medio dado. Además, al escoger el investigador las variables que le permitirán trabajar, existe un mayor control sobre las mismas, y por ende, sobre las muestras (Binford, 1964: 429).
En resumidas cuentas, el arqueólogo dispone de diferentes estrategias de reconocimiento, que se basan a su vez en un abanico de técnicas. La elección de estas estrategias y técnicas dependerá de la investigación específica realizada por el arqueólogo, por lo cual el reconocimiento se encuentra estrechamente ligado al marco teórico del proyecto.
EL RECONOCIMIENTO ARQUEOLÓGICO: APLICACIONES
El siguiente capítulo se propone sacar a relucir de qué manera los diferentes elementos teóricos y técnicos enunciados anteriormente han sido aplicados por diferentes investigadores en el marco de la fase de reconocimiento de proyectos arqueológicos llevados a cabo en distintos lugares del mundo y acerca de distintas épocas. Como veremos, si bien existen tipologías y técnicas precisas de reconocimiento arqueológico, cada proyecto las combinó de acuerdo a sus objetivos teóricos y a sus posibilidades materiales.
Desarrollado entre 1992 y 1994 en el Epiro (Grecia), el “Nikopolis Project Surface”, se enmarcó en un enfoque centrado en la arqueología del paisaje y las dinámicas regionales (Tartaron, 2003: 26), esto es, en base a
un abanico de perspectivas que llegó a abarcar tanto parámetros tangibles (topografía, entorno ecológico, artefactos y “features”) como intangibles (acción social, simbolismo, percepciones del espacio y aspectos de localización relacionados a la ocupación de un espacio) (Tartaron, 2003: 31, mi traducción).
En este sentido, la investigación otorgó un papel de primera plana a la exploración del paisaje cultural, por lo cual reconocimientos extensivos o recorridos pedestres (“walkovers”) fueron llevados a cabo paralelamente a estudios geomorfológicos, tomas de imágenes satelitales y búsqueda bibliográfica. El propósito era de hecho llegar a evaluar la validez de este modelo de investigación en el Epiro (idem: 28). En el transcurso del reconocimiento, algunos criterios fueron re-evaluados, y se dio más importancia a la toponimia del lugar, así como a su mosaico ecológico. Tartaron evidencia además que concentraciones diferentes de material requieren formas diferentes de registrarlo. Se sacó también a relucir la necesidad de registrar el material encontrado lo más brevemente posible, ya que éste puede destruirse muy rápidamente. Por lo general, lo mejor es que la misma persona que lo encontró lo registre (ibidem: 39).
De la misma manera, en su artículo “Surveys and archaeological research”, Ammerman presenta tres proyectos de reconocimiento arqueológico llevados a cabo en tres zonas diferentes. El primero de ellos, dirigido por Euler y Gumerman en el Suroeste de Estados-Unidos, se proponía asimismo explorar las leyes humanas de asentamiento. Desde esta perspectiva, dos hipótesis fueron planteadas: la existencia de un recurso crítico y de una red de circulación de bienes e informaciones que explicara el tipo de patrón de asentamiento, y el papel central de la “ley del esfuerzo mínimo” de cara a la adquisición de los recursos. Con la finalidad de comprobar o inferir estas hipótesis, los arqueólogos de la investigación se concentraron en revisar sistemáticamente la bibliografía existente en torno a los sitios, así como en estandarizar las técnicas de registro de los mismos, con la idea de cuestionar lo que antes se tenía como lugares comunes acerca de ellos. (Ammerman, 1991: 67).
El segundo proyecto, llevado a cabo por Sanders, Parsons y Santley en el valle de México, consta de una primera parte de presentación, en que se exponen la historia y los objetivos del proyecto, así como una descripción del entorno ecológico, de los métodos y estrategias empleados, de la historia cultural del sitio en base a las características de su entorno natural, así como de sus implicaciones teóricas, basándose en mapas, lo cual correspondería a los resultados sacados del reconocimiento del sitio. Los objetivos de este proyecto eran asimismo rastrear la progresión de la agricultura en la zona, en función de la evolución de los diferentes asentamientos, en el marco de una exploración de los procesos de evolución cultural del valle (idem: 69).
Por otra parte, la investigación de Adams, llevada a cabo en Mesopotamia, se concentró en comprobar si existía o no una relación entre irrigación y patrón de asentamiento, así como entre campo y ciudad. La presentación de la investigación se caracterizó por un estudio ambiental del lugar y una revisión histórica. Las técnicas de investigación implementadas por Adams se ajustaron por completo a los objetivos del proyecto, por lo cual se privilegió un estrategia de estudio extensiva y comparativa con respecto a diferentes proyectos llevados a cabo en la zona (idem: 71).
Estos tres proyectos se preocuparon por definir secuencias y patrones específicos, en el marco de una visión ecológica y geográfica de los sitios, sin perder de vista la variable demográfica, percibida como el motor principal de los procesos culturales. De estos estudios sobresalió la dificultad de “hacer hablar los datos”, de cara a la los diferentes objetivos planteados, por lo cual se evidenció la necesidad de desarrollar modelos que puedan ser empleados con este propósito (idem: 83).
Otro proyecto arqueológico que se caracterizó por una fase de reconocimiento es el de Collier y Murra, llevado a cabo en el Austro ecuatoriano. Los sitios excavados se concentraron más particularmente en el Cerro Narrío, elección hecha por los investigadores luego de un reconocimiento realizado en toda la zona de Chimborazo, Azuay y Cañar, en búsqueda de restos materiales del período incaico en la zona, que permitirían establecer un panorama de esta fase de la arqueología regional (Collier y Murra, 1982: 16). Este reconocimiento se caracterizó por recorridos pedestres de la zona, los mismos que tomaban en cuenta la topografía de la zona, e incluían pruebas de pala (idem: 20).
En último término, en base a sus aportes sobre el reconocimiento arqueológico, Binford propone un modelo de investigación hipotético para el caso de un sitio prehistórico de Illinois. De entrada, el investigador establece que el objetivo del proyecto consistiría en definir la naturaleza de los sitios, lo cual se lograría mediante el aislamiento de los mismos, de los “features” y de sus variables, tanto funcionales, como estructurales, naturales o demográficas. Binford sugiere que se escoja un ecofacto en particular, el cual se constituiría hipotéticamente como central dentro del sistema cultural analizado. En base a esta hipótesis y a la proyección de sus implicaciones, el investigador comprobaría luego a nivel del registro si su propuesta justificaría realmente o no la repartición de los sitios. El objetivo de este reconocimiento seguiría siendo sin embargo la obtención de una perspectiva general de la región, el cual permitiría esbozar un panorama de la taxonomía de los asentamientos (Binford 1964: 434).
CONCLUSIÓN
No se puede negar que en comparación con el reconocimiento arqueológico que se hacía hace treinta años, se han conseguido algunos logros en las investigaciones actuales, especialmente en lo que se refiere al uso de marcos teóricos y modelos analíticos.
Desde luego, la importancia reciente cobrada por el reconocimiento arqueológico explica el que varios puntos queden aún por desarrollar en este sentido, especialmente en lo que se refiere al uso de ciertas herramientas teóricas. Una mayor definición de las correlaciones entre los “features” dentro del registro arqueológico por ejemplo es necesaria, pues de momento, el énfasis ha sido puesto en la estratigrafía vertical. Por otra lado, a algunos “features” se les ha dado más importancia que a otros, como en el caso de los “features” funerarios por ejemplo. Este tipo de aporte permitiría dedicar más atención al nivel explicativo del registro (Binford, 1964: 441).
Desde otro punto de vista, en lo que se refiere al muestreo, algunos autores cuestionan su precisión, puesto que el criterio de probabilidad no estaría siendo aplicado a las construcciones culturales como tales, sino a las representaciones conceptuales diseñadas por los investigadores (Ammerman, 1991: 78). Otros argumentan en cambio que no se necesita tener acceso a la cosmovisión de una cultura para poder trabajar científicamente sobre la misma a partir su registro material. Este punto es aún un tema de debate.
Por estas razones, es esencial desarrollar toda una gama de modelos interpretativos, ya que muchas veces, un fenómeno puede ser explicado por varios de ellos (Johnson, 1977: 482). Desde esta perspectiva, cabe también desarrollar el entendimiento de los diversos procesos de evolución de los sitios (Tartaron, 2003: 24).
Estos puntos podrán ser mejor integrados dentro del diseño del reconocimiento arqueológico gracias a una reflexión sobre la metodología del mismo, tarea que ya ha sido emprendida por investigadores tales como Redman, quien propone cinco puntos claves que necesitan ser tomados más ampliamente en cuenta dentro del reconocimiento, siendo éstos una definición precisa de los objetivos del proyecto, una proyección clara de los datos que se espera encontrar de cara a los objetivos, así como de las dificultades en el procesamiento del registro específico de la zona estudiada, la estructuración de la investigación y la selección de las herramientas apropiadas para cada etapa del reconocimiento (Redman, 1987: 257).
A modo de balance final, sobresale luego que el reconocimiento arqueológico se constituyó ya como una metodología de estudio arqueológica que amerita ser desarrollada por dos motivos fundamentales: el primero se refiere a la riqueza de la información aportada por este tipo de técnica de investigación, mientras que el segundo contempla más bien la protección del registro arqueológico. Es de hecho comúnmente aceptado que las excavaciones arqueológicas destruyen considerablemente a los sitios y sus materiales. Existe además una preocupación por la acumulación cada vez creciente de materiales que se almacenan en las bodegas de diversos institutos de patrimonio del mundo, materiales que inclusive se deterioran antes de ser debidamente analizados. Frente a este tipo de problemas de gestión del patrimonio, técnicas como las del reconocimiento arqueológico son por lo tanto una solución posible que permitiría el avance del estudio de los materiales en contexto. Definitivamente, y como bien lo dice Chang, la existencia de este tipo de técnicas demuestra que “la arqueología no es un pasatiempo para aficionados” (Chang, 1967: 140).
BIBLIOGRAFÍA:
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