Por Catherine Lara (Intervención presentada en el Foro Cultural organizado por la Ilustre Municipalidad del Cantón Gualaquiza, agosto del 2010)
La llegada de los europeos a América significó un trastorno cultural completo para el Viejo Mundo: a través de los ojos de los primeros exploradores, clérigos y militares que llegaron con Cristóbal Colón, el "Occidente" de aquel entonces descubría asombrado toda una nueva dimensión espacial y humana radicalmente distinta a lo que conocía hasta ese momento. Desde un punto de vista geográfico, Europa tomaba conocimiento de la impresionante diversidad de los paisajes de América, desde los inmensos bosques de coníferos y los grandes lagos de América del Norte, hasta los desiertos de la Patagonia, pasando por la cadena de montañas que se extiende desde Alaska hasta la Tierra de Fuego, las costas tanto del Pacífico como del Atlántico, y finalmente, las tupidas selvas tropicales de América central y del Sur –entre otros ecosistemas-. Tal como los primeros exploradores europeos lo notaron inmediatamente, estos suntuosos panoramas eran el escenario de culturas no menos deslumbrantes por su diversidad y su riqueza, comenzando por los Incas y los Aztecas, que eran los dos grandes imperios precolombinos que existían en esa época en América. Hay que imaginarse que para los Europeos de esa época, descubrir América era como si hoy en día nosotros encontráramos un planeta nuevo poblado por extraterrestres. De hecho, este “Nuevo Mundo”, como muy pronto se lo llegó a llamar, era tan diferente de Europa, que el único punto de comparación que encontraron los Europeos para tratar de entenderlo eran los relatos de la mitología griega y romana, con sus criaturas mágicas, tanto monstruos como semi-dioses. Se recordará por ejemplo a las famosas amazonas, estas mujeres fantásticas que aventureros europeos certifican haber visto en una inmensa y tupida jungla tropical, a la cual consiguientemente bautizaron bajo el nombre de AMAZONÍA.
La Amazonía llegó muy pronto a ser la sede predilecta de los mitos más descabellados, (el de El Dorado por ejemplo). Los diversos grupos humanos que ahí habitaban escandalizaron en gran medida a los Europeos por sus prácticas que, según los conquistadores, iban en contra de la moral y las buenas costumbres. Desde luego, estas culturas tenían otras lógicas, otra moral y otras “buenas costumbres”, conceptos que, desde luego, son relativos desde muchos puntos de vista. Lo cierto es que los Europeos trataron de apropiarse los territorios de la Amazonía, dentro de un afán económico (para tener acceso a metales preciosos sobre todo), y un interés evangelizador. Lastimosamente, las consecuencias fueron nefastas para muchos habitantes autóctonos: epidemias, sometimiento a trabajos forzados, pérdida de tierras y de costumbres ancestrales. La reacción de quienes sobrevivieron no se hizo esperar: levantamientos como el de los Quijos, en 1578, se multiplicaron en la Amazonía, y destruyeron algunos de los asentamientos españoles en la zona. Más que nunca, la Amazonía llegó a ser percibida como un “infierno verde” poblado por “tribus salvajes y sanguinarias”. En realidad, la Amazonía era un espacio poco conocido y lo que no se conoce o comprende es generalmente despreciado y/o temido.
Uno de los grupos culturales que fue el más estigmatizado por este prejuicio fueron quienes en esa época eran conocidos como “Jíbaros”, antepasados del actual grupo étnico shuar. No hay duda que desde un principio, los “Jíbaros” impresionaron y escandalizaron también a los Españoles por su costumbre de reducir las cabezas de sus enemigos (la famosa “tstantza”). Los “reductores de cabeza” no dudaron en confirmar su fama de luchadores aguerridos frente a los ataques españoles. Esta imagen que se creó en torno al “Jíbaro” se asentó poco a poco en el imaginario colectivo y sigue teniendo consecuencias hasta en la actualidad.
El propósito de esta presentación es ilustrar esta imagen creada en torno a los “Jíbaros” desde la Colonia, tal como la plasman los documentos históricos y las leyendas de una zona muy concreta, a saber el Valle del Río Cuyes (cantón Gualaquiza), y confrontar esta imagen a los datos que nos ofrece la arqueología de la zona y de otros lugares cercanos. Como algunos de ustedes saben, soy arqueóloga, y estoy trabajando en el valle del río Cuyes desde que estudiaba en el Departamento de Antropología y Arqueología de la Católica en donde me gradué. Gracias a un convenio entre la Ilustre Municipalidad del Cantón Gualaquiza y el Instituto Nacional de Patrimonio Cultural, tuve la oportunidad de llevar a cabo un proyecto de excavaciones arqueológicas en la zona. Expuse ya los resultados de mi trabajo en varias ocasiones. Éstos están también disponibles en el Internet, y podrán consultarlos en un resumen que saldrá en la revista publicada por la Municipalidad con motivo de las fiestas del Cantón. En esta ocasión justamente, la Alcladía tuvo la gentileza de invitarme a este foro cultural, por lo cual agradezco particularmente al Sr. Alcalde y a los Sres. Milton Ordóñez y Víctor Macas.
El tema que trataré el día de hoy es un poco novedoso en relación a lo que he presentado en otras ocasiones, pero es una temática que siempre he querido abordar desde que comencé a trabajar en el valle del río Cuyes, especialmente en la etapa en que fui llevada a consultar documentos históricos y a recopilar leyendas y tradiciones orales sobre la zona. En este sentido, en una primera instancia, les propongo recorrer un poco los documentos históricos y las leyendas que ponen en escena a los llamados “Jíbaros” en el valle del río Cuyes, de manera a entender mejor cómo se les pintaba concretamente desde la época de la Colonia y cómo esta imagen fue perdurando a través de los siglos hasta la actualidad. Luego, nos enfocaremos en lo que nos revelan la antropología y la arqueología sobre estos “Jíbaros” y las culturas amazónicas en general. ¿Eran únicamente culturas que vivían en guerra constante con sus vecinos? ¿No tuvieron acaso algún otro papel frente a las demás culturas precolombinas?
ETNOHISTORIA Y TRADICIONES ORALES
La primera referencia escrita que se tiene acerca de la existencia de una ruta de acceso a la región de los Cuyes en la Colonia se la encuentra en 1550, con ocasión de los intentos de conquista de los Jíbaros por Benavente, quien se prometió "regresar más tarde a esta conquista, pese a los obstáculos naturales y a la hostilidad de los Xíbaros, pero pasando esta vez por el Zangorima o río Cuyes" (Benavente, 1994: 60).
Esta visión hostil de los Jíbaros aparece luego en el testimonio de fray Domingo de los Ángeles, quien, en 1582, hace referencia a los habitantes precolombinos del valle del río Cuyes:
Las guerras que tenían antes que dieren la obediencia a Su majestad, era con los indios xíbaros, por les quitar sus mujeres, y con los zamoranos sobre y en razón de defender las salinas (De los Ángeles, 1991: 379).
Esta representación agresiva del Jíbaro no se refiere únicamente a la realidad española de la Colonia temprana, sino que es también generalizada a la época precolombina en su más amplia aceptación.
Según el antropólogo Peter Ekstrom (1981), quien trabajó en el valle del río Cuyes entre los años 70 y 80, los españoles fueron expulsados de la zona a principios del siglo XVII. Hasta fines del siglo XIX, se cree que el valle fue usado como territorio de caza por los Shuars. Efectivamente, Vásquez de Espinoza, asegura que
en 1621, los jíbaros entraron a la Sierra por los Cuyes y conquistaron este poblado (…): después de este asalto, la frontera oriental de la provincia de Cuenca había caído en poder de los salvajes y ya no había “cosa segura” (en Chacón, 1989: 50).
Más de 100 años después, el pánico generado por la imagen de los Jíbaros perdura en el imaginario colectivo. Tello reporta así el testimonio de José de Castro, un soldado que entró al valle del río Cuyes por Xima con un destacamento de hombres. Tuvieron que huir de la zona por temor a “unos indios tan feroces que los suponían más valerosos que los caníbales”, los cuales, como lo revela luego el texto, resultan ser Jívaros mismos. (Tello, 1992: 466; 468).
En 1880, hubo intentos de colonización blanco-mestiza del sector del actual pueblo de San Miguel de Cuyes desde Jima, pero al parecer, no tuvieron éxito (Ekstrom, 1981). En los años 30, una nueva ola migratoria llega al valle para explotar sus placeres de oro; algunos de los mineros deciden luego asentarse con sus familias en el sector (Ibid.). A partir de ese momento, y luego con el auge de la cascarilla, la población del valle creció de manera irregular, hasta alcanzar las 1 000 personas aproximadamente en los años 70 (Ibid.). En la actualidad, se observa no obstante que luego de la política de colonización promovida por el CREA en esa época y con la última crisis económica de 1998, el valle se está despoblando nuevamente. Las comunidades shuar viven actualmente en la parte baja del valle, en el margen izquierdo del río, entre las parroquias de Nueva Tarqui y Bomboiza.
Ahora bien: ¿Qué relatan las tradiciones orales acerca de la presencia “jíbara” en el valle? Se revisarán brevemente los escritos de dos autores locales (Aguilar Vásquez y Durán) y de un antropólogo, Peter Ekstrom.
La obra de Aguilar Vásquez Jima (1974) es sin duda alguna la más representativa de las narraciones locales sobre el pasado precolombino del valle del río Cuyes. El autor, jimeño de nacimiento, recopiló así documentos históricos y elementos de la tradición oral local que le permitieron rastrear la historia del sitio en una novela situada entre ficción y realidad, según él mismo lo señala en el prólogo. Se trata de un hermoso relato poético; para quienes no lo han leído se les aconseja que lo hagan, más aún por lo que trata de la riqueza cultural y natural de esta zona. Aguilar Vásquez describe el origen de su obra:
Peregrino atento i emocionado, anduve las sendas de su Historia; con el espíritu ardiendo como una tea recorrí las rutas de su Leyenda i, en todas partes, fui aldeano vinculado íntimamente con la tierra morena i fecunda de los Andes nativos (Aguilar, 1974: 11).
Según esta narración, los Cuyes eran cañaris, originarios de Xima para ser más precisos (Aguilar, 1974: 31).
Piadosa la luna les enseñó primero a fabricar husos i telares i luego a esquilar llamas, hilar y tejer sus propias vestiduras. Les enseñó también a utilizar hilo de algodón para sus ponchos i sus pindulinas.
Sabían los Cañaris de Zhima, que en el principio del mundo una laguna, la Zhuruguiña, en un furioso tronar de espumas i resplandores, dio a luz una serpiente a la cual hubo de aprisionar en el fondo de su lecho; para evitar el aniquilamiento de sus fieles devotos por la cólera venenosa del reptil (Aguilar, 1974: 59).
A raíz de la invasión inca, los Zhimeños huyeron hacia un valle, dirigidos por su jefe, Zhimacela, el “señor del maíz”. La cantidad de cuyes salvajes del sitio les impresionó tanto, que decidieron llamarlo “Cuyes”, y nombraron al roedor como su emblema tutelar. Supieron sacar provecho de la generosidad de la tierra, de las plumas de las aves exóticas, las esencias, las resinas, el oro… (Ibid.)
Oro en polvo, el mejor de cuantos cría la Cordillera de los Andes. Lentamente el Jefe añadió: En los cerros de la marca, en los primeros días de la luz, antes de que hubiera sol, nació una doncella de rara hermosura: su piel estaba hecha de luna, sus ojos de cielo i su cabellera de oro purísimo, se llamaba Huaca. Fueron suyos desde entonces los ríos i las lagunas, los venados, las perdices i los pastos silvestres. Ella viste a las aves y algunas veces enreda en las alas de los Quindes algunos cabellos suyos. Ella, la Huaca, enseñó a los Cañaris a lavar oro i convertirlo luego en coronas i en joyas; porque el oro es adorno de los templos, de los bastones de mando, de las frentes de los Huainaros, de las manos i las piernas de las mujeres (Aguilar, 1974: 52).
Poco a poco, volvieron a organizar sus vidas en su nueva tierra de acogida, repartiéndola entre sus diversos ayllus, dieciséis en total: los Tarichumas, los Zhimacelas, los Tacsas, los Andicelas, los Guaillacelas, los Ataribana, los Suin, los Morochos, los Litumas, los Mallas, los Suqui, los Llivicuma, los Matailos, los Sinchi, los Puchas y los Naulas.
Estos diferentes tupus hallábanse diseminados en el vasto sistema orográfico, accidentado i de laderas arables, que forman el Nudo del Silván al hundir sus contrafuertes en la Cordillera Oriental. Zona agrícola amplia de varios kilómetros cuadrados, regada por arroyos i ríos claros i repartida casi por igual entre dehesas i tierras labrantías.
La selva aisló a los zhimeños del yugo inca (Aguilar, 1974: 45).
“Un Cañari de Xhima nunca ha tenido más jefes que los suyos”. Pero los españoles no tardaron en llegar, y Núñez de Bonilla bajó al Cuyes desde Zhima.
“Moriré” se llamará este páramo exclamó en injuria lapidaria el capitán de Castilla la Vieja, i todavía Moriré se denomina la cumbre homicida (Aguilar, 1974: 49).
Los Zhimeños lo guiaron en su recorrido por el valle del río Cuyes. Le hablaron de los temidos “Chusalongos” de la selva, los hombres verdes, o Jívaros (idem: 54), quienes viven más allá del Bomboiza.
Según Aguilar, a pesar de la presencia española, los habitantes del valle del río Cuyes mantuvieron una gran autonomía, por lo que no tuvieron que ser sometidos al trabajo forzado impuesto por los Españoles ni a una evangelización agresiva.
A raíz de un litigio con los españoles por invasión de sus tierras, los Cuyes dirigieron un reclamo al mismísimo Felipe II; aquí, Aguilar introduce esta vez un documento al parecer verídico escrito por el cacique Tassa. Obtienen una respuesta favorable del Rey, pero los problemas no terminan ahí: el adivino de la comunidad predice una incursión asesina de los Jíbaros en el valle, a raíz de lo cual logran anticipar su huida. No obstante, la agilidad de los Jíbaros les obliga a acelerar el paso, y a dejar en Guachapala sus tan preciadas campanas de oro, obsequio de Carlos V. A pesar de sus esfuerzos, son finalmente alcanzados por sus perseguidores, con quienes se enfrentan en una batalla terrible bajo la mirada de un cuadro de la Virgen del Rosario. Auxiliados por las fuerzas de la naturaleza, logran al fin vencer a sus asaltantes, pero el cuadro de la Virgen desaparece misteriosamente. Lo encuentran bajo un capulí, en donde deciden levantar una iglesia en honor a la Virgen (Ibid.), al milagro del cuadro, y sobre todo, en agradecimiento por el feliz desenlace de la aventura.
Otro autor, Durán, asegura que antes de la llegada de los Españoles, en el valle del río Cuyes vivían poblaciones Cañaris y Shuars. En una cita tomada de Núñez de Bonilla, Durán resalta que éste
recorrió Sangurima, y Macas, y Quizina y Zumaco, entre los cuales territorios se cuenta Cuyes: los indios vestidos que menciona (eran Cañaris) le dieron la obediencia; mas los salvajes y desnudos jíbaros no se sometieron, y se escondieron en los bosques, matando a varios españoles (Durán, 1938: 205).
Durán hace también referencia a la huida hacia Jima de los Cuyes perseguidos por los Jíbaros, al abandono de las campanas, así como a la intercesión de la Virgen a favor de los fugitivos, liderados por Pedro Tarichuma (Ibid.).
En sus trabajos sobre la zona del Cuyes, el antropólogo Peter Ekstrom (1975) menciona también este relato, con algunas variaciones: hace referencia a la existencia de una ciudad muy poblada de la importancia de Cuenca cerca del actual pueblo de Nueva-Tarqui, construida por los Españoles para explotar los placeres auríferos del sector. Se trataba de una colonia favorecida por la Corona Española, de quien recibió múltiples obsequios de valor. Para algunos, la ciudad en cuestión era Logroño de los Caballeros, o un asentamiento equivalente, que fue destruido de la misma manera durante los levantamientos “jívaros” de 1599. En esta versión recogida por Ekstrom (Ibid.), son no obstante españoles quienes huyen hacia Jima, dejando tras ellos los objetos regalados por la Corona Española. El cuadro de la Virgen les señala el lugar de construcción de Jima, en ese entonces habitada por Cañaris según esta versión.
En resumidas cuentas, la identidad de quienes protagonizan esta leyenda no es muy clara: cañaris, españoles, mestizos… Lo cierto es que este relato ratifica la imagen de terror protagonizada por los llamados Jíbaros. Si bien una leyenda no es un relato histórico, su valor radica en que transmite una percepción particular sobre los elementos que pone en escena, y se inspira generalmente en hechos que sí tienen un fundamento real. En este caso, es sabido que los Jíbaros rechazaron efectivamente a una población (cañarí o española) hacia la cordillera, y que a raíz de este hecho, se creó una imagen de temor en torno a ellos, tal como lo demuestran los documentos históricos. Esta imagen siguió teniendo un impacto hasta bien avanzado el siglo XX. Hasta hace poco, se pensaba que la Amazonía en general era un medio hostil e inhospitalario poblado por peligrosos “salvajes”, que no representaban ningún interés particular. En el siglo XX, con la explotación creciente de recursos –y especialmente del petróleo-, la Amazonía atrajo nuevamente la atención de los Estados-naciones. Este fenómeno es sin duda alguna paradójico: por un lado, la mirada que se comenzó a proyectar entonces sobre las culturas de la selva cambió totalmente. Los trabajos de antropólogos como Michael Harner y otros -por citar un ejemplo- revelaron en el caso shuar la riqueza cultural y la diversidad de esta sociedad, más allá de la imagen tradicional del Jíbaro reductor de cabezas. No obstante, a la par que se iba valorando esta riqueza humana, se iba destruyendo cada vez más su entorno natural; los desastres ecológicos que han provocado los diversos campos de explotación de recursos en la Amazonía son más que conocidos.
ANTROPOLOGÍA Y ARQUEOLOGÍA
La investigación antropológica llevada a cabo en la Amazonía en las últimas décadas concuerda en establecer que la supuesta separación cultural entre Andes y Selva no es ni ha sido tan tajante como se lo podría haber creído en un principio. Esta idea sería en realidad un prejuicio que se creó a partir de la colonia (Ramírez de Jara, 1996; Taylor, 1988). Así, contrariamente a lo comúnmente establecido, Sierra y Amazonía no se han desarrollado de forma aislada (Bray, 1998). Tal como lo confirman los datos arqueológicos y etnohistóricos, los contactos precolombinos entre Andes y Amazonía se dividen de hecho en episodios de intercambio y de guerra. En épocas precolombinas, Andes y Selva “eran las mitades fundadoras de una identidad funcional” (Ramírez de Jara, 1996: 7). En este sentido, las zonas de transición entre la Sierra y la Amazonía –como el valle del río Cuyes por ejemplo- son particularmente reveladoras respecto al contacto con las culturas andinas.
Más que una zona de transición ecológica, el piedemonte andino es efectivamente para Bray una “zona intermedia entre los dos grandes universos culturales de Suramérica”, lo cual explica el interés de este tipo de región, caracterizada por Bray como doble periferia: periferia del mundo andino, y periferia del mundo amazónico a la vez (Bray, 1995: 31). Así, señala la importancia de la ceja de selva, esfera de contacto imprescindible entre Sierra y Amazonía (Ramírez de Jara, 1996).
Desde el punto de vista de la arqueología más concretamente, la Amazonía ha sido a menudo percibida como una “zona periférica con relación al desarrollo de las civilizaciones andinas” (Saulieu de, 2006), justamente dentro de este prejuicio cultural que -como vimos- se vino fomentando desde la Colonia. En el Ecuador, la investigación arqueológica en la Amazonía es bastante reciente, siendo Bushnell (1946), Rampón Zardo (Saulieu de, 2006), Meggers y Evans (1956), así como Porras (1971, 1975 a, 1975 b, 1978, 1987) o Harner (1972) los pioneros de una serie de estudios de esta índole que se han desarrollado en la Amazonía desde los años noventa, a partir de los proyectos de arqueología de los Quijos (Cuellar, 2006), del Upano (Rostain, 1999; Rostoker, 2005; Salazar, 2000; 2004;), de Morona-Santiago (Carrillo, 2003, n/d; Ledergerber, 1995, 2006, 2007, 2008) o de la región de Loja y Zamora-Chinchipe (Saulieu de, 2006; Guffroy, 2004; Valdez, 2008ª, 2008b, 2009ª, 2009b, Valdez et al., 2005). Los descubrimientos de estos investigadores demuestran que la Amazonía precolombina está lejos de ser el espacio de barbarie cultural que por mucho tiempo se pintaba. Se ha querido homogeneizar a las culturas precolombinas de la Amazonía, pero estos aportes demuestran que la historia cultural de la Amazonía es mucho más diversa y compleja. El arqueólogo francés Geoffroy de Saulieu (2006) propone un escenario cultural hipotético para la época precolombina en la Amazonía, el cual divide en dos etapas.
En la primera, que abarca los periodos Formativo y de Desarrollo Regional (3 500 - 300 a.C.), las culturas de la Alta Amazonía (o estribaciones orientales) se habrían desarrollado a la par de sus vecinos de los Andes Centrales y Septentrionales, en estrecha relación con ellos. Es así como en la segunda fase de este proceso, las culturas de la alta Amazonía se habrían caracterizado por la producción de arquitectura monumental. El sitio arqueológico de Palanda, con su impresionante monumentalidad y el trabajo excelso de la alfarería y la lítica es un ejemplo característico del nivel de refinamiento cultural que se podía encontrar en esa época en la Amazonía. El sector de San Miguel de Cuyes, en la parroquia homónima del cantón Gualaquiza, es otro ejemplo de arquitectura precolombina temprana en la alta Amazonía.
En una segunda etapa, la expresión de influencias locales y de grupos culturales nuevos emparentados a las sociedades amazónicas rastreadas gracias a la evidencia etnohistórica, da un curso distinto a las dinámicas culturales del sector. Según de Saulieu, grupos culturales venidos de la Baja Amazonía llegan poco a poco a dominar en la zona. El arqueólogo Jaime Idrovo (2000) plantea que este flujo migratorio llegó hacia lo que se serían las actuales provincias de Azuay y Cañar hacia el primer milenio después de Cristo. La llegada de este flujo cultural habría acarreado una serie de consecuencias en toda la escala de las manifestaciones culturales y desde luego, en el registro arqueológico de la alta Amazonía. Entre estas consecuencias, desaparece la monumentalidad y el tipo de organización política se simplifica. No obstante, hubo al parecer excepciones. El arqueólogo señala de hecho que en las zonas de ceja de montaña, tales como el valle del río Cuyes:
Los datos etnohistóricos nos permiten reconocer los diversos grupos étnicos y muchas veces de origen lejano, los cuales tienen funcionamientos sociales complejos y jerarquizados, con sistemas de producción especializada (particularmente el oro, la cerámica y los tejidos de algodón). Los intercambios a través de grandes distancias, se concentran en algunos grandes ejes formados por el Napo, el Marañón, el Ucayali y el Huallaga (sal, curare, oro, algodón, aceite de tortuga, etc.) y parecen controlados por estas poblaciones que tienen una inclinación fuerte para la navegación y el intercambio fluvial (Saulieu de, 2006: 20).
En ese sentido, la ceja de montaña y su riqueza natural y cultural serían algo así como un punto de encuentro entre mundo andino y cosmovisión amazónica, que definió los procesos posteriores que se dieron en ambos mundos (Valdez, comunicación personal).
La abundante arquitectura precolombina existente en el valle del río Cuyes (18 sitios monumentales registrados hasta el momento) descarta de entrada la idea según la cual el medio hostil de la Amazonía imposibilita la existencia de grupos culturales lo suficientemente organizados como para poder levantar semejantes estructuras. Si bien los sitios más tempranos del valle muestran indicios de haber sido construidos por Cañaris, el sitio El Cadi –el más espectacular de la zona- parece estar asociado a los llamados “Jíbaros”. No se sabe todavía con certeza si los demás conjuntos monumentales de la zona corresponden a culturas serranas o amazónicas, pero el material arqueológico recuperado de momento, junto a la información histórica y antropológica, abogaría por la hipótesis de que la región fue el escenario de un fuerte intercambio cultural entre Sierra y Amazonía, intercambio que de hecho subsiste en la actualidad (ver Lara, 2009, 2010).
En resumidas cuentas, queda claro aquí que desde la época de la Colonia, las circunstancias políticas contribuyeron a crear una imagen distorsionada de la Amazonía y sus culturas nativas. En el caso del valle del río Cuyes, se vio cómo esta imagen tomó al Jíbaro como representación de lo salvaje, lo incivilizado, lo sanguinario. Esta visión no se aplicó únicamente a la población jíbara de la época, sino que se extendió al pasado prehispánico amazónico en general. No obstante, la arqueología y la antropología revelan que la Amazonía precolombina es el crisol de una serie de culturas diversas que estuvieron ciertamente en conflicto entre ellas y con los grupos culturales andinos, pero compartieron también intensos procesos de intercambio con ellos. En este sentido, la Amazonía tuvo un papel protagónico en el desarrollo del mundo andino tal como se lo conoce en la actualidad, lo cual contradice notoriamente la imagen de barbarie que por mucho tiempo se le atribuyó a la Amazonía.
No obstante, la Amazonía ha sido excluida del ideal de unidad nacional y de interculturalidad proclamado por los gobiernos de turno desde la creación de la República. Es de esperar que gracias al trabajo conjunto de antropólogos, arqueólogos y autoridades locales, el Estado tome plenamente consciencia del respeto que merece la Amazonía como espacio cultural y natural, y la incluya plenamente dentro de su esquema gubernamental, en el mismo plano que a los demás centros socio-económicos del país.
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La llegada de los europeos a América significó un trastorno cultural completo para el Viejo Mundo: a través de los ojos de los primeros exploradores, clérigos y militares que llegaron con Cristóbal Colón, el "Occidente" de aquel entonces descubría asombrado toda una nueva dimensión espacial y humana radicalmente distinta a lo que conocía hasta ese momento. Desde un punto de vista geográfico, Europa tomaba conocimiento de la impresionante diversidad de los paisajes de América, desde los inmensos bosques de coníferos y los grandes lagos de América del Norte, hasta los desiertos de la Patagonia, pasando por la cadena de montañas que se extiende desde Alaska hasta la Tierra de Fuego, las costas tanto del Pacífico como del Atlántico, y finalmente, las tupidas selvas tropicales de América central y del Sur –entre otros ecosistemas-. Tal como los primeros exploradores europeos lo notaron inmediatamente, estos suntuosos panoramas eran el escenario de culturas no menos deslumbrantes por su diversidad y su riqueza, comenzando por los Incas y los Aztecas, que eran los dos grandes imperios precolombinos que existían en esa época en América. Hay que imaginarse que para los Europeos de esa época, descubrir América era como si hoy en día nosotros encontráramos un planeta nuevo poblado por extraterrestres. De hecho, este “Nuevo Mundo”, como muy pronto se lo llegó a llamar, era tan diferente de Europa, que el único punto de comparación que encontraron los Europeos para tratar de entenderlo eran los relatos de la mitología griega y romana, con sus criaturas mágicas, tanto monstruos como semi-dioses. Se recordará por ejemplo a las famosas amazonas, estas mujeres fantásticas que aventureros europeos certifican haber visto en una inmensa y tupida jungla tropical, a la cual consiguientemente bautizaron bajo el nombre de AMAZONÍA.
La Amazonía llegó muy pronto a ser la sede predilecta de los mitos más descabellados, (el de El Dorado por ejemplo). Los diversos grupos humanos que ahí habitaban escandalizaron en gran medida a los Europeos por sus prácticas que, según los conquistadores, iban en contra de la moral y las buenas costumbres. Desde luego, estas culturas tenían otras lógicas, otra moral y otras “buenas costumbres”, conceptos que, desde luego, son relativos desde muchos puntos de vista. Lo cierto es que los Europeos trataron de apropiarse los territorios de la Amazonía, dentro de un afán económico (para tener acceso a metales preciosos sobre todo), y un interés evangelizador. Lastimosamente, las consecuencias fueron nefastas para muchos habitantes autóctonos: epidemias, sometimiento a trabajos forzados, pérdida de tierras y de costumbres ancestrales. La reacción de quienes sobrevivieron no se hizo esperar: levantamientos como el de los Quijos, en 1578, se multiplicaron en la Amazonía, y destruyeron algunos de los asentamientos españoles en la zona. Más que nunca, la Amazonía llegó a ser percibida como un “infierno verde” poblado por “tribus salvajes y sanguinarias”. En realidad, la Amazonía era un espacio poco conocido y lo que no se conoce o comprende es generalmente despreciado y/o temido.
Uno de los grupos culturales que fue el más estigmatizado por este prejuicio fueron quienes en esa época eran conocidos como “Jíbaros”, antepasados del actual grupo étnico shuar. No hay duda que desde un principio, los “Jíbaros” impresionaron y escandalizaron también a los Españoles por su costumbre de reducir las cabezas de sus enemigos (la famosa “tstantza”). Los “reductores de cabeza” no dudaron en confirmar su fama de luchadores aguerridos frente a los ataques españoles. Esta imagen que se creó en torno al “Jíbaro” se asentó poco a poco en el imaginario colectivo y sigue teniendo consecuencias hasta en la actualidad.
El propósito de esta presentación es ilustrar esta imagen creada en torno a los “Jíbaros” desde la Colonia, tal como la plasman los documentos históricos y las leyendas de una zona muy concreta, a saber el Valle del Río Cuyes (cantón Gualaquiza), y confrontar esta imagen a los datos que nos ofrece la arqueología de la zona y de otros lugares cercanos. Como algunos de ustedes saben, soy arqueóloga, y estoy trabajando en el valle del río Cuyes desde que estudiaba en el Departamento de Antropología y Arqueología de la Católica en donde me gradué. Gracias a un convenio entre la Ilustre Municipalidad del Cantón Gualaquiza y el Instituto Nacional de Patrimonio Cultural, tuve la oportunidad de llevar a cabo un proyecto de excavaciones arqueológicas en la zona. Expuse ya los resultados de mi trabajo en varias ocasiones. Éstos están también disponibles en el Internet, y podrán consultarlos en un resumen que saldrá en la revista publicada por la Municipalidad con motivo de las fiestas del Cantón. En esta ocasión justamente, la Alcladía tuvo la gentileza de invitarme a este foro cultural, por lo cual agradezco particularmente al Sr. Alcalde y a los Sres. Milton Ordóñez y Víctor Macas.
El tema que trataré el día de hoy es un poco novedoso en relación a lo que he presentado en otras ocasiones, pero es una temática que siempre he querido abordar desde que comencé a trabajar en el valle del río Cuyes, especialmente en la etapa en que fui llevada a consultar documentos históricos y a recopilar leyendas y tradiciones orales sobre la zona. En este sentido, en una primera instancia, les propongo recorrer un poco los documentos históricos y las leyendas que ponen en escena a los llamados “Jíbaros” en el valle del río Cuyes, de manera a entender mejor cómo se les pintaba concretamente desde la época de la Colonia y cómo esta imagen fue perdurando a través de los siglos hasta la actualidad. Luego, nos enfocaremos en lo que nos revelan la antropología y la arqueología sobre estos “Jíbaros” y las culturas amazónicas en general. ¿Eran únicamente culturas que vivían en guerra constante con sus vecinos? ¿No tuvieron acaso algún otro papel frente a las demás culturas precolombinas?
ETNOHISTORIA Y TRADICIONES ORALES
La primera referencia escrita que se tiene acerca de la existencia de una ruta de acceso a la región de los Cuyes en la Colonia se la encuentra en 1550, con ocasión de los intentos de conquista de los Jíbaros por Benavente, quien se prometió "regresar más tarde a esta conquista, pese a los obstáculos naturales y a la hostilidad de los Xíbaros, pero pasando esta vez por el Zangorima o río Cuyes" (Benavente, 1994: 60).
Esta visión hostil de los Jíbaros aparece luego en el testimonio de fray Domingo de los Ángeles, quien, en 1582, hace referencia a los habitantes precolombinos del valle del río Cuyes:
Las guerras que tenían antes que dieren la obediencia a Su majestad, era con los indios xíbaros, por les quitar sus mujeres, y con los zamoranos sobre y en razón de defender las salinas (De los Ángeles, 1991: 379).
Esta representación agresiva del Jíbaro no se refiere únicamente a la realidad española de la Colonia temprana, sino que es también generalizada a la época precolombina en su más amplia aceptación.
Según el antropólogo Peter Ekstrom (1981), quien trabajó en el valle del río Cuyes entre los años 70 y 80, los españoles fueron expulsados de la zona a principios del siglo XVII. Hasta fines del siglo XIX, se cree que el valle fue usado como territorio de caza por los Shuars. Efectivamente, Vásquez de Espinoza, asegura que
en 1621, los jíbaros entraron a la Sierra por los Cuyes y conquistaron este poblado (…): después de este asalto, la frontera oriental de la provincia de Cuenca había caído en poder de los salvajes y ya no había “cosa segura” (en Chacón, 1989: 50).
Más de 100 años después, el pánico generado por la imagen de los Jíbaros perdura en el imaginario colectivo. Tello reporta así el testimonio de José de Castro, un soldado que entró al valle del río Cuyes por Xima con un destacamento de hombres. Tuvieron que huir de la zona por temor a “unos indios tan feroces que los suponían más valerosos que los caníbales”, los cuales, como lo revela luego el texto, resultan ser Jívaros mismos. (Tello, 1992: 466; 468).
En 1880, hubo intentos de colonización blanco-mestiza del sector del actual pueblo de San Miguel de Cuyes desde Jima, pero al parecer, no tuvieron éxito (Ekstrom, 1981). En los años 30, una nueva ola migratoria llega al valle para explotar sus placeres de oro; algunos de los mineros deciden luego asentarse con sus familias en el sector (Ibid.). A partir de ese momento, y luego con el auge de la cascarilla, la población del valle creció de manera irregular, hasta alcanzar las 1 000 personas aproximadamente en los años 70 (Ibid.). En la actualidad, se observa no obstante que luego de la política de colonización promovida por el CREA en esa época y con la última crisis económica de 1998, el valle se está despoblando nuevamente. Las comunidades shuar viven actualmente en la parte baja del valle, en el margen izquierdo del río, entre las parroquias de Nueva Tarqui y Bomboiza.
Ahora bien: ¿Qué relatan las tradiciones orales acerca de la presencia “jíbara” en el valle? Se revisarán brevemente los escritos de dos autores locales (Aguilar Vásquez y Durán) y de un antropólogo, Peter Ekstrom.
La obra de Aguilar Vásquez Jima (1974) es sin duda alguna la más representativa de las narraciones locales sobre el pasado precolombino del valle del río Cuyes. El autor, jimeño de nacimiento, recopiló así documentos históricos y elementos de la tradición oral local que le permitieron rastrear la historia del sitio en una novela situada entre ficción y realidad, según él mismo lo señala en el prólogo. Se trata de un hermoso relato poético; para quienes no lo han leído se les aconseja que lo hagan, más aún por lo que trata de la riqueza cultural y natural de esta zona. Aguilar Vásquez describe el origen de su obra:
Peregrino atento i emocionado, anduve las sendas de su Historia; con el espíritu ardiendo como una tea recorrí las rutas de su Leyenda i, en todas partes, fui aldeano vinculado íntimamente con la tierra morena i fecunda de los Andes nativos (Aguilar, 1974: 11).
Según esta narración, los Cuyes eran cañaris, originarios de Xima para ser más precisos (Aguilar, 1974: 31).
Piadosa la luna les enseñó primero a fabricar husos i telares i luego a esquilar llamas, hilar y tejer sus propias vestiduras. Les enseñó también a utilizar hilo de algodón para sus ponchos i sus pindulinas.
Sabían los Cañaris de Zhima, que en el principio del mundo una laguna, la Zhuruguiña, en un furioso tronar de espumas i resplandores, dio a luz una serpiente a la cual hubo de aprisionar en el fondo de su lecho; para evitar el aniquilamiento de sus fieles devotos por la cólera venenosa del reptil (Aguilar, 1974: 59).
A raíz de la invasión inca, los Zhimeños huyeron hacia un valle, dirigidos por su jefe, Zhimacela, el “señor del maíz”. La cantidad de cuyes salvajes del sitio les impresionó tanto, que decidieron llamarlo “Cuyes”, y nombraron al roedor como su emblema tutelar. Supieron sacar provecho de la generosidad de la tierra, de las plumas de las aves exóticas, las esencias, las resinas, el oro… (Ibid.)
Oro en polvo, el mejor de cuantos cría la Cordillera de los Andes. Lentamente el Jefe añadió: En los cerros de la marca, en los primeros días de la luz, antes de que hubiera sol, nació una doncella de rara hermosura: su piel estaba hecha de luna, sus ojos de cielo i su cabellera de oro purísimo, se llamaba Huaca. Fueron suyos desde entonces los ríos i las lagunas, los venados, las perdices i los pastos silvestres. Ella viste a las aves y algunas veces enreda en las alas de los Quindes algunos cabellos suyos. Ella, la Huaca, enseñó a los Cañaris a lavar oro i convertirlo luego en coronas i en joyas; porque el oro es adorno de los templos, de los bastones de mando, de las frentes de los Huainaros, de las manos i las piernas de las mujeres (Aguilar, 1974: 52).
Poco a poco, volvieron a organizar sus vidas en su nueva tierra de acogida, repartiéndola entre sus diversos ayllus, dieciséis en total: los Tarichumas, los Zhimacelas, los Tacsas, los Andicelas, los Guaillacelas, los Ataribana, los Suin, los Morochos, los Litumas, los Mallas, los Suqui, los Llivicuma, los Matailos, los Sinchi, los Puchas y los Naulas.
Estos diferentes tupus hallábanse diseminados en el vasto sistema orográfico, accidentado i de laderas arables, que forman el Nudo del Silván al hundir sus contrafuertes en la Cordillera Oriental. Zona agrícola amplia de varios kilómetros cuadrados, regada por arroyos i ríos claros i repartida casi por igual entre dehesas i tierras labrantías.
La selva aisló a los zhimeños del yugo inca (Aguilar, 1974: 45).
“Un Cañari de Xhima nunca ha tenido más jefes que los suyos”. Pero los españoles no tardaron en llegar, y Núñez de Bonilla bajó al Cuyes desde Zhima.
“Moriré” se llamará este páramo exclamó en injuria lapidaria el capitán de Castilla la Vieja, i todavía Moriré se denomina la cumbre homicida (Aguilar, 1974: 49).
Los Zhimeños lo guiaron en su recorrido por el valle del río Cuyes. Le hablaron de los temidos “Chusalongos” de la selva, los hombres verdes, o Jívaros (idem: 54), quienes viven más allá del Bomboiza.
Según Aguilar, a pesar de la presencia española, los habitantes del valle del río Cuyes mantuvieron una gran autonomía, por lo que no tuvieron que ser sometidos al trabajo forzado impuesto por los Españoles ni a una evangelización agresiva.
A raíz de un litigio con los españoles por invasión de sus tierras, los Cuyes dirigieron un reclamo al mismísimo Felipe II; aquí, Aguilar introduce esta vez un documento al parecer verídico escrito por el cacique Tassa. Obtienen una respuesta favorable del Rey, pero los problemas no terminan ahí: el adivino de la comunidad predice una incursión asesina de los Jíbaros en el valle, a raíz de lo cual logran anticipar su huida. No obstante, la agilidad de los Jíbaros les obliga a acelerar el paso, y a dejar en Guachapala sus tan preciadas campanas de oro, obsequio de Carlos V. A pesar de sus esfuerzos, son finalmente alcanzados por sus perseguidores, con quienes se enfrentan en una batalla terrible bajo la mirada de un cuadro de la Virgen del Rosario. Auxiliados por las fuerzas de la naturaleza, logran al fin vencer a sus asaltantes, pero el cuadro de la Virgen desaparece misteriosamente. Lo encuentran bajo un capulí, en donde deciden levantar una iglesia en honor a la Virgen (Ibid.), al milagro del cuadro, y sobre todo, en agradecimiento por el feliz desenlace de la aventura.
Otro autor, Durán, asegura que antes de la llegada de los Españoles, en el valle del río Cuyes vivían poblaciones Cañaris y Shuars. En una cita tomada de Núñez de Bonilla, Durán resalta que éste
recorrió Sangurima, y Macas, y Quizina y Zumaco, entre los cuales territorios se cuenta Cuyes: los indios vestidos que menciona (eran Cañaris) le dieron la obediencia; mas los salvajes y desnudos jíbaros no se sometieron, y se escondieron en los bosques, matando a varios españoles (Durán, 1938: 205).
Durán hace también referencia a la huida hacia Jima de los Cuyes perseguidos por los Jíbaros, al abandono de las campanas, así como a la intercesión de la Virgen a favor de los fugitivos, liderados por Pedro Tarichuma (Ibid.).
En sus trabajos sobre la zona del Cuyes, el antropólogo Peter Ekstrom (1975) menciona también este relato, con algunas variaciones: hace referencia a la existencia de una ciudad muy poblada de la importancia de Cuenca cerca del actual pueblo de Nueva-Tarqui, construida por los Españoles para explotar los placeres auríferos del sector. Se trataba de una colonia favorecida por la Corona Española, de quien recibió múltiples obsequios de valor. Para algunos, la ciudad en cuestión era Logroño de los Caballeros, o un asentamiento equivalente, que fue destruido de la misma manera durante los levantamientos “jívaros” de 1599. En esta versión recogida por Ekstrom (Ibid.), son no obstante españoles quienes huyen hacia Jima, dejando tras ellos los objetos regalados por la Corona Española. El cuadro de la Virgen les señala el lugar de construcción de Jima, en ese entonces habitada por Cañaris según esta versión.
En resumidas cuentas, la identidad de quienes protagonizan esta leyenda no es muy clara: cañaris, españoles, mestizos… Lo cierto es que este relato ratifica la imagen de terror protagonizada por los llamados Jíbaros. Si bien una leyenda no es un relato histórico, su valor radica en que transmite una percepción particular sobre los elementos que pone en escena, y se inspira generalmente en hechos que sí tienen un fundamento real. En este caso, es sabido que los Jíbaros rechazaron efectivamente a una población (cañarí o española) hacia la cordillera, y que a raíz de este hecho, se creó una imagen de temor en torno a ellos, tal como lo demuestran los documentos históricos. Esta imagen siguió teniendo un impacto hasta bien avanzado el siglo XX. Hasta hace poco, se pensaba que la Amazonía en general era un medio hostil e inhospitalario poblado por peligrosos “salvajes”, que no representaban ningún interés particular. En el siglo XX, con la explotación creciente de recursos –y especialmente del petróleo-, la Amazonía atrajo nuevamente la atención de los Estados-naciones. Este fenómeno es sin duda alguna paradójico: por un lado, la mirada que se comenzó a proyectar entonces sobre las culturas de la selva cambió totalmente. Los trabajos de antropólogos como Michael Harner y otros -por citar un ejemplo- revelaron en el caso shuar la riqueza cultural y la diversidad de esta sociedad, más allá de la imagen tradicional del Jíbaro reductor de cabezas. No obstante, a la par que se iba valorando esta riqueza humana, se iba destruyendo cada vez más su entorno natural; los desastres ecológicos que han provocado los diversos campos de explotación de recursos en la Amazonía son más que conocidos.
ANTROPOLOGÍA Y ARQUEOLOGÍA
La investigación antropológica llevada a cabo en la Amazonía en las últimas décadas concuerda en establecer que la supuesta separación cultural entre Andes y Selva no es ni ha sido tan tajante como se lo podría haber creído en un principio. Esta idea sería en realidad un prejuicio que se creó a partir de la colonia (Ramírez de Jara, 1996; Taylor, 1988). Así, contrariamente a lo comúnmente establecido, Sierra y Amazonía no se han desarrollado de forma aislada (Bray, 1998). Tal como lo confirman los datos arqueológicos y etnohistóricos, los contactos precolombinos entre Andes y Amazonía se dividen de hecho en episodios de intercambio y de guerra. En épocas precolombinas, Andes y Selva “eran las mitades fundadoras de una identidad funcional” (Ramírez de Jara, 1996: 7). En este sentido, las zonas de transición entre la Sierra y la Amazonía –como el valle del río Cuyes por ejemplo- son particularmente reveladoras respecto al contacto con las culturas andinas.
Más que una zona de transición ecológica, el piedemonte andino es efectivamente para Bray una “zona intermedia entre los dos grandes universos culturales de Suramérica”, lo cual explica el interés de este tipo de región, caracterizada por Bray como doble periferia: periferia del mundo andino, y periferia del mundo amazónico a la vez (Bray, 1995: 31). Así, señala la importancia de la ceja de selva, esfera de contacto imprescindible entre Sierra y Amazonía (Ramírez de Jara, 1996).
Desde el punto de vista de la arqueología más concretamente, la Amazonía ha sido a menudo percibida como una “zona periférica con relación al desarrollo de las civilizaciones andinas” (Saulieu de, 2006), justamente dentro de este prejuicio cultural que -como vimos- se vino fomentando desde la Colonia. En el Ecuador, la investigación arqueológica en la Amazonía es bastante reciente, siendo Bushnell (1946), Rampón Zardo (Saulieu de, 2006), Meggers y Evans (1956), así como Porras (1971, 1975 a, 1975 b, 1978, 1987) o Harner (1972) los pioneros de una serie de estudios de esta índole que se han desarrollado en la Amazonía desde los años noventa, a partir de los proyectos de arqueología de los Quijos (Cuellar, 2006), del Upano (Rostain, 1999; Rostoker, 2005; Salazar, 2000; 2004;), de Morona-Santiago (Carrillo, 2003, n/d; Ledergerber, 1995, 2006, 2007, 2008) o de la región de Loja y Zamora-Chinchipe (Saulieu de, 2006; Guffroy, 2004; Valdez, 2008ª, 2008b, 2009ª, 2009b, Valdez et al., 2005). Los descubrimientos de estos investigadores demuestran que la Amazonía precolombina está lejos de ser el espacio de barbarie cultural que por mucho tiempo se pintaba. Se ha querido homogeneizar a las culturas precolombinas de la Amazonía, pero estos aportes demuestran que la historia cultural de la Amazonía es mucho más diversa y compleja. El arqueólogo francés Geoffroy de Saulieu (2006) propone un escenario cultural hipotético para la época precolombina en la Amazonía, el cual divide en dos etapas.
En la primera, que abarca los periodos Formativo y de Desarrollo Regional (3 500 - 300 a.C.), las culturas de la Alta Amazonía (o estribaciones orientales) se habrían desarrollado a la par de sus vecinos de los Andes Centrales y Septentrionales, en estrecha relación con ellos. Es así como en la segunda fase de este proceso, las culturas de la alta Amazonía se habrían caracterizado por la producción de arquitectura monumental. El sitio arqueológico de Palanda, con su impresionante monumentalidad y el trabajo excelso de la alfarería y la lítica es un ejemplo característico del nivel de refinamiento cultural que se podía encontrar en esa época en la Amazonía. El sector de San Miguel de Cuyes, en la parroquia homónima del cantón Gualaquiza, es otro ejemplo de arquitectura precolombina temprana en la alta Amazonía.
En una segunda etapa, la expresión de influencias locales y de grupos culturales nuevos emparentados a las sociedades amazónicas rastreadas gracias a la evidencia etnohistórica, da un curso distinto a las dinámicas culturales del sector. Según de Saulieu, grupos culturales venidos de la Baja Amazonía llegan poco a poco a dominar en la zona. El arqueólogo Jaime Idrovo (2000) plantea que este flujo migratorio llegó hacia lo que se serían las actuales provincias de Azuay y Cañar hacia el primer milenio después de Cristo. La llegada de este flujo cultural habría acarreado una serie de consecuencias en toda la escala de las manifestaciones culturales y desde luego, en el registro arqueológico de la alta Amazonía. Entre estas consecuencias, desaparece la monumentalidad y el tipo de organización política se simplifica. No obstante, hubo al parecer excepciones. El arqueólogo señala de hecho que en las zonas de ceja de montaña, tales como el valle del río Cuyes:
Los datos etnohistóricos nos permiten reconocer los diversos grupos étnicos y muchas veces de origen lejano, los cuales tienen funcionamientos sociales complejos y jerarquizados, con sistemas de producción especializada (particularmente el oro, la cerámica y los tejidos de algodón). Los intercambios a través de grandes distancias, se concentran en algunos grandes ejes formados por el Napo, el Marañón, el Ucayali y el Huallaga (sal, curare, oro, algodón, aceite de tortuga, etc.) y parecen controlados por estas poblaciones que tienen una inclinación fuerte para la navegación y el intercambio fluvial (Saulieu de, 2006: 20).
En ese sentido, la ceja de montaña y su riqueza natural y cultural serían algo así como un punto de encuentro entre mundo andino y cosmovisión amazónica, que definió los procesos posteriores que se dieron en ambos mundos (Valdez, comunicación personal).
La abundante arquitectura precolombina existente en el valle del río Cuyes (18 sitios monumentales registrados hasta el momento) descarta de entrada la idea según la cual el medio hostil de la Amazonía imposibilita la existencia de grupos culturales lo suficientemente organizados como para poder levantar semejantes estructuras. Si bien los sitios más tempranos del valle muestran indicios de haber sido construidos por Cañaris, el sitio El Cadi –el más espectacular de la zona- parece estar asociado a los llamados “Jíbaros”. No se sabe todavía con certeza si los demás conjuntos monumentales de la zona corresponden a culturas serranas o amazónicas, pero el material arqueológico recuperado de momento, junto a la información histórica y antropológica, abogaría por la hipótesis de que la región fue el escenario de un fuerte intercambio cultural entre Sierra y Amazonía, intercambio que de hecho subsiste en la actualidad (ver Lara, 2009, 2010).
En resumidas cuentas, queda claro aquí que desde la época de la Colonia, las circunstancias políticas contribuyeron a crear una imagen distorsionada de la Amazonía y sus culturas nativas. En el caso del valle del río Cuyes, se vio cómo esta imagen tomó al Jíbaro como representación de lo salvaje, lo incivilizado, lo sanguinario. Esta visión no se aplicó únicamente a la población jíbara de la época, sino que se extendió al pasado prehispánico amazónico en general. No obstante, la arqueología y la antropología revelan que la Amazonía precolombina es el crisol de una serie de culturas diversas que estuvieron ciertamente en conflicto entre ellas y con los grupos culturales andinos, pero compartieron también intensos procesos de intercambio con ellos. En este sentido, la Amazonía tuvo un papel protagónico en el desarrollo del mundo andino tal como se lo conoce en la actualidad, lo cual contradice notoriamente la imagen de barbarie que por mucho tiempo se le atribuyó a la Amazonía.
No obstante, la Amazonía ha sido excluida del ideal de unidad nacional y de interculturalidad proclamado por los gobiernos de turno desde la creación de la República. Es de esperar que gracias al trabajo conjunto de antropólogos, arqueólogos y autoridades locales, el Estado tome plenamente consciencia del respeto que merece la Amazonía como espacio cultural y natural, y la incluya plenamente dentro de su esquema gubernamental, en el mismo plano que a los demás centros socio-económicos del país.
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