Por Claude Lara Brozzesi (In Revista AFESE, N. 21, 1992, pp. 43-64)
Los días 19, 20 y 21 de noviembre del año 1990, en París, fueron y serán momentos cumbres de todo un proceso histórico. Primero, porque treinta y cuatro Jefes de Estado o de Gobierno se juntaron positivamente en el marco de la Conferencia sobre la Seguridad y la Cooperación en Europa (CSCE), luego, porque al firmar la Carta de París para una nueva Europa, se confirmó con toda certeza que: "Yalta ha terminado" o el "fin de la guerra fría". Y, finalmente, por primera vez en su historia, países europeos se reunieron para concebir conjuntamente una paz que no sea el resultado de una guerra.
En su trascendental discurso, el señor Mijail Gorbachov esbozó nuevos horizontes para el mundo occidental industrializado al definir, entre otras cosas, una inmensa tarea: "los pueblos europeo, estadounidense y canadiense se decidieron a crear una comunidad histórica sobre la base de principios comunes, los de la democracia y del humanismo".
Como contribución a esta Conferencia histórica divulgamos, al traducir los discursos de los Jefes de Estado o de Gobierno francés, oeste-alemán y soviético, así como al publicar las alocuciones del Presidente del Gobierno español y del Primer Ministro polaco, las declaraciones que pronunciaron estas diferentes personalidades, en el Centro de Conferencias Kléber de la capital francesa.
Traducción no oficial del ruso [Nota del autor: la traducción al francés es a veces defectuosa, y por lo tanto, tuvimos que hacer algunas correcciones en acorde con el sentido del discurso, con la esperanza de no haber traicionado esta alocución histórica del Señor Mijail Gorbachov].
ALOCUCIÓN PRONUNCIADA POR MIJAIL GORBACHOV, PRESIDENTE DE LA UNIÓN DE REPÚBLICAS SOCIALISTAS SOVIÉTICAS, DURANTE LA SESIÓN DE APERTURA DE LA CONFERENCIA SOBRE LA SEGURIDAD Y LA COOPERACIÓN EN EUROPA (CSCE) EN PARÍS, EL 19 DE NOVIEMBRE DE 1990.
Señor Presidente,
Señores Jefes de Estado y de Gobierno,
Señoras, Señores,
Nuestro encuentro se sitúa en un momento crucial de dos épocas y constituye en sí mismo un acontecimiento mayor.
Difícilmente nos imaginamos a alguien abarcar en su análisis el conjunto de las consecuencias de este hito que, probablemente, se harán sentir durante siglos.
Sin embargo, de aquí en adelante, podemos estar seguros de una cosa, el año en curso tuvo un papel decisivo en la época que se acaba y cuyo desenvolvimiento había sido marcado por dos guerras mundiales, así como por el antagonismo, largo de más de medio siglo, entre dos sistemas sociales diferentes.
Nos hemos comprometido en un mundo que tiene dimensiones diferentes y en el cual los valores universales comienzan a tener para todos un mismo significado, en donde la libertad y el bien del hombre, la importancia de la vida humana en sí misma están llamados en devenir, tanto el fundamento de la seguridad universal, como el criterio supremo del progreso.
Hace sólo dos o tres años, algunos encontraban ilusorio varios ideales que comenzaban a servir al perfeccionamiento de una línea política. Hasta se dudó, aun cuando se iniciaron los preparativos de esta reunión.
¿No colocaríamos la barra demasiado alto? ¿Los objetivos fijados son realistas? Por ahora las cosas están claras: la celebración misma de esta reunión constituye una prueba de los cambios muy profundos que ofrecen, por primera vez, la oportunidad de alcanzar un orden mundial que nunca se conoció anteriormente.
Se reconoció universalmente que el viraje histórico que se estaba dando en la Unión Soviética, representaba una de las modificaciones esenciales en el mundo; y, señalaba el paso:
del totalismo a la libertad y democracia, del sistema administrativo dirigista al pluralismo político y al Estado de derecho, en la economía, del monopolio estatal a la diversidad, y de la igualdad entre sí de las formas de propiedad, así como de las relaciones de mercado, de las relaciones unitarias a la unión entre Estados soberanos, basada en los principios de la federación.
Al permanecer grande, nuestro país ha cambiado y nunca más será el mismo. Nosotros nos abrimos al mundo y éste, por su lado, se abrió a nosotros.
Esto predeterminó el viraje radical en el eje mayor de las relaciones internacionales y orientó a los Estados los unos con los otros hacia una percepción totalmente diferente.
La apertura en las relaciones entre la URSS y los Estados Unidos ha tenido, en este sentido, un papel clave.
Hace exactamente cinco años, día por día, que la primera cumbre sovietoamericana se celebró en Ginebra, con el Presidente Reagan.
Desde entonces ¡qué largo camino ha recorrido el mundo! En esta época, se trataba de parar el deslizamiento hacia la catástrofe nuclear. Hoy día, la Unión Soviética y los Estados Unidos ya no son enemigos, sino socios.
Su comprensión mutua ha alcanzado un nivel tal que se vuelven mutuamente responsables por la paz y seguridad en la Tierra. Acercamiento, abertura, interacción y comunicación siempre más estrechos entre ambos países, como entre [Nota del autor: Añadimos estas dos palabras que no constan en francés para una mejor comprensión del texto] sus gobiernos y pueblos para el bien mayor de sí mismos y en el interés de cambios positivos en todas las partes del mundo, son tantos aportes a la civilización moderna.
Al perseguir una cooperación permanente en todos los expedientes ligados con la formación de un tipo nuevo de política mundial y al caminar hacia un periodo nuevo y pacífico de la historia, asumimos igualmente nuestro deber hacia otros pueblos.
El saneamiento general del clima, resultado de esta elección, ha evitado serios trastornos para Europa. Ya que, precisamente, en esta misma época cierto número de países estaban al borde de transformaciones sociales y políticas de carácter revolucionario.
Y, en el contexto de la "guerra fría", no habría sido posible contenerlas en un marco relativamente pacífico. Lo que, a su vez, era susceptible provocar una confrontación militar.
Sobre esta piedra de toque, los principios del nuevo pensamiento -libertad de elegir, desideologización de las relaciones entre Estados, igualdad sin condicionamiento alguno y excepción entre todos los países, no injerencia en los asuntos internos- pasaron la prueba para dar al mundo el fenómeno llamado confianza.
En esta óptica, la unificación de Alemania fue un acontecimiento de primera importancia, tanto al nivel europeo como en el aspecto mundial. Se colocó un punto final a la separación de una gran nación y de una Europa, durante cuarenta años, en dos campos.
Mientras que la reconciliación de los pueblos de la Unión Soviética y Alemania unificada, estipulada por acuerdos, constituye para la construcción europea un factor de cooperación y confianza a largo plazo, nosotros estimamos que los tratados y las declaraciones comunes, firmados en estos últimos tiempos por la URSS con Francia, Italia, España y Finlandia, han contribuido sustancial e inalienablemente a la puesta en práctica de un nuevo sistema político internacional en Europa.
Son textos cuyo principio mismo es nuevo y que vuelven la oposición entre el Este y Oeste de Europa, definitivamente absurda.
En su trascendental discurso, el señor Mijail Gorbachov esbozó nuevos horizontes para el mundo occidental industrializado al definir, entre otras cosas, una inmensa tarea: "los pueblos europeo, estadounidense y canadiense se decidieron a crear una comunidad histórica sobre la base de principios comunes, los de la democracia y del humanismo".
Como contribución a esta Conferencia histórica divulgamos, al traducir los discursos de los Jefes de Estado o de Gobierno francés, oeste-alemán y soviético, así como al publicar las alocuciones del Presidente del Gobierno español y del Primer Ministro polaco, las declaraciones que pronunciaron estas diferentes personalidades, en el Centro de Conferencias Kléber de la capital francesa.
Traducción no oficial del ruso [Nota del autor: la traducción al francés es a veces defectuosa, y por lo tanto, tuvimos que hacer algunas correcciones en acorde con el sentido del discurso, con la esperanza de no haber traicionado esta alocución histórica del Señor Mijail Gorbachov].
ALOCUCIÓN PRONUNCIADA POR MIJAIL GORBACHOV, PRESIDENTE DE LA UNIÓN DE REPÚBLICAS SOCIALISTAS SOVIÉTICAS, DURANTE LA SESIÓN DE APERTURA DE LA CONFERENCIA SOBRE LA SEGURIDAD Y LA COOPERACIÓN EN EUROPA (CSCE) EN PARÍS, EL 19 DE NOVIEMBRE DE 1990.
Señor Presidente,
Señores Jefes de Estado y de Gobierno,
Señoras, Señores,
Nuestro encuentro se sitúa en un momento crucial de dos épocas y constituye en sí mismo un acontecimiento mayor.
Difícilmente nos imaginamos a alguien abarcar en su análisis el conjunto de las consecuencias de este hito que, probablemente, se harán sentir durante siglos.
Sin embargo, de aquí en adelante, podemos estar seguros de una cosa, el año en curso tuvo un papel decisivo en la época que se acaba y cuyo desenvolvimiento había sido marcado por dos guerras mundiales, así como por el antagonismo, largo de más de medio siglo, entre dos sistemas sociales diferentes.
Nos hemos comprometido en un mundo que tiene dimensiones diferentes y en el cual los valores universales comienzan a tener para todos un mismo significado, en donde la libertad y el bien del hombre, la importancia de la vida humana en sí misma están llamados en devenir, tanto el fundamento de la seguridad universal, como el criterio supremo del progreso.
Hace sólo dos o tres años, algunos encontraban ilusorio varios ideales que comenzaban a servir al perfeccionamiento de una línea política. Hasta se dudó, aun cuando se iniciaron los preparativos de esta reunión.
¿No colocaríamos la barra demasiado alto? ¿Los objetivos fijados son realistas? Por ahora las cosas están claras: la celebración misma de esta reunión constituye una prueba de los cambios muy profundos que ofrecen, por primera vez, la oportunidad de alcanzar un orden mundial que nunca se conoció anteriormente.
Se reconoció universalmente que el viraje histórico que se estaba dando en la Unión Soviética, representaba una de las modificaciones esenciales en el mundo; y, señalaba el paso:
del totalismo a la libertad y democracia, del sistema administrativo dirigista al pluralismo político y al Estado de derecho, en la economía, del monopolio estatal a la diversidad, y de la igualdad entre sí de las formas de propiedad, así como de las relaciones de mercado, de las relaciones unitarias a la unión entre Estados soberanos, basada en los principios de la federación.
Al permanecer grande, nuestro país ha cambiado y nunca más será el mismo. Nosotros nos abrimos al mundo y éste, por su lado, se abrió a nosotros.
Esto predeterminó el viraje radical en el eje mayor de las relaciones internacionales y orientó a los Estados los unos con los otros hacia una percepción totalmente diferente.
La apertura en las relaciones entre la URSS y los Estados Unidos ha tenido, en este sentido, un papel clave.
Hace exactamente cinco años, día por día, que la primera cumbre sovietoamericana se celebró en Ginebra, con el Presidente Reagan.
Desde entonces ¡qué largo camino ha recorrido el mundo! En esta época, se trataba de parar el deslizamiento hacia la catástrofe nuclear. Hoy día, la Unión Soviética y los Estados Unidos ya no son enemigos, sino socios.
Su comprensión mutua ha alcanzado un nivel tal que se vuelven mutuamente responsables por la paz y seguridad en la Tierra. Acercamiento, abertura, interacción y comunicación siempre más estrechos entre ambos países, como entre [Nota del autor: Añadimos estas dos palabras que no constan en francés para una mejor comprensión del texto] sus gobiernos y pueblos para el bien mayor de sí mismos y en el interés de cambios positivos en todas las partes del mundo, son tantos aportes a la civilización moderna.
Al perseguir una cooperación permanente en todos los expedientes ligados con la formación de un tipo nuevo de política mundial y al caminar hacia un periodo nuevo y pacífico de la historia, asumimos igualmente nuestro deber hacia otros pueblos.
El saneamiento general del clima, resultado de esta elección, ha evitado serios trastornos para Europa. Ya que, precisamente, en esta misma época cierto número de países estaban al borde de transformaciones sociales y políticas de carácter revolucionario.
Y, en el contexto de la "guerra fría", no habría sido posible contenerlas en un marco relativamente pacífico. Lo que, a su vez, era susceptible provocar una confrontación militar.
Sobre esta piedra de toque, los principios del nuevo pensamiento -libertad de elegir, desideologización de las relaciones entre Estados, igualdad sin condicionamiento alguno y excepción entre todos los países, no injerencia en los asuntos internos- pasaron la prueba para dar al mundo el fenómeno llamado confianza.
En esta óptica, la unificación de Alemania fue un acontecimiento de primera importancia, tanto al nivel europeo como en el aspecto mundial. Se colocó un punto final a la separación de una gran nación y de una Europa, durante cuarenta años, en dos campos.
Mientras que la reconciliación de los pueblos de la Unión Soviética y Alemania unificada, estipulada por acuerdos, constituye para la construcción europea un factor de cooperación y confianza a largo plazo, nosotros estimamos que los tratados y las declaraciones comunes, firmados en estos últimos tiempos por la URSS con Francia, Italia, España y Finlandia, han contribuido sustancial e inalienablemente a la puesta en práctica de un nuevo sistema político internacional en Europa.
Son textos cuyo principio mismo es nuevo y que vuelven la oposición entre el Este y Oeste de Europa, definitivamente absurda.
Señores,
Los objetivos fijados en los términos del Acta final de Helsinki son para nosotros un punto de referencia inmutable. Este documento se adelantó a su tiempo. En los hechos fue una tentativa por realizar la distensión en el marco del sistema fundado en Yalta y Potsdam. Pero, la incompatibilidad ideológica de los regímenes, que determinó la naturaleza de las relaciones entre Estados, produjo su efecto nocivo, de manera que la distensión de los años 70 se volvió la vitrina de la guerra psicológica. Los designios concebidos en Helsinki, actualmente, toman cuerpo. Lo que hace que estamos en medida de hablar en términos del todo concretos y apropiados de un espacio europeo jurídicamente enmarcado en los campos de: la seguridad, derechos humanos, economía e información.
Ideas similares las unas a las otras como: "casa europea, confederación europea, orden pacífico europeo", se conyugan entre sí para formar un tipo de proyecto político. Tenemos que, todos juntos, ponerlo en práctica en los años 90.
Una Europa unida, democrática y próspera, una comunidad y una asociación amistosa, no sólo al nivel de naciones y Estados, sino también entre millones de sus ciudadanos representa la esperanza de los grandes Europeos. Nuestra generación está llamada en comenzar a transformarla en realidades irreversibles del siglo venidero.
Y ello, al tener constantemente en cuenta que Europa sólo es una parte del mundo y que su suerte no se decide en sus propias fronteras. Muchas cosas en el mundo que están alrededor de Europa se ponen, ellas también, en marcha.
Y éste va en el sentido de un orden mundial más seguro y civilizado, fundado ya no en la fuerza de las armas, sino en el diálogo entre iguales y en el equilibrio de intereses y en la armonía entre, de una parte, la soberanía y, por otra, la integridad de la humanidad de la época moderna.
La preocupación por asegurar la supervivencia del género humano, no sólo está orientada y casi exclusivamente sobre la eliminación del peligro de una guerra nuclear como esto fue aún el caso recientemente.
Siempre nos preocupamos más de los problemas "pacíficos" globales, y particularmente en: la ecología, energía, alimentación y abastecimiento de agua, flagelos sociales y criminalidad, miseria de las masas, endeudamiento externo, etc...
Pero también, y es algo particularmente notable, de la puesta en práctica de la solidaridad internacional para todos estos problemas.
Y, habríamos caído en una euforia imperdonable si concluyéramos, al estimar que la amenaza de una gran guerra en Europa es ahora prácticamente nula, que la posibilidad de graves situaciones conflictivas es, desde ahora, totalmente excluida.
En este momento asimismo, por parte de los países, en búsquedas tumultuosas por encontrar su ubicación en el seno del sistema del futuro. Pero, éstas sólo serán fructuosas si se entienden bien las dos realidades más importantes del mundo que conocemos: la multitud de las opciones para el desarrollo social y político que es inevitable y aun enriquecedora, y sin el respeto de la cual el principio de libertad de elegir pierde su valor, y al mismo tiempo, incompatible con el egoísmo nacionalista y el espíritu provinciano, la necesidad y significación en asociarnos, al adaptarnos los unos con los otros.
El desconocimiento de la pluralidad de las variables por retenerse, los intentos orientados en imponer tal o tal forma de vida como condición de la cooperación provocarán la suspición, la desconfianza, un nacionalismo militante y un separatismo irresponsable que llevarán en su surco conflictos y odios, la "balcanización" o, peor aún, la "libanización" de regiones enteras. Todo ello sería un frenazo para la construcción paneuropea y, contraproducente, para el proceso europeo.
Por todas estas razones es deseable proceder, inmediatamente después de la reunión de París, a la creación de estructuras e instituciones verdaderamente capaces de asegurar el establecimiento de un fondo económico, ecológico y tecnológico para una nueva Europa.
Los objetivos fijados en los términos del Acta final de Helsinki son para nosotros un punto de referencia inmutable. Este documento se adelantó a su tiempo. En los hechos fue una tentativa por realizar la distensión en el marco del sistema fundado en Yalta y Potsdam. Pero, la incompatibilidad ideológica de los regímenes, que determinó la naturaleza de las relaciones entre Estados, produjo su efecto nocivo, de manera que la distensión de los años 70 se volvió la vitrina de la guerra psicológica. Los designios concebidos en Helsinki, actualmente, toman cuerpo. Lo que hace que estamos en medida de hablar en términos del todo concretos y apropiados de un espacio europeo jurídicamente enmarcado en los campos de: la seguridad, derechos humanos, economía e información.
Ideas similares las unas a las otras como: "casa europea, confederación europea, orden pacífico europeo", se conyugan entre sí para formar un tipo de proyecto político. Tenemos que, todos juntos, ponerlo en práctica en los años 90.
Una Europa unida, democrática y próspera, una comunidad y una asociación amistosa, no sólo al nivel de naciones y Estados, sino también entre millones de sus ciudadanos representa la esperanza de los grandes Europeos. Nuestra generación está llamada en comenzar a transformarla en realidades irreversibles del siglo venidero.
Y ello, al tener constantemente en cuenta que Europa sólo es una parte del mundo y que su suerte no se decide en sus propias fronteras. Muchas cosas en el mundo que están alrededor de Europa se ponen, ellas también, en marcha.
Y éste va en el sentido de un orden mundial más seguro y civilizado, fundado ya no en la fuerza de las armas, sino en el diálogo entre iguales y en el equilibrio de intereses y en la armonía entre, de una parte, la soberanía y, por otra, la integridad de la humanidad de la época moderna.
La preocupación por asegurar la supervivencia del género humano, no sólo está orientada y casi exclusivamente sobre la eliminación del peligro de una guerra nuclear como esto fue aún el caso recientemente.
Siempre nos preocupamos más de los problemas "pacíficos" globales, y particularmente en: la ecología, energía, alimentación y abastecimiento de agua, flagelos sociales y criminalidad, miseria de las masas, endeudamiento externo, etc...
Pero también, y es algo particularmente notable, de la puesta en práctica de la solidaridad internacional para todos estos problemas.
Y, habríamos caído en una euforia imperdonable si concluyéramos, al estimar que la amenaza de una gran guerra en Europa es ahora prácticamente nula, que la posibilidad de graves situaciones conflictivas es, desde ahora, totalmente excluida.
En este momento asimismo, por parte de los países, en búsquedas tumultuosas por encontrar su ubicación en el seno del sistema del futuro. Pero, éstas sólo serán fructuosas si se entienden bien las dos realidades más importantes del mundo que conocemos: la multitud de las opciones para el desarrollo social y político que es inevitable y aun enriquecedora, y sin el respeto de la cual el principio de libertad de elegir pierde su valor, y al mismo tiempo, incompatible con el egoísmo nacionalista y el espíritu provinciano, la necesidad y significación en asociarnos, al adaptarnos los unos con los otros.
El desconocimiento de la pluralidad de las variables por retenerse, los intentos orientados en imponer tal o tal forma de vida como condición de la cooperación provocarán la suspición, la desconfianza, un nacionalismo militante y un separatismo irresponsable que llevarán en su surco conflictos y odios, la "balcanización" o, peor aún, la "libanización" de regiones enteras. Todo ello sería un frenazo para la construcción paneuropea y, contraproducente, para el proceso europeo.
Por todas estas razones es deseable proceder, inmediatamente después de la reunión de París, a la creación de estructuras e instituciones verdaderamente capaces de asegurar el establecimiento de un fondo económico, ecológico y tecnológico para una nueva Europa.
Esto crea la única posibilidad democrática de ejercer sobre la evolución interna de ciertos países, una influencia benéfica al protegerles contra las implosiones peligrosas de origen nacionalista o separatista.
Las pretensiones por un recorte territorial, que resultan de un mismo estado de ánimo, son particularmente inaceptables. Una vez iniciado, esto provocaría un proceso inverso de carácter destructivo que volvería a echar Europa en periodos de triste recordación de su historia.
Al volverse un sistema benévolo de Estados, Europa, caracterizada por el espíritu de apertura mutua y de cooperación multiforme, permanecerá la Europa de las patrias y naciones. Entonces, tenemos a dos procesos que se equilibran recíprocamente y, en las nuevas condiciones, igualmente dan estabilidad.
El espacio europeo sale del marco geográfico del Atlántico a los Urales. Incluye la Unión Soviética, que se extiende hasta las costas del Océano Pacífico, y, más allá del Atlántico, los Estados Unidos y Canadá quienes están ligados indisolublemente al Viejo Mundo por un destino histórico común.
Y si el proceso europeo alcanza el ritmo deseado, cada pueblo y país tendrá a su disposición, en un porvenir predecible al aportar su correspondiente contribución, el potencial de una comunidad de una potencia inédita que, en los hechos, rodearía toda la parte superior del globo.
¿Cómo enfocamos nosotros el proceso de creación de las estructuras panaeuropeas? ¿de la armadura de la casa europea?
Las pretensiones por un recorte territorial, que resultan de un mismo estado de ánimo, son particularmente inaceptables. Una vez iniciado, esto provocaría un proceso inverso de carácter destructivo que volvería a echar Europa en periodos de triste recordación de su historia.
Al volverse un sistema benévolo de Estados, Europa, caracterizada por el espíritu de apertura mutua y de cooperación multiforme, permanecerá la Europa de las patrias y naciones. Entonces, tenemos a dos procesos que se equilibran recíprocamente y, en las nuevas condiciones, igualmente dan estabilidad.
El espacio europeo sale del marco geográfico del Atlántico a los Urales. Incluye la Unión Soviética, que se extiende hasta las costas del Océano Pacífico, y, más allá del Atlántico, los Estados Unidos y Canadá quienes están ligados indisolublemente al Viejo Mundo por un destino histórico común.
Y si el proceso europeo alcanza el ritmo deseado, cada pueblo y país tendrá a su disposición, en un porvenir predecible al aportar su correspondiente contribución, el potencial de una comunidad de una potencia inédita que, en los hechos, rodearía toda la parte superior del globo.
¿Cómo enfocamos nosotros el proceso de creación de las estructuras panaeuropeas? ¿de la armadura de la casa europea?
Nosotros nos pronunciamos por una prorrogación enérgica y sin demora de las conversaciones de Viena que reunirían a todos los treinta y cuatro Estados. A parte de la reducción ulterior de sus fuerzas armadas y de la transformación de sus estructuras, hasta un nivel de suficiencia razonable, se empeñarían en elaborar nuevas medidas globales de confianza.
Lo mejor sería reunir, en el seno de "Viena-2", las dos ramificaciones de las negociaciones de la primera vuelta. Y llegó el momento de ampliar su contenido, al añadir nuevos tipos de armamentos y ante todo, los de la marina de guerra.
Los cambios políticos y psicológicos, que todos nosotros averiguamos y saludamos, con toda naturalidad ponen al orden del día el asunto del arma nuclear táctico en Europa. Estaríamos listos en un mes o dos en negociar este problema.
Nuestra proposición para ver claramente en conjunto lo que significa la "disuasión mínima" y, dónde, se sitúa el límite encima del cual el potencial del castigo nuclear se transforma en potencial ofensivo, atestigua de la disponibilidad de ir hacia la eliminación por etapa de este tipo de armas, sin dramatizar las divergencias existentes acerca del papel del arma nuclear en general.
De la misma manera, estamos listos para continuar, sin posponerlo para un plazo ulterior, una discusión concreta sobre "cielos abiertos". [Nota del autor: en 1955, el Presidente estadounidense Dwight Eisenhower propuso a la Unión Soviética una política denominada “Open Sky” o “Cielos abiertos”, la cual autorizaba cada país a controlar el despliegue militar del otro, desde el aire.]
La situación en los asuntos europeos es transitoria. Sin duda alguna, será preciso captar en sus detalles el sentido de este período. Pero lo que importa, es nuestra comprensión común en que debe ser pacífica.
He ahí por qué uno de los resultados prácticos los más importantes de nuestro encuentro, es el lanzamiento de la institucionalización del proceso europeo.
Entre las decisiones novadoras que versan en la puesta en práctica de un mecanismo en tres escalas, quiero poner énfasis particularmente en el Centro de Prevenciones de los Conflictos, que es una especie de regulador de la situación militar y política. Nosotros le reservamos un gran porvenir, con su transformación gradual, en un tipo de "Consejo panaeuropeo de seguridad", que dispondría de medios eficaces para apagar las chispas de cualquier conflicto.
Los dos años venideros, de aquí a Helsinki-II, serán el plazo para probar el mecanismo sin precedente de la interacción panaeuropea, que se habrá puesto en marcha aquí mismo, en París.
Una comprensión conjunta y el entendimiento del papel de los Estados Unidos y la URSS son particularmente importantes en las condiciones del periodo de transición. Fueran lo que fueran las dificultades con las cuales la Unión Soviética se enfrenta hoy día, permanecerá un gran valor mundial y europeo, e interpretará el papel activo y estabilizador que es el suyo, según sus enormes potencialidades.
En lo que se refiere a las alianzas militares -Tratado de Varsovia y OTAN- los Estados miembros del primero, quieren adoptar, probablemente antes del fin del año, importantes medidas, en vista de transformarlo y cambiar su carácter.
En cuanto al asunto de la OTAN, sus miembros deben solucionarlo. Pero quisiéramos que su transformación, anunciada ya, tomara en cuenta de una manera más valiosa los cambios muy profundos y probablemente ya irreversibles que se produjeron en Europa.
La suerte de las decisiones que vamos a tomar aquí depende por mucho de la posibilidad y actividades de las estructuras internacionales ya existentes, y que han probado su eficiencia y acumulado una experiencia útil para todos.
Lo mejor sería reunir, en el seno de "Viena-2", las dos ramificaciones de las negociaciones de la primera vuelta. Y llegó el momento de ampliar su contenido, al añadir nuevos tipos de armamentos y ante todo, los de la marina de guerra.
Los cambios políticos y psicológicos, que todos nosotros averiguamos y saludamos, con toda naturalidad ponen al orden del día el asunto del arma nuclear táctico en Europa. Estaríamos listos en un mes o dos en negociar este problema.
Nuestra proposición para ver claramente en conjunto lo que significa la "disuasión mínima" y, dónde, se sitúa el límite encima del cual el potencial del castigo nuclear se transforma en potencial ofensivo, atestigua de la disponibilidad de ir hacia la eliminación por etapa de este tipo de armas, sin dramatizar las divergencias existentes acerca del papel del arma nuclear en general.
De la misma manera, estamos listos para continuar, sin posponerlo para un plazo ulterior, una discusión concreta sobre "cielos abiertos". [Nota del autor: en 1955, el Presidente estadounidense Dwight Eisenhower propuso a la Unión Soviética una política denominada “Open Sky” o “Cielos abiertos”, la cual autorizaba cada país a controlar el despliegue militar del otro, desde el aire.]
La situación en los asuntos europeos es transitoria. Sin duda alguna, será preciso captar en sus detalles el sentido de este período. Pero lo que importa, es nuestra comprensión común en que debe ser pacífica.
He ahí por qué uno de los resultados prácticos los más importantes de nuestro encuentro, es el lanzamiento de la institucionalización del proceso europeo.
Entre las decisiones novadoras que versan en la puesta en práctica de un mecanismo en tres escalas, quiero poner énfasis particularmente en el Centro de Prevenciones de los Conflictos, que es una especie de regulador de la situación militar y política. Nosotros le reservamos un gran porvenir, con su transformación gradual, en un tipo de "Consejo panaeuropeo de seguridad", que dispondría de medios eficaces para apagar las chispas de cualquier conflicto.
Los dos años venideros, de aquí a Helsinki-II, serán el plazo para probar el mecanismo sin precedente de la interacción panaeuropea, que se habrá puesto en marcha aquí mismo, en París.
Una comprensión conjunta y el entendimiento del papel de los Estados Unidos y la URSS son particularmente importantes en las condiciones del periodo de transición. Fueran lo que fueran las dificultades con las cuales la Unión Soviética se enfrenta hoy día, permanecerá un gran valor mundial y europeo, e interpretará el papel activo y estabilizador que es el suyo, según sus enormes potencialidades.
En lo que se refiere a las alianzas militares -Tratado de Varsovia y OTAN- los Estados miembros del primero, quieren adoptar, probablemente antes del fin del año, importantes medidas, en vista de transformarlo y cambiar su carácter.
En cuanto al asunto de la OTAN, sus miembros deben solucionarlo. Pero quisiéramos que su transformación, anunciada ya, tomara en cuenta de una manera más valiosa los cambios muy profundos y probablemente ya irreversibles que se produjeron en Europa.
La suerte de las decisiones que vamos a tomar aquí depende por mucho de la posibilidad y actividades de las estructuras internacionales ya existentes, y que han probado su eficiencia y acumulado una experiencia útil para todos.
Pienso en las Comunidades europeas, Consejo europeo, las instituciones parlamentarias europeas, las organizaciones económicas internacionales y de Europa del Oeste, centros sociales, científicos e informativos y, por supuesto, en las asociaciones intersindicales e interpartidos.
Por una parte su adaptación a las nuevas condiciones, y por otra, la disponibilidad y capacidad en cooperar con ellos, por parte de los que se hallan fuera de su marco; he ahí un problema por cierto dificilísimo, y que tomará tiempo. Y, sobre todo, si se toma en cuenta la enorme diferencia que existe entre la herencia socioeconómica de los países europeos y la situación de crisis en la cual están buen número de ellos.
Ir los unos hacia los otros, respetar el imperativo objetivo de la solidaridad, he ahí lo que necesitamos y, con estas palabras nos dirigimos, desde lo alto de este foro, convocado por el bien de Europa entera, a los que tendrán que participar en la construcción panaeuropea en estos campos.
Las transformaciones en curso en la URSS cada vez más reunirán condiciones para un acercamiento con las Comunidades europeas. Igualmente, debo decir que el cinturón de cooperación en el hemisferio norte que comenzamos a establecer, sería impensable sin nuevas relaciones entre la URSS y el Japón.
Y, por fin, aún un último punto que no figura en nuestro orden del día. La agresión iraquí se volvió el segundo grave desafío al iniciar el camino que nos llevaría hacia un período nuevo y pacífico de su historia.
El hecho de unirnos para condenar y en preocuparnos conjuntamente en la salida de la crisis atestigua también, en sí, un cambio radical que se dio en las mentalidades y en la apreciación de los objetivos y medios de la política mundial. Cualquier ataque mundial en cualquier sitio que se produzca, lejos de alejarnos los unos contra los otros de los dos lados de las barricadas, acaba por unirnos aún más.
Al exigir el retiro al agresor del Kuwait, protegemos al mismo tiempo la esperanza nacida en millones de personas de ver la comunidad internacional capacitada en resolver los conflictos los más graves. Si no, mucho de lo que se ha alcanzado en estos últimos años será amenazado.
Estamos preparados en armarnos de paciencia al buscar una solución política, pero estaremos firmes y resueltos cuando se trate de la aplicación de la voluntad de las Naciones Unidas.
Por una parte su adaptación a las nuevas condiciones, y por otra, la disponibilidad y capacidad en cooperar con ellos, por parte de los que se hallan fuera de su marco; he ahí un problema por cierto dificilísimo, y que tomará tiempo. Y, sobre todo, si se toma en cuenta la enorme diferencia que existe entre la herencia socioeconómica de los países europeos y la situación de crisis en la cual están buen número de ellos.
Ir los unos hacia los otros, respetar el imperativo objetivo de la solidaridad, he ahí lo que necesitamos y, con estas palabras nos dirigimos, desde lo alto de este foro, convocado por el bien de Europa entera, a los que tendrán que participar en la construcción panaeuropea en estos campos.
Las transformaciones en curso en la URSS cada vez más reunirán condiciones para un acercamiento con las Comunidades europeas. Igualmente, debo decir que el cinturón de cooperación en el hemisferio norte que comenzamos a establecer, sería impensable sin nuevas relaciones entre la URSS y el Japón.
Y, por fin, aún un último punto que no figura en nuestro orden del día. La agresión iraquí se volvió el segundo grave desafío al iniciar el camino que nos llevaría hacia un período nuevo y pacífico de su historia.
El hecho de unirnos para condenar y en preocuparnos conjuntamente en la salida de la crisis atestigua también, en sí, un cambio radical que se dio en las mentalidades y en la apreciación de los objetivos y medios de la política mundial. Cualquier ataque mundial en cualquier sitio que se produzca, lejos de alejarnos los unos contra los otros de los dos lados de las barricadas, acaba por unirnos aún más.
Al exigir el retiro al agresor del Kuwait, protegemos al mismo tiempo la esperanza nacida en millones de personas de ver la comunidad internacional capacitada en resolver los conflictos los más graves. Si no, mucho de lo que se ha alcanzado en estos últimos años será amenazado.
Estamos preparados en armarnos de paciencia al buscar una solución política, pero estaremos firmes y resueltos cuando se trate de la aplicación de la voluntad de las Naciones Unidas.
¡Señoras!
¡Señores!
Los pueblos europeo, estadounidense y canadiense se decidieron en crear una comunidad histórica sobre la base de principios comunes, los de la democracia y del humanismo. Les felicito por esta gran iniciativa y les doy, a todos ustedes, mis votos de éxito.
El renacimiento del espíritu de la solidaridad internacional, nacido en los años de la guerra y que ha inspirado a los fundadores de la Organización de las Naciones Unidas, nos da la esperanza en que triunfe lo que hemos concebido en aquella época.
Finalmente para las Naciones Unidas y su Consejo de Seguridad, lo esencial era revestir la forma que debía ser suya, desde su origen. Y, quiero presentar mis salutaciones a nuestro gran invitado, el señor Javier Pérez de Cuéllar, que mucho ha hecho por el renacimiento del papel de la ONU.
Quisiera expresar mi reconocimiento a los dirigentes franceses, al Presidente François Mitterrand en persona por la calidad de su acogida, de su hospitalidad, así como por las condiciones de esta reunión.
DISCURSO DE APERTURA DEL SEÑOR FRANCOIS MITERRAND, PRESIDENTE DE LA REPÚBLICA, DURANTE LA CONFERENCIA SOBRE LA SEGURIDAD Y LA COOPERACIÓN EN EUROPA EN PARÍS, CENTRO DE CONFERENCIAS KLÉBER -LUNES, A 19 DE NOVIEMBRE DE 1990-
Señoras,
Señores,
¡Señores!
Los pueblos europeo, estadounidense y canadiense se decidieron en crear una comunidad histórica sobre la base de principios comunes, los de la democracia y del humanismo. Les felicito por esta gran iniciativa y les doy, a todos ustedes, mis votos de éxito.
El renacimiento del espíritu de la solidaridad internacional, nacido en los años de la guerra y que ha inspirado a los fundadores de la Organización de las Naciones Unidas, nos da la esperanza en que triunfe lo que hemos concebido en aquella época.
Finalmente para las Naciones Unidas y su Consejo de Seguridad, lo esencial era revestir la forma que debía ser suya, desde su origen. Y, quiero presentar mis salutaciones a nuestro gran invitado, el señor Javier Pérez de Cuéllar, que mucho ha hecho por el renacimiento del papel de la ONU.
Quisiera expresar mi reconocimiento a los dirigentes franceses, al Presidente François Mitterrand en persona por la calidad de su acogida, de su hospitalidad, así como por las condiciones de esta reunión.
DISCURSO DE APERTURA DEL SEÑOR FRANCOIS MITERRAND, PRESIDENTE DE LA REPÚBLICA, DURANTE LA CONFERENCIA SOBRE LA SEGURIDAD Y LA COOPERACIÓN EN EUROPA EN PARÍS, CENTRO DE CONFERENCIAS KLÉBER -LUNES, A 19 DE NOVIEMBRE DE 1990-
Señoras,
Señores,
Declaro oficialmente abierta la reunión de los Jefes de Estado o de Gobierno de los Estados participantes a la Conferencia de París sobre la Seguridad y la Cooperación en Europa. Abordaremos el punto I del orden del día. Este prevé, inmediatamente después de la apertura, una alocución del Jefe de Estado del país anfitrión que pronunciaré pues ahora.
En este momento excepcional, para una cumbre excepcional, Francia está contenta de acogerles y, a través de mi voz, desearles la bienvenida. Con anticipación al siglo y al milenario, nuestro encuentro de hoy día pone término a una época y, más allá, señala un comienzo que, como todos los comienzos, son ricos en esperanza, y cuya continuación dependerá de nuestra capacidad en concebir juntos la paz, el progreso, los métodos para su conducción y las estructuras que los sustentarán. Por primera vez en la Historia, asistimos a una mutación en profundidad del paisaje europeo que no sea la consecuencia de una guerra o de una revolución sangrienta.
Al respecto, algunos evocaron el Congreso de Viena. Pero, en Viena, en 1815, las potencias victoriosas habían remodelado el mapa europeo sin preocuparse por los pueblos y sus aspiraciones.
La Conferencia de París será, yo lo espero, el anti-Congreso de Viena ya que, alrededor de esta mesa, no sesionarán ni vencedores ni vencidos, sino 34 países iguales en dignidad, puesto que no hay, de un lado, los Estados y, del otro, los Pueblos, sino países que se dieron o deberán darse ineluctablemente instituciones y dirigentes que habrán escogido libremente, en el marco de Estados respetuosos del Derecho.
En fin, la conferencia sobre la Seguridad y la Cooperación en Europa es igualmente muy diferente de las precedentes: hace poco se trataba de acoplar relaciones de fuerza; conviene ahora fundar una solidaridad sobre valores compartidos.
La conjunción de factores positivos que ha permitido tal evolución, no es el fruto del azar. Resulta de la iniciativa tomada en Helsinki, hace quince años y reiterada en 1989, de fijar citas durante las cuales Europa, Estados Unidos y Canadá intentarían, al concertarse, en reducir poco a poco los antagonismos nacidos por la oposición de las ideologías y modos de vida, y que exasperaba la carrera armamentista.
Comprobamos que, a pesar de los fracasos, retrocesos, estancamientos diplomáticos y políticos, la empresa tuvo éxito, o por lo menos logró reunirnos alrededor del mismo proyecto. Esto sólo fue posible con el compromiso de los Estados Unidos de América y de la Unión Soviética en renunciar a desproporcionadas promesas reiteradas y gracias a aquellos que -y algunos están presentes en esta sala- hicieron de un texto denigrado al inicio como papel mojado, el estandarte de su liberación ...
En este momento excepcional, para una cumbre excepcional, Francia está contenta de acogerles y, a través de mi voz, desearles la bienvenida. Con anticipación al siglo y al milenario, nuestro encuentro de hoy día pone término a una época y, más allá, señala un comienzo que, como todos los comienzos, son ricos en esperanza, y cuya continuación dependerá de nuestra capacidad en concebir juntos la paz, el progreso, los métodos para su conducción y las estructuras que los sustentarán. Por primera vez en la Historia, asistimos a una mutación en profundidad del paisaje europeo que no sea la consecuencia de una guerra o de una revolución sangrienta.
Al respecto, algunos evocaron el Congreso de Viena. Pero, en Viena, en 1815, las potencias victoriosas habían remodelado el mapa europeo sin preocuparse por los pueblos y sus aspiraciones.
La Conferencia de París será, yo lo espero, el anti-Congreso de Viena ya que, alrededor de esta mesa, no sesionarán ni vencedores ni vencidos, sino 34 países iguales en dignidad, puesto que no hay, de un lado, los Estados y, del otro, los Pueblos, sino países que se dieron o deberán darse ineluctablemente instituciones y dirigentes que habrán escogido libremente, en el marco de Estados respetuosos del Derecho.
En fin, la conferencia sobre la Seguridad y la Cooperación en Europa es igualmente muy diferente de las precedentes: hace poco se trataba de acoplar relaciones de fuerza; conviene ahora fundar una solidaridad sobre valores compartidos.
La conjunción de factores positivos que ha permitido tal evolución, no es el fruto del azar. Resulta de la iniciativa tomada en Helsinki, hace quince años y reiterada en 1989, de fijar citas durante las cuales Europa, Estados Unidos y Canadá intentarían, al concertarse, en reducir poco a poco los antagonismos nacidos por la oposición de las ideologías y modos de vida, y que exasperaba la carrera armamentista.
Comprobamos que, a pesar de los fracasos, retrocesos, estancamientos diplomáticos y políticos, la empresa tuvo éxito, o por lo menos logró reunirnos alrededor del mismo proyecto. Esto sólo fue posible con el compromiso de los Estados Unidos de América y de la Unión Soviética en renunciar a desproporcionadas promesas reiteradas y gracias a aquellos que -y algunos están presentes en esta sala- hicieron de un texto denigrado al inicio como papel mojado, el estandarte de su liberación ...
¡Que se les rinda un justo homenaje!
Los acontecimientos que sacudieron y trastornaron Europa Central y Oriental hicieron el resto. Mientras tanto, la CSCE permaneció en el único lugar donde durante los años de la guerra fría pudo entablarse y continuarse, el diálogo entre todos. De tal manera que se volvió un punto de reunión, el centro de un debate que conlleva en sí el porvenir de Europa y, en gran medida, el porvenir de la paz.
Tengo que decírselo, Señoras y Señores, mi país siente profundamente el honor de haber sido escogido para la consagración solemne de este nuevo comienzo.
Pero ¿entonces qué se ha llamado "el proceso de la CSCE”? Principios y un método. Los principios fueron enunciados ya en el Acta final de Helsinki y tiene como objeto regir las relaciones entre los Estados participantes. Nada se puede quitar. El método, el de dialogar entre países implicados en la escena europea. Es también el derecho de todos a la palabra, preferido a las entrevistas de algunos a solas. Y pues, el método dio pruebas, conservémoslo. Los principios permanecen, apliquémoslos.
En Europa, durante cuarenta años, conocimos estabilidad sin libertad. Ahora queremos libertad con estabilidad. Al trascender la lógica de los bloques y al reintroducir los países neutrales y no alineados como actores de pleno derecho, la CSCE puso en práctica una pedagogía de la abertura, del intercambio, yo añadiría una pedagogía de la libertad que ahora aparece tal como es: el otro término de una alternativa que sólo había reservado al mundo, hasta ahora, la confrontación y la guerra.
Cuando todo parecía paralizado, los socios de la CSCE creyeron en el cambio y se dio el cambio, al precio de una aceleración repentina cuya magnitud y rapidez no dejarán de sorprender a los historiadores de mañana, como sorprendieron, al maravillarlos, a nuestros contemporáneos.
Pero ¿cómo se presenta esta Europa al despertarse ante sí misma? No nos engañemos. La amenaza militar clásica se atenuó fuertemente, no desapareció: Los regímenes despóticos fueron derribados, frágil es aún la democracia al elevarse de sus ruinas. Por todos lados se proclama la libertad y subsisten los viejos modelos de pensamiento. El desenvolvimiento pacífico de las revoluciones no debe disimular lo largo del camino que queda por recorrer.
En efecto nuevos riesgos aparecen. Si el desacoplamiento económico y tecnológico se sustituye a la división ideológica, ¿qué habremos ganado? Por todas partes la política se adelantó con mayor rapidez a la economía y este desequilibrio es generador de frustraciones y tensiones sociales, allá donde, por añadidura, el medio ambiente está asolado. Sólo llenaremos este desequilibrio con un esfuerzo colectivo de solidaridad para apoyar economías arruinadas y ayudarlas a reinsertarse en los circuitos mundiales.
De la misma manera ¿hemos sobrepasado la división de Europa en dos bloques para verla estallar por el efecto de aspiraciones que, durante demasiado tiempo, fueron ahogadas por la coacción?
Sea lo que sea, comprobamos que antes de su apertura la cumbre produjo, por anticipación, sus primeros efectos. Primero, acabamos de firmar el Tratado sobre las fuerzas convencionales que, por el número de países interesados, por la amplitud de las reducciones que prevé y por el régimen de verificaciones que instaura, no tiene equivalente. Luego, con una declaración solemne, los Estados miembros de la Alianza Atlántica y del Pacto de Varsovia proclaman que ya no somos adversarios.
Los acontecimientos que sacudieron y trastornaron Europa Central y Oriental hicieron el resto. Mientras tanto, la CSCE permaneció en el único lugar donde durante los años de la guerra fría pudo entablarse y continuarse, el diálogo entre todos. De tal manera que se volvió un punto de reunión, el centro de un debate que conlleva en sí el porvenir de Europa y, en gran medida, el porvenir de la paz.
Tengo que decírselo, Señoras y Señores, mi país siente profundamente el honor de haber sido escogido para la consagración solemne de este nuevo comienzo.
Pero ¿entonces qué se ha llamado "el proceso de la CSCE”? Principios y un método. Los principios fueron enunciados ya en el Acta final de Helsinki y tiene como objeto regir las relaciones entre los Estados participantes. Nada se puede quitar. El método, el de dialogar entre países implicados en la escena europea. Es también el derecho de todos a la palabra, preferido a las entrevistas de algunos a solas. Y pues, el método dio pruebas, conservémoslo. Los principios permanecen, apliquémoslos.
En Europa, durante cuarenta años, conocimos estabilidad sin libertad. Ahora queremos libertad con estabilidad. Al trascender la lógica de los bloques y al reintroducir los países neutrales y no alineados como actores de pleno derecho, la CSCE puso en práctica una pedagogía de la abertura, del intercambio, yo añadiría una pedagogía de la libertad que ahora aparece tal como es: el otro término de una alternativa que sólo había reservado al mundo, hasta ahora, la confrontación y la guerra.
Cuando todo parecía paralizado, los socios de la CSCE creyeron en el cambio y se dio el cambio, al precio de una aceleración repentina cuya magnitud y rapidez no dejarán de sorprender a los historiadores de mañana, como sorprendieron, al maravillarlos, a nuestros contemporáneos.
Pero ¿cómo se presenta esta Europa al despertarse ante sí misma? No nos engañemos. La amenaza militar clásica se atenuó fuertemente, no desapareció: Los regímenes despóticos fueron derribados, frágil es aún la democracia al elevarse de sus ruinas. Por todos lados se proclama la libertad y subsisten los viejos modelos de pensamiento. El desenvolvimiento pacífico de las revoluciones no debe disimular lo largo del camino que queda por recorrer.
En efecto nuevos riesgos aparecen. Si el desacoplamiento económico y tecnológico se sustituye a la división ideológica, ¿qué habremos ganado? Por todas partes la política se adelantó con mayor rapidez a la economía y este desequilibrio es generador de frustraciones y tensiones sociales, allá donde, por añadidura, el medio ambiente está asolado. Sólo llenaremos este desequilibrio con un esfuerzo colectivo de solidaridad para apoyar economías arruinadas y ayudarlas a reinsertarse en los circuitos mundiales.
De la misma manera ¿hemos sobrepasado la división de Europa en dos bloques para verla estallar por el efecto de aspiraciones que, durante demasiado tiempo, fueron ahogadas por la coacción?
Sea lo que sea, comprobamos que antes de su apertura la cumbre produjo, por anticipación, sus primeros efectos. Primero, acabamos de firmar el Tratado sobre las fuerzas convencionales que, por el número de países interesados, por la amplitud de las reducciones que prevé y por el régimen de verificaciones que instaura, no tiene equivalente. Luego, con una declaración solemne, los Estados miembros de la Alianza Atlántica y del Pacto de Varsovia proclaman que ya no somos adversarios.
Finalmente, registraremos en nuestro documento final al Tratado de Moscú sobre el arreglo de la cuestión alemana. Esta cuestión esencial en todos sus aspectos, incluidos los de las fronteras, se resolvió de manera ejemplar. Es así como la semana pasada se firmó el Tratado germano polaco. ¿Habríamos ido tan rápidamente en esta tarea sin la perspectiva de nuestro encuentro? cuya iniciativa pertenece al señor GORBACHOV, a quien quiero agradecer.
Deseo que el impulso imprimido a las negociaciones sobre el desarme no decaiga.
Los Estados Unidos de América y la Unión Soviética esperan firmar a corto plazo un primer acuerdo de reducción de su armamento nuclear estratégico, inicio de un movimiento más amplio, que deberá desembocar también en la eliminación de las armas químicas y biológicas.
Después de la etapa de toma de decisión de esta mañana, quedará por eliminar en el suelo europeo muchos materiales de guerra, reducir constantemente los efectivos y extender la discusión a los países no miembros de las Alianzas. La creación en Viena de un centro de prevención de los conflictos encargado, en un primer tiempo, de la aplicación de medidas de confianza, respaldará esta diligencia.
Será bienvenido cualquier procedimiento que permita evitar que situaciones inestables no degeneren en crisis abierta. Con esta intención, Francia propuso en Viena el arreglo pacífico de los diferendos por la conciliación. Manera de proceder que me parece responder a la espera expresada por muchos de nosotros.
Se dieron importantes progresos en materia de derechos humanos. Volveremos irreversibles las adquisiciones aún precarias, al transformar los derechos proclamados en derechos garantizados. Se les protegerá útilmente con mecanismos de observación y de encuesta. Que convoquen a un Estado para rendir cuentas no tiene nada de escandaloso cuando se busca crear un espacio jurídico y que la misma norma se impone a todos y en todas partes, condición previa absoluta para sobrepasar las antiguas divisiones. No existirá verdadera estabilidad en Europa, mientras tanto permanezcan zonas sustraídas a la regla del derecho.
Vamos a dotar la CSCE de estructuras que asegurarán la continuidad de su acción con una mayor regularidad en nuestros encuentros y en la de nuestros ministros y órganos técnicos permanentes -cuya secretaría sesionará en Praga- con una asamblea y con parlamentarios de nuestros países.
Deseo que el impulso imprimido a las negociaciones sobre el desarme no decaiga.
Los Estados Unidos de América y la Unión Soviética esperan firmar a corto plazo un primer acuerdo de reducción de su armamento nuclear estratégico, inicio de un movimiento más amplio, que deberá desembocar también en la eliminación de las armas químicas y biológicas.
Después de la etapa de toma de decisión de esta mañana, quedará por eliminar en el suelo europeo muchos materiales de guerra, reducir constantemente los efectivos y extender la discusión a los países no miembros de las Alianzas. La creación en Viena de un centro de prevención de los conflictos encargado, en un primer tiempo, de la aplicación de medidas de confianza, respaldará esta diligencia.
Será bienvenido cualquier procedimiento que permita evitar que situaciones inestables no degeneren en crisis abierta. Con esta intención, Francia propuso en Viena el arreglo pacífico de los diferendos por la conciliación. Manera de proceder que me parece responder a la espera expresada por muchos de nosotros.
Se dieron importantes progresos en materia de derechos humanos. Volveremos irreversibles las adquisiciones aún precarias, al transformar los derechos proclamados en derechos garantizados. Se les protegerá útilmente con mecanismos de observación y de encuesta. Que convoquen a un Estado para rendir cuentas no tiene nada de escandaloso cuando se busca crear un espacio jurídico y que la misma norma se impone a todos y en todas partes, condición previa absoluta para sobrepasar las antiguas divisiones. No existirá verdadera estabilidad en Europa, mientras tanto permanezcan zonas sustraídas a la regla del derecho.
Vamos a dotar la CSCE de estructuras que asegurarán la continuidad de su acción con una mayor regularidad en nuestros encuentros y en la de nuestros ministros y órganos técnicos permanentes -cuya secretaría sesionará en Praga- con una asamblea y con parlamentarios de nuestros países.
En los otros campos, evocados por el documento final, que se trata de: la cooperación económica, medio ambiente, cultura, dejemos a la CSCE, con su papel de impulso, sin cargarla de tareas para las cuales está menos equipada que otras para cumplirlas. En materia de instituciones, Europa no es una página blanca. La Comunidad Económica Europea, fuerte de sus doce miembros y su mercado único y que aspira en estrechar sus vínculos económicos y políticos, ha iniciado, desde aquí en adelante, una cooperación con sus vecinos de Europa central y oriental.
El Banco Europeo para la Reconstrucción y el Desarrollo, al lado de otras instituciones internacionales, dispondrá, desde el próximo año, de un inmenso campo de acción. El Consejo de Europa verá su papel incrementarse con la adhesión de otros países. Tantos organismos con los cuales conviene hacer convergir su acción hacia un objetivo común: el de una Europa democrática, pacífica y próspera, la misma que, un día, lo espero, se confederará.
El Banco Europeo para la Reconstrucción y el Desarrollo, al lado de otras instituciones internacionales, dispondrá, desde el próximo año, de un inmenso campo de acción. El Consejo de Europa verá su papel incrementarse con la adhesión de otros países. Tantos organismos con los cuales conviene hacer convergir su acción hacia un objetivo común: el de una Europa democrática, pacífica y próspera, la misma que, un día, lo espero, se confederará.
Señoras y Señores, representamos aquí más de un billón de hombres. Pero no olvido al resto del mundo que, hoy día, mira hacia París y nos oye. Y les digo: "tienen ustedes los mismos derechos a la cooperación, tienen ustedes los mismos derechos a la seguridad y añado, tienen ustedes el mismo derecho al desarrollo. Por ello es preciso establecer por todas partes en el mundo el reino del derecho".
La actualidad, y pienso primero en la crisis del Golfo, nos lleva de nuevo a estas realidades: allí, las guerras que amenazan y se eternizan, allá, las violaciones al derecho internacional; en cuantos sitios del sur del planeta, miseria, desigualdades, subdesarrollo. ¿Por qué el método de la CSCE, que ha dado resultados tan convincentes, no se aplicaría tampoco a otras regiones del mundo?
La actualidad, y pienso primero en la crisis del Golfo, nos lleva de nuevo a estas realidades: allí, las guerras que amenazan y se eternizan, allá, las violaciones al derecho internacional; en cuantos sitios del sur del planeta, miseria, desigualdades, subdesarrollo. ¿Por qué el método de la CSCE, que ha dado resultados tan convincentes, no se aplicaría tampoco a otras regiones del mundo?
Que los países del Sur -y particularmente nuestros vecinos del Mediterráneo- comprendan nuestras intensiones. El fin de la confrontación en el Norte abre nuevas perspectivas de cooperación, y no lo contrario.
Señoras y Señores, la conciencia europea no data de ahora. Pero apenas se dio una traducción política de lo que era perceptible hace siglos, en el orden intelectual, artístico y espiritual. Con mayor exactitud, el mito de la unidad europea exclusivamente se ha encamado bajo formas brutales de tentativas hegemónicas. Si lo queremos, la utopía de ayer puede comenzar a volverse realidad. Aseguremos a cada uno de los Estados aquí presente una calidad particular de relaciones fundadas en la igualdad de derechos, la seguridad y la solidaridad. Si cumpliéramos con esta hazaña ¡qué ejemplo se dirigiría a los que rehúsan la resignación y desesperación en los cuatro puntos del planeta! Debemos darle cuerpo a esta promesa, que tiene como nombre Europa.
DECLARACIÓN PRONUNCIADA POR EL SR. HELMUT KOHL, CANCILLER DE LA REPÚBLICA FEDERAL DE ALEMANIA, DURANTE LA CUMBRE DE LOS JEFES DE ESTADO Y DE GOBIERNO DE LA CSCE, EN PARÍS, EL 20 DE NOVIEMBRE DE 1990, 12H30.
Principio del discurso. Traducción del texto distribuida con anticipación
Señor Presidente,
Señores Presidentes.
Señoras y Señores Primeros Ministros.
Excelencias,
Señoras y Señores,
Si debiéramos demostrar el dinamismo de la CSCE, los felices acontecimientos que cambiaron el curso de la historia de mi país y de mi pueblo, bastarían en probarlo. Al principio del mes de octubre y después de cuarenta años de separación, los alemanes concluyeron con su unidad, y ello:
-por ejercer el derecho de los pueblos en disponer de sí mismos,
-en paz, libertad y buena inteligencia con todos sus vecinos y socios, y
-de conformidad con el Tratado que versa sobre un arreglo definitivo de la cuestión alemana, que presentamos durante el encuentro de Ministros de Relaciones Exteriores de la CSCE en Nueva York, al principio de octubre.
Agradecemos profundamente a todos nuestros socios, y particularmente a todos los Jefes de Estado y de gobierno reunidos alrededor de esta mesa, que permitieron y facilitaron a los alemanes su acceso a la unidad.
Agradecemos a los dirigentes políticos que permitieron el avance del "nuevo pensamiento" en las relaciones internacionales, especialmente en el centro de Europa, Europa del oeste y Europa del sudeste, quienes, al confiar en los ideales de la CSCE, defendieron sus derechos, sus libertades y su autodeterminación.
Señoras y Señores, la conciencia europea no data de ahora. Pero apenas se dio una traducción política de lo que era perceptible hace siglos, en el orden intelectual, artístico y espiritual. Con mayor exactitud, el mito de la unidad europea exclusivamente se ha encamado bajo formas brutales de tentativas hegemónicas. Si lo queremos, la utopía de ayer puede comenzar a volverse realidad. Aseguremos a cada uno de los Estados aquí presente una calidad particular de relaciones fundadas en la igualdad de derechos, la seguridad y la solidaridad. Si cumpliéramos con esta hazaña ¡qué ejemplo se dirigiría a los que rehúsan la resignación y desesperación en los cuatro puntos del planeta! Debemos darle cuerpo a esta promesa, que tiene como nombre Europa.
DECLARACIÓN PRONUNCIADA POR EL SR. HELMUT KOHL, CANCILLER DE LA REPÚBLICA FEDERAL DE ALEMANIA, DURANTE LA CUMBRE DE LOS JEFES DE ESTADO Y DE GOBIERNO DE LA CSCE, EN PARÍS, EL 20 DE NOVIEMBRE DE 1990, 12H30.
Principio del discurso. Traducción del texto distribuida con anticipación
Señor Presidente,
Señores Presidentes.
Señoras y Señores Primeros Ministros.
Excelencias,
Señoras y Señores,
Si debiéramos demostrar el dinamismo de la CSCE, los felices acontecimientos que cambiaron el curso de la historia de mi país y de mi pueblo, bastarían en probarlo. Al principio del mes de octubre y después de cuarenta años de separación, los alemanes concluyeron con su unidad, y ello:
-por ejercer el derecho de los pueblos en disponer de sí mismos,
-en paz, libertad y buena inteligencia con todos sus vecinos y socios, y
-de conformidad con el Tratado que versa sobre un arreglo definitivo de la cuestión alemana, que presentamos durante el encuentro de Ministros de Relaciones Exteriores de la CSCE en Nueva York, al principio de octubre.
Agradecemos profundamente a todos nuestros socios, y particularmente a todos los Jefes de Estado y de gobierno reunidos alrededor de esta mesa, que permitieron y facilitaron a los alemanes su acceso a la unidad.
Agradecemos a los dirigentes políticos que permitieron el avance del "nuevo pensamiento" en las relaciones internacionales, especialmente en el centro de Europa, Europa del oeste y Europa del sudeste, quienes, al confiar en los ideales de la CSCE, defendieron sus derechos, sus libertades y su autodeterminación.
Señoras, Señores,
La República Federal de Alemania siempre concibió su gran objetivo, es decir proscribir para siempre los muros y alambres de púas de nuestro país, como formando parte integrante de la gran misión histórica que consiste en superar la división contra naturaleza de Europa en su conjunto.
Con reconocimiento podemos comprobar, hoy día, que sin el orden de paz fundado hace quince años para toda Europa, ahora no habría sido posible:
-ni alcanzar la unidad alemana,
-ni reconstituir la unidad de nuestro continente, fundada sobre vínculos históricos.
Pues, la CSCE ha dado pruebas ante la historia tanto en calidad de idea como de foro de una política orientada hacia el futuro.
En nombre de Alemania unida, agradezco a todos nuestros socios, al hacer las siguientes promesas solemnes:
PRIMERO:
Alemania unida, consciente de la historia alemana y de la responsabilidad moral y política que para ella resulta, será una piedra angular del orden de paz europeo. Nuestra Ley fundamental nos asigna el deber de contribuir a la paz mundial coma miembro pleno de una Europa unida. Sólo la paz surgirá del suelo alemán.
SEGUNDO:
Alemania unida ve en la confirmación del carácter definitivo de sus fronteras un elemento esencial del orden de paz en Europa. De conformidad con nuestro compromiso, acordado en el Tratado que versa sobre el arreglo definitivo de la cuestión alemana, nosotros firmamos, el 14 de noviembre de 1990 en Varsovia, un Tratado limítrofe con la República de Polonia, para confirmar nuestra frontera en un acto de derecho internacional obligatorio.
TERCERO:
Alemania unida concebirá su soberanía recobrada en la aceptación moderna del término, es decir, que estamos listos en transferir derechos de soberanía a la Comunidad europea.
CUARTO:
Alemania unida llevará una política de buen ejemplo. En la vida de la unidad alemana, hemos reafirmado nuestro compromiso en no fabricar, poseer ni tener bajo nuestro control armas nucleares, biológicas o químicas. Nosotros hemos suscrito a los derechos y compromisos que derivan del tratado de no proliferación. Nosotros nos comprometimos en reducir en 370.000 hombres a las fuerzas armadas de la Alemania unida. Tuvimos así un papel de promotor en el Acuerdo sobre las fuerzas armadas convencionales en Europa, que se firmó ayer. Igualmente, a esta actuación otros socios deberían incorporarse, al aportar su contribución a la estabilidad en el curso de las próximas negociaciones.
QUINTO:
En fin, Alemania unida permanece, como en el pasado, vinculada a la CSCE, motor de la política de paz panaeuropea. La CSCE -al mismo tiempo que la Alianza Atlántica- es también el marco en el cual la responsabilidad de los Estados Unidos de América y del Canadá en Europa y para Europa está anclada duraderamente.
Señoras y Señores,
Nuestro encuentro cumbre en París es un acontecimiento decisivo que señala un hito en la historia europea. Sellamos el fin del enfrentamiento y de la guerra fría. Por lo tanto nosotros continuamos con la gran obra de Helsinki.
-Nosotros dotamos a la CSCE para el Estado de derecho y el Estado constitucional así como el pluralismo. Nosotros fomentaremos el respeto de los derechos humanos y de las minorías.
-Al adoptar nuevas medidas de confianza y seguridad, en el campo central de la política de seguridad, nosotros avanzamos con perseverancia en la vía de una abertura y confianza más grandes.
-Los Estados miembros de la O.T.A.N. y del Pacto de Varsovia comprueban, en una declaración conjunta, que ya no se consideran coma adversarios, sino que al contrario, quieren fundar una nueva asociación.
-Nosotros abrimos, en particular con el primer Acuerdo sobre las fuerzas armadas convencionales en Europa, la vía para una reducción esencial de parte y otra de los potenciales convencionales. Nosotros subrayamos así, de una manera particularmente visible, el cambio político fundamental que Europa vive hoy día.
Señoras y Señores,
Hoy día, en Europa, estamos enfrentados a nuevos desafíos:
-Estereotipos hostiles y caducos, que datan de la época del enfrentamiento, no podrían ser reemplazados por nacionalismos retrógrados.
-El gran avance que nosotros hemos obtenido en el marco de la CSCE para los derechos humanos y las minorías, no debe verse comprometido por la emergencia de disputas entre vecinos o nacionalidades. Al contrario, es preciso en Europa que, en la conciencia de nuestros pueblos, estén anclados con solidez los derechos humanos y de las minorías.
-La apertura de las fronteras nacionales no debe dar lugar a la consolidación de fronteras de prosperidad; nuevas disparidades sociales no deben sustituirse a los antiguos antagonismos ideológicos.
Conjuntamente, debemos aceptar -y nosotros lo aceptaremos- estos desafíos. Es necesario actuar bajo el signo de una responsabilidad y solidaridad panaeuropeas.
Nosotros probamos nuestro apego a estos objetivos, particularmente:
-al apostar por el éxito de las reformas políticas, económicas y sociales fundamentales en los Estados de Europa central, de Europa oriental y de Europa del sudeste, y,
-al seguir acompañando estas reformas con una ayuda suficiente al nivel bilateral y conjuntamente con nuestros socios.
Señoras, Señores,
La CSCE y todos los otros foros y organizaciones que intervienen en la unificación europea están colocados ante nuevos desafíos.
-La CSCE debe seguir desarrollando sus conceptos e instituciones para que en el porvenir pueda dar una contribución decisiva por la paz y estabilidad de Europa entera.
-El Consejo de Europa está llamado en reforzar su papel de salvaguardia del derecho y del patrimonio cultural panaeuropeo. Nosotros queremos que los Estados reformadores pronto puedan tomar el camino de Estrasburgo.
-La Comunidad europea debe evolucionar hacia el gran mercado interno, hacia la unión económica y monetaria y hacia la unión política. Al mismo tiempo, es necesario que desempeñe su papel de núcleo del espacio económico panaeuropeo, el cual se abrirá principalmente a los países reformadores.
-La CSCE debe perseguir enérgicamente el camino trazado por la conferencia económica de Bonn y reforzar sus actividades en los campos científicos y técnicos así como en materia de protección del medio ambiente. Para realizarlo, es necesario que coopere con instituciones experimentales como la O.C.D.E., la Comisión económica para Europa y la Agencia europea para el medio ambiente.
-En fin, los miembros de las alianzas deben continuar a la altura de las responsabilidades particulares que asuman, a los niveles de la seguridad y estabilidad, del desarme, y del reforzamiento de la confianza, así como al nivel de cambios orientados hacia el futuro.
La República Federal de Alemania siempre concibió su gran objetivo, es decir proscribir para siempre los muros y alambres de púas de nuestro país, como formando parte integrante de la gran misión histórica que consiste en superar la división contra naturaleza de Europa en su conjunto.
Con reconocimiento podemos comprobar, hoy día, que sin el orden de paz fundado hace quince años para toda Europa, ahora no habría sido posible:
-ni alcanzar la unidad alemana,
-ni reconstituir la unidad de nuestro continente, fundada sobre vínculos históricos.
Pues, la CSCE ha dado pruebas ante la historia tanto en calidad de idea como de foro de una política orientada hacia el futuro.
En nombre de Alemania unida, agradezco a todos nuestros socios, al hacer las siguientes promesas solemnes:
PRIMERO:
Alemania unida, consciente de la historia alemana y de la responsabilidad moral y política que para ella resulta, será una piedra angular del orden de paz europeo. Nuestra Ley fundamental nos asigna el deber de contribuir a la paz mundial coma miembro pleno de una Europa unida. Sólo la paz surgirá del suelo alemán.
SEGUNDO:
Alemania unida ve en la confirmación del carácter definitivo de sus fronteras un elemento esencial del orden de paz en Europa. De conformidad con nuestro compromiso, acordado en el Tratado que versa sobre el arreglo definitivo de la cuestión alemana, nosotros firmamos, el 14 de noviembre de 1990 en Varsovia, un Tratado limítrofe con la República de Polonia, para confirmar nuestra frontera en un acto de derecho internacional obligatorio.
TERCERO:
Alemania unida concebirá su soberanía recobrada en la aceptación moderna del término, es decir, que estamos listos en transferir derechos de soberanía a la Comunidad europea.
CUARTO:
Alemania unida llevará una política de buen ejemplo. En la vida de la unidad alemana, hemos reafirmado nuestro compromiso en no fabricar, poseer ni tener bajo nuestro control armas nucleares, biológicas o químicas. Nosotros hemos suscrito a los derechos y compromisos que derivan del tratado de no proliferación. Nosotros nos comprometimos en reducir en 370.000 hombres a las fuerzas armadas de la Alemania unida. Tuvimos así un papel de promotor en el Acuerdo sobre las fuerzas armadas convencionales en Europa, que se firmó ayer. Igualmente, a esta actuación otros socios deberían incorporarse, al aportar su contribución a la estabilidad en el curso de las próximas negociaciones.
QUINTO:
En fin, Alemania unida permanece, como en el pasado, vinculada a la CSCE, motor de la política de paz panaeuropea. La CSCE -al mismo tiempo que la Alianza Atlántica- es también el marco en el cual la responsabilidad de los Estados Unidos de América y del Canadá en Europa y para Europa está anclada duraderamente.
Señoras y Señores,
Nuestro encuentro cumbre en París es un acontecimiento decisivo que señala un hito en la historia europea. Sellamos el fin del enfrentamiento y de la guerra fría. Por lo tanto nosotros continuamos con la gran obra de Helsinki.
-Nosotros dotamos a la CSCE para el Estado de derecho y el Estado constitucional así como el pluralismo. Nosotros fomentaremos el respeto de los derechos humanos y de las minorías.
-Al adoptar nuevas medidas de confianza y seguridad, en el campo central de la política de seguridad, nosotros avanzamos con perseverancia en la vía de una abertura y confianza más grandes.
-Los Estados miembros de la O.T.A.N. y del Pacto de Varsovia comprueban, en una declaración conjunta, que ya no se consideran coma adversarios, sino que al contrario, quieren fundar una nueva asociación.
-Nosotros abrimos, en particular con el primer Acuerdo sobre las fuerzas armadas convencionales en Europa, la vía para una reducción esencial de parte y otra de los potenciales convencionales. Nosotros subrayamos así, de una manera particularmente visible, el cambio político fundamental que Europa vive hoy día.
Señoras y Señores,
Hoy día, en Europa, estamos enfrentados a nuevos desafíos:
-Estereotipos hostiles y caducos, que datan de la época del enfrentamiento, no podrían ser reemplazados por nacionalismos retrógrados.
-El gran avance que nosotros hemos obtenido en el marco de la CSCE para los derechos humanos y las minorías, no debe verse comprometido por la emergencia de disputas entre vecinos o nacionalidades. Al contrario, es preciso en Europa que, en la conciencia de nuestros pueblos, estén anclados con solidez los derechos humanos y de las minorías.
-La apertura de las fronteras nacionales no debe dar lugar a la consolidación de fronteras de prosperidad; nuevas disparidades sociales no deben sustituirse a los antiguos antagonismos ideológicos.
Conjuntamente, debemos aceptar -y nosotros lo aceptaremos- estos desafíos. Es necesario actuar bajo el signo de una responsabilidad y solidaridad panaeuropeas.
Nosotros probamos nuestro apego a estos objetivos, particularmente:
-al apostar por el éxito de las reformas políticas, económicas y sociales fundamentales en los Estados de Europa central, de Europa oriental y de Europa del sudeste, y,
-al seguir acompañando estas reformas con una ayuda suficiente al nivel bilateral y conjuntamente con nuestros socios.
Señoras, Señores,
La CSCE y todos los otros foros y organizaciones que intervienen en la unificación europea están colocados ante nuevos desafíos.
-La CSCE debe seguir desarrollando sus conceptos e instituciones para que en el porvenir pueda dar una contribución decisiva por la paz y estabilidad de Europa entera.
-El Consejo de Europa está llamado en reforzar su papel de salvaguardia del derecho y del patrimonio cultural panaeuropeo. Nosotros queremos que los Estados reformadores pronto puedan tomar el camino de Estrasburgo.
-La Comunidad europea debe evolucionar hacia el gran mercado interno, hacia la unión económica y monetaria y hacia la unión política. Al mismo tiempo, es necesario que desempeñe su papel de núcleo del espacio económico panaeuropeo, el cual se abrirá principalmente a los países reformadores.
-La CSCE debe perseguir enérgicamente el camino trazado por la conferencia económica de Bonn y reforzar sus actividades en los campos científicos y técnicos así como en materia de protección del medio ambiente. Para realizarlo, es necesario que coopere con instituciones experimentales como la O.C.D.E., la Comisión económica para Europa y la Agencia europea para el medio ambiente.
-En fin, los miembros de las alianzas deben continuar a la altura de las responsabilidades particulares que asuman, a los niveles de la seguridad y estabilidad, del desarme, y del reforzamiento de la confianza, así como al nivel de cambios orientados hacia el futuro.
En base a sus adquisiciones, deben aportar su contribución a una nueva arquitectura de seguridad que incluiría a toda Europa.
Señoras y Señores,
Al perseguir todas estas tareas, nuestra mirada no sólo está fijada en el porvenir de nuestro continente. Nosotros nos interesamos en el mundo en su conjunto y, en particular, en las regiones en conflicto, alrededor de Europa.
Nosotros queremos que, Europa, gracias a sus ideas, valores comunes y éxitos políticos que la CSCE incarna, marque señales de esperanza e indique vías pacíficas.
Al perseguir todas estas tareas, nuestra mirada no sólo está fijada en el porvenir de nuestro continente. Nosotros nos interesamos en el mundo en su conjunto y, en particular, en las regiones en conflicto, alrededor de Europa.
Nosotros queremos que, Europa, gracias a sus ideas, valores comunes y éxitos políticos que la CSCE incarna, marque señales de esperanza e indique vías pacíficas.
DISCURSO DEL SEÑOR PRESIDENTE DEL GOBIERNO DE ESPAÑA
Señor Presidente:
Señor Presidente:
Durante 15 años, la Conferencia de Seguridad y Cooperación en Europa ha sido testigo fiel de los avatares de Europa, a la vez que protagonista, al preparar el terreno para los profundos cambios que han ocurrido en el Continente.
La CSCE inicia ahora una etapa cualitativamente nueva: si durante un largo período ha servido para amortiguar la confrontación de los bloques, estableciendo pautas de comportamiento, de lo que se trata ahora es de superar toda idea de bloques enfrentados, mediante la búsqueda en común de objetivos que nos permitan compartir seguridad y cooperar en todos los ámbitos, sobre la base de valores asumidos por todos, tales coma la libertad de la persona y el pluralismo político.
En los últimos años, con tiempos distintos al Oeste y al Este, se ha operado en los pliegues profundos de nuestro Continente un cambio de tendencia del mayor calado, me refiero al hecho de que Europa está recuperando su vocación.
La historia de Europa puede leerse como la crónica de un arduo camino hacia la unidad desde la diversidad; como un forcejeo, de enorme creatividad, entre identidades particulares sobre un trasfondo común.
Fue, sin embargo, la exaltación de las diversidades nacionales la que nos condujo al paroxismo de la rivalidad, con dos conflictos que arrasaron el continente en el curso de una generación.
La CSCE inicia ahora una etapa cualitativamente nueva: si durante un largo período ha servido para amortiguar la confrontación de los bloques, estableciendo pautas de comportamiento, de lo que se trata ahora es de superar toda idea de bloques enfrentados, mediante la búsqueda en común de objetivos que nos permitan compartir seguridad y cooperar en todos los ámbitos, sobre la base de valores asumidos por todos, tales coma la libertad de la persona y el pluralismo político.
En los últimos años, con tiempos distintos al Oeste y al Este, se ha operado en los pliegues profundos de nuestro Continente un cambio de tendencia del mayor calado, me refiero al hecho de que Europa está recuperando su vocación.
La historia de Europa puede leerse como la crónica de un arduo camino hacia la unidad desde la diversidad; como un forcejeo, de enorme creatividad, entre identidades particulares sobre un trasfondo común.
Fue, sin embargo, la exaltación de las diversidades nacionales la que nos condujo al paroxismo de la rivalidad, con dos conflictos que arrasaron el continente en el curso de una generación.
Los efectos de la II Guerra Mundial, que se han prolongado hasta nuestros días, actuaron como una catarsis colectiva que nos obligó a recuperar la perspectiva.
Ahora, apagados los ecos de la guerra fría, estamos por vez primera en condiciones de pactar en nuestro Continente un compromiso nuevo entre unidad y diversidad.
La consecuencia más jubilosa del nuevo rumbo de Europa ha sido la reconciliación. Primero, en Europa occidental, la inversión de la perspectiva, el anteponer lo mucho que nos unía a lo poco que nos separaba, llevo a la creación de la Comunidad Europea, que se ha convertido en un punto de referencia esencial en la nueva arquitectura que estamos diseñando para el Continente.
Ahora, apagados los ecos de la guerra fría, estamos por vez primera en condiciones de pactar en nuestro Continente un compromiso nuevo entre unidad y diversidad.
La consecuencia más jubilosa del nuevo rumbo de Europa ha sido la reconciliación. Primero, en Europa occidental, la inversión de la perspectiva, el anteponer lo mucho que nos unía a lo poco que nos separaba, llevo a la creación de la Comunidad Europea, que se ha convertido en un punto de referencia esencial en la nueva arquitectura que estamos diseñando para el Continente.
En estos días, sellamos con solemnidad la segunda reconciliación; el reencuentro, iniciado en Alemania, entre los antiguos rivales del este y del oeste. Esta doble reconciliación tiene un significado profundo que importa subrayar: se trata ni más ni menos que de la restitución de Europa. Por fin, la vocación de Europa va a coincidir con nuestra voluntad de hacer Europa. Por fin, la vieja Europa va a estar en paz con los demás y consigo misma.
Este es el nuevo talante de Europa, del que la CSCE deberá hacerse intérprete. Tendrá también que responder a algunas necesidades colectivas. Dos me parecen de mayor urgencia: construir un espacio común en Europa y asegurar la estabilidad general de nuestro Continente.
El espacio común ha de ser un ámbito en el que los países de Europa, junto con Estados Unidos y Canadá, podamos instaurar una nueva convivencia. Deberá articularse sobre la base de nuestros principios comunes y el desarrollo de algunas dimensiones colectivas. La dimensión colectiva que hemos de privilegiar es la cooperación en todos los campos: en la economía, la ciencia, la tecnología, el medio ambiente, la cultura.
Los preceptos comunes son las disposiciones del Acta Final de Helsinki. El compromiso que renovamos en esta Cumbre con sus 10 principios se resuelve, en el fondo, en la adhesión de todos nosotros a la democracia dentro de nuestros países, y en nuestras actitudes respecto a otros pueblos, en Europa y en el resto del mundo. Europa debe trabajar por la promoción universal de los derechos humanos y las libertades fundamentales.
Todos somos conscientes, al mismo tiempo, de que Europa necesita ahora, y va a necesitar en el futuro, estabilidad. La CSCE está llamada a convertirse en su más sólida garantía colectiva. Necesitamos un marco de estabilidad para acoger los cambios que se están produciendo en Europa y amortiguar sus desajustes. Por ello, debemos evitar cualquier tentación que nos conduzca hacia nacionalismos exacerbados. Necesitamos un marco de estabilidad para edificar en Europa un nuevo orden de paz. Uno de los caminos más seguros hacia la paz sólida y duradera es el desarme. El Tratado sobre Fuerzas Convencionales en Europa, que hemos firmado los 22 países miembros de una y otra Alianza, es un paso importante en el proceso de transformación hacia estructuras de fuerza y doctrinas de carácter defensivo. En el futuro inmediato, hemos de proseguir nuestros esfuerzos para que la negociación entre los 22 países pueda alcanzar resultados adicionales sustantivos; de cara a la Reunión de Helsinki de 1992. En esa Reunión, se deberá asimismo adoptar un nuevo mandato que permita continuar las negociaciones de desarme abiertas a los 34 Estados participantes en la CSCE. De igual manera, tendremos que proseguir de inmediato las negociaciones para profundizar las medidas de confianza militar, aprovechando el impulso adquirido con el conjunto de medidas que se acaban de acordar.
Para que la CSCE pueda cumplir sus funciones, será preciso dotarla de un soporte institucional suficiente para asegurar su eficacia, sin incurrir en su burocratización. Con la creación de un mecanismo de consultas regulares, incorporaremos a nuestro espacio común la dimensión de un diálogo político sostenido; con la futura Asamblea de Europa, añadiremos la dimensión parlamentaria.
A este respecto, me complace anunciar que, próximamente, el presidente del Parlamento Español transmitirá una invitación a los demás Parlamentos de los Estados participantes en la CSCE, a fin de mantener una reunión en los primeros meses de 1991, con objeto de intercambiar ideas y hacer propuestas acerca de la composición, funciones y métodos de trabajo de ese foro parlamentario.
Este es el nuevo talante de Europa, del que la CSCE deberá hacerse intérprete. Tendrá también que responder a algunas necesidades colectivas. Dos me parecen de mayor urgencia: construir un espacio común en Europa y asegurar la estabilidad general de nuestro Continente.
El espacio común ha de ser un ámbito en el que los países de Europa, junto con Estados Unidos y Canadá, podamos instaurar una nueva convivencia. Deberá articularse sobre la base de nuestros principios comunes y el desarrollo de algunas dimensiones colectivas. La dimensión colectiva que hemos de privilegiar es la cooperación en todos los campos: en la economía, la ciencia, la tecnología, el medio ambiente, la cultura.
Los preceptos comunes son las disposiciones del Acta Final de Helsinki. El compromiso que renovamos en esta Cumbre con sus 10 principios se resuelve, en el fondo, en la adhesión de todos nosotros a la democracia dentro de nuestros países, y en nuestras actitudes respecto a otros pueblos, en Europa y en el resto del mundo. Europa debe trabajar por la promoción universal de los derechos humanos y las libertades fundamentales.
Todos somos conscientes, al mismo tiempo, de que Europa necesita ahora, y va a necesitar en el futuro, estabilidad. La CSCE está llamada a convertirse en su más sólida garantía colectiva. Necesitamos un marco de estabilidad para acoger los cambios que se están produciendo en Europa y amortiguar sus desajustes. Por ello, debemos evitar cualquier tentación que nos conduzca hacia nacionalismos exacerbados. Necesitamos un marco de estabilidad para edificar en Europa un nuevo orden de paz. Uno de los caminos más seguros hacia la paz sólida y duradera es el desarme. El Tratado sobre Fuerzas Convencionales en Europa, que hemos firmado los 22 países miembros de una y otra Alianza, es un paso importante en el proceso de transformación hacia estructuras de fuerza y doctrinas de carácter defensivo. En el futuro inmediato, hemos de proseguir nuestros esfuerzos para que la negociación entre los 22 países pueda alcanzar resultados adicionales sustantivos; de cara a la Reunión de Helsinki de 1992. En esa Reunión, se deberá asimismo adoptar un nuevo mandato que permita continuar las negociaciones de desarme abiertas a los 34 Estados participantes en la CSCE. De igual manera, tendremos que proseguir de inmediato las negociaciones para profundizar las medidas de confianza militar, aprovechando el impulso adquirido con el conjunto de medidas que se acaban de acordar.
Para que la CSCE pueda cumplir sus funciones, será preciso dotarla de un soporte institucional suficiente para asegurar su eficacia, sin incurrir en su burocratización. Con la creación de un mecanismo de consultas regulares, incorporaremos a nuestro espacio común la dimensión de un diálogo político sostenido; con la futura Asamblea de Europa, añadiremos la dimensión parlamentaria.
A este respecto, me complace anunciar que, próximamente, el presidente del Parlamento Español transmitirá una invitación a los demás Parlamentos de los Estados participantes en la CSCE, a fin de mantener una reunión en los primeros meses de 1991, con objeto de intercambiar ideas y hacer propuestas acerca de la composición, funciones y métodos de trabajo de ese foro parlamentario.
En este y otros capítulos, conviene que aprovechemos al máximo el acervo, la experiencia y la tradición del Consejo de Europa, organización que agrupa a la gran mayoría de los Estados participantes en la CSCE y que, sin duda, está llamada a reunir, más tarde o más temprano, al conjunto de los países europeos.
El nuevo orden europeo que la CSCE habrá de erigir será perdurable en la medida en que sea justo. Difícilmente podemos construir un orden sólido sobre bases inconsistentes. No podemos prolongar la existencia de vestigios anacrónicos de órdenes antiguos, que son incompatibles con la nueva Europa que queremos construir. Por todas estas razones, confío en que, por medio del proceso negociador establecido entre el Reino Unido y España, podremos resolver el contencioso de Gibraltar.
La CSCE tiene que ser consecuente con la responsabilidad de Europa en el mundo. En lugar de perseguir una Europa ensimismada, debe apostar por una Europa abierta, solidaria y sensible a la interdependencia. En el pasado, el mundo estaba condicionado por las relaciones conflictivas entre nosotros, entre el Este y el Oeste; en el futuro, va a estar determinado por nuestras relaciones con los demás, en especial con los países que conforman el sur de nuestro planeta común.
Para nosotros, españoles, ello quiere decir, en particular, que Europa ha de asumir la responsabilidad que le corresponde de contribuir a la consolidación democrática y al desarrollo de los países de América Latina, que son también -en la lengua, la cultura y los valores- una prolongación de Europa más allá del Atlántico.
Es evidente que el Sur, para Europa, es ante todo el Mediterráneo, que, estoy convencido, va a ser cada vez más una dimensión primordial de nuestro Continente. De ahí que hayamos propuesto que el espíritu y el método que tanto éxito han tenido en el ámbito de la CSCE se apliquen de forma apropiada al Mediterráneo.
Esta preocupación por lo que ocurra al sur de nuestras fronteras se ve dramáticamente resaltada por la crisis que se vive en la región del Golfo, como consecuencia de la invasión y ocupación de Kuwait por parte de Iraq. Ese es un desafío a todos nosotros y al nuevo orden de paz, que hemos de afrontar conjuntamente, conforme a las directrices marcadas por el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas.
El nuevo orden europeo que la CSCE habrá de erigir será perdurable en la medida en que sea justo. Difícilmente podemos construir un orden sólido sobre bases inconsistentes. No podemos prolongar la existencia de vestigios anacrónicos de órdenes antiguos, que son incompatibles con la nueva Europa que queremos construir. Por todas estas razones, confío en que, por medio del proceso negociador establecido entre el Reino Unido y España, podremos resolver el contencioso de Gibraltar.
La CSCE tiene que ser consecuente con la responsabilidad de Europa en el mundo. En lugar de perseguir una Europa ensimismada, debe apostar por una Europa abierta, solidaria y sensible a la interdependencia. En el pasado, el mundo estaba condicionado por las relaciones conflictivas entre nosotros, entre el Este y el Oeste; en el futuro, va a estar determinado por nuestras relaciones con los demás, en especial con los países que conforman el sur de nuestro planeta común.
Para nosotros, españoles, ello quiere decir, en particular, que Europa ha de asumir la responsabilidad que le corresponde de contribuir a la consolidación democrática y al desarrollo de los países de América Latina, que son también -en la lengua, la cultura y los valores- una prolongación de Europa más allá del Atlántico.
Es evidente que el Sur, para Europa, es ante todo el Mediterráneo, que, estoy convencido, va a ser cada vez más una dimensión primordial de nuestro Continente. De ahí que hayamos propuesto que el espíritu y el método que tanto éxito han tenido en el ámbito de la CSCE se apliquen de forma apropiada al Mediterráneo.
Esta preocupación por lo que ocurra al sur de nuestras fronteras se ve dramáticamente resaltada por la crisis que se vive en la región del Golfo, como consecuencia de la invasión y ocupación de Kuwait por parte de Iraq. Ese es un desafío a todos nosotros y al nuevo orden de paz, que hemos de afrontar conjuntamente, conforme a las directrices marcadas por el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas.
Señor Presidente:
Europa está al final de un ciclo histórico y al principio de otro. Se encuentra en una prometedora fase de transición en ese difícil camino hacia la unidad desde la diversidad.
Estamos a la búsqueda de una nueva convivencia que supere la mera coexistencia. Creo que todos intuimos que estamos en el umbral de algo nuevo. Nos vemos, sin embargo, todavía como epílogo, coma secuencia de un tiempo pasado. Sabemos de qué somos herederos, pero ignoramos de qué somos precursores. Por mi parte, presiento y deseo que lo que estamos viviendo es la construcción de una Europa que es una herencia, pero también una esperanza; que es una convivencia restaurada, pero también una ambiciosa tarea común, un noble proyecto colectivo.
DISCURSO DEL PRIMER MINISTRO, TADEUSZ MAZOWIECKI, EN LA CONFERENCIA DE LA CSCE EN PARÍS, EL 20 DE NOVIEMBRE DE 1990 (texto difundido por la PAP)
La nueva situación en Europa es un hecho de trascendental importancia. Este hecho debe ser objeto de nuestra particular atención.
Me siento autorizado a hablar de ello porque fue mi país el que, con la heroica experiencia de la "Solidaridad", dio comienzo a estas transformaciones y les abrió paso en la conciencia de otras naciones. Los cambios en la Europa Central y Oriental, el rechazo del totalitarismo, la unificación de Alemania, las transformaciones en la Unión Soviética y el fin de la confrontación ideológica y militar Este-Oeste: tal es hoy la nueva realidad de nuestro continente.
Confío en que esta realidad sea duradera. Nuestra tarea común, y no sólo de los países en los que se producen cambios, es hacer todo para que estos cambios tengan éxito. Su éxito será un éxito de toda Europa, definirá su carácter y su importancia en el futuro.
Permítanme exponer problemas que sólo en apariencia se apartan de lo que nos interesa directamente en este encuentro.
Creo que en este momento histórico de nuestro continente conviene preguntar por las fuentes culturales más profundas de la unidad de Europa que renace.
El valor irrepetible de la cultura europea emana de la perpetua tensión entre los valores aparentemente opuestos: la libertad y la responsabilidad, la necesidad del orden y el cuestionamiento de sí misma. En la cristiandad esta cultura ha hallado su medida que la protege de los extremismos y sostiene el carácter creador de esa tensión.
El Papa Juan Pablo II, consciente de que la unidad espiritual de Europa se asienta en dos grandes tradiciones de Oriente y Occidente, en 1982 en Santiago de Compostela en España dirigió a Europa un llamamiento. Hablaba entonces a una Europa dividida. Hoy, en la nueva Europa, este llamamiento sigue siendo actual. Es un llamamiento a que Europa descubra ella misma sus fuentes y devuelva la vida a sus raíces.
Creo que esa Europa que ha vivido hasta ahora en libertad y aquella que la ha recuperado y sigue recuperándola deben encontrarse en su experiencia. Tal encuentro tendría enorme importancia para el futuro de nuestra cultura común.
Al mismo tiempo debemos plantearnos la pregunta si la frontera de la antigua división de Europa decidida en Yalta será o no por mucho tiempo una frontera de la división cultural. Nuestro futuro común pueden empañarlo nubes negras de viejos conflictos que están renaciendo, si no emprendemos el esfuerzo por superar la división en la Europa rica y la Europa pobre. Todos debemos darnos cuenta de la importancia de este problema. Esta es la clave de la unidad de Europa. Es este un problema fundamental tanto económico como político cuya solución decidida y consecuente no puede ser aplazada a un futuro indefinido.
Los mecanismos y las instituciones de la CSCE que queremos crear deben introducir el indispensable elemento de durabilidad en el diálogo europeo. En enero de este año propuse crear un consejo de colaboración europea.
En Polonia se establecerá la oficina de elecciones libres. Quiero agradecer a todos los Estados que se han pronunciado por la organización de esta oficina en nuestro país.
Polonia aprueba con satisfacción los proyectos de documentos preparados para nuestro encuentro. Estos documentos van dirigidos hacia el futuro.
Atribuimos enorme importancia al tratado sobre las fuerzas convencionales en Europa que pone fin a la doctrina de la seguridad de bloques y confrontación.
De manera similar interpretamos el significado de la declaración conjunta firmada por el grupo de 22 países.
Apreciarnos altamente el fortalecimiento y el desarrollo de los compromisos relativos a los derechos humanos, la colaboración económica y la protección ecológica.
Ciframos grandes esperanzas en el futuro papel de la CSCE.
Consideramos que en el proceso de Helsinki no debe faltar sitio para las repúblicas bálticas, entre ellas Lituania, con la que tenemos frontera. En la construcción de la nueva Europa desempeñan un importante papel, aparte la CSCE, también otras instituciones.
Tengo en mientes sobre todo las comunidades europeas y su contribución a la integración de Europa. La aproximación a esta comunidad Polonia la trata como un importante objetivo de su política.
La Comunidad Europea, la OTAN y el Consejo de Europa son elementos duraderos del proceso europeo. Polonia, en calidad de anfitriona de un simposio de la CSCE sobre el patrimonio cultural que se celebrará en el año que viene, espera que el Consejo de Europa lleve una valiosa aportación a este encuentro.
Queremos que en la nueva Europa se desarrolle ampliamente la colaboración cultural. A la realización de este objetivo deberá contribuir el trabajo del centro internacional de la cultura que proyectamos crear en Cracovia.
Un objetivo de nuestra política es la relación más estrecha con las instituciones y organizaciones europeas. La estabilidad de nuestra política exterior lo favorecerá.
Aquí, en París, quisiera recordar las palabras pronunciadas hace años por el general de Gaulle quien dijo en una ocasión que ningún país puede cambiar su situación geográfica, pero sí puede cambiar su geopolítica. Ese precisamente es nuestro objetivo. Deseamos reconciliarnos con nuestros vecinos de Oeste y de Este, queremos mantener buenas relaciones con todos nuestros vecinos.
Estoy convencido que ello servirá a la estabilidad de nuestra parte de Europa y de todo el continente.
Doy las gracias a nuestros anfitriones franceses por el gran esfuerzo que han dedicado a la organización de este encuentro y por la hospitalidad que nos han dispensado. Vayan expresiones de mi profundo respeto al presidente de Francia, señor François Mitterrand, por su incansable labor en favor de la causa europea.
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Europa está al final de un ciclo histórico y al principio de otro. Se encuentra en una prometedora fase de transición en ese difícil camino hacia la unidad desde la diversidad.
Estamos a la búsqueda de una nueva convivencia que supere la mera coexistencia. Creo que todos intuimos que estamos en el umbral de algo nuevo. Nos vemos, sin embargo, todavía como epílogo, coma secuencia de un tiempo pasado. Sabemos de qué somos herederos, pero ignoramos de qué somos precursores. Por mi parte, presiento y deseo que lo que estamos viviendo es la construcción de una Europa que es una herencia, pero también una esperanza; que es una convivencia restaurada, pero también una ambiciosa tarea común, un noble proyecto colectivo.
DISCURSO DEL PRIMER MINISTRO, TADEUSZ MAZOWIECKI, EN LA CONFERENCIA DE LA CSCE EN PARÍS, EL 20 DE NOVIEMBRE DE 1990 (texto difundido por la PAP)
La nueva situación en Europa es un hecho de trascendental importancia. Este hecho debe ser objeto de nuestra particular atención.
Me siento autorizado a hablar de ello porque fue mi país el que, con la heroica experiencia de la "Solidaridad", dio comienzo a estas transformaciones y les abrió paso en la conciencia de otras naciones. Los cambios en la Europa Central y Oriental, el rechazo del totalitarismo, la unificación de Alemania, las transformaciones en la Unión Soviética y el fin de la confrontación ideológica y militar Este-Oeste: tal es hoy la nueva realidad de nuestro continente.
Confío en que esta realidad sea duradera. Nuestra tarea común, y no sólo de los países en los que se producen cambios, es hacer todo para que estos cambios tengan éxito. Su éxito será un éxito de toda Europa, definirá su carácter y su importancia en el futuro.
Permítanme exponer problemas que sólo en apariencia se apartan de lo que nos interesa directamente en este encuentro.
Creo que en este momento histórico de nuestro continente conviene preguntar por las fuentes culturales más profundas de la unidad de Europa que renace.
El valor irrepetible de la cultura europea emana de la perpetua tensión entre los valores aparentemente opuestos: la libertad y la responsabilidad, la necesidad del orden y el cuestionamiento de sí misma. En la cristiandad esta cultura ha hallado su medida que la protege de los extremismos y sostiene el carácter creador de esa tensión.
El Papa Juan Pablo II, consciente de que la unidad espiritual de Europa se asienta en dos grandes tradiciones de Oriente y Occidente, en 1982 en Santiago de Compostela en España dirigió a Europa un llamamiento. Hablaba entonces a una Europa dividida. Hoy, en la nueva Europa, este llamamiento sigue siendo actual. Es un llamamiento a que Europa descubra ella misma sus fuentes y devuelva la vida a sus raíces.
Creo que esa Europa que ha vivido hasta ahora en libertad y aquella que la ha recuperado y sigue recuperándola deben encontrarse en su experiencia. Tal encuentro tendría enorme importancia para el futuro de nuestra cultura común.
Al mismo tiempo debemos plantearnos la pregunta si la frontera de la antigua división de Europa decidida en Yalta será o no por mucho tiempo una frontera de la división cultural. Nuestro futuro común pueden empañarlo nubes negras de viejos conflictos que están renaciendo, si no emprendemos el esfuerzo por superar la división en la Europa rica y la Europa pobre. Todos debemos darnos cuenta de la importancia de este problema. Esta es la clave de la unidad de Europa. Es este un problema fundamental tanto económico como político cuya solución decidida y consecuente no puede ser aplazada a un futuro indefinido.
Los mecanismos y las instituciones de la CSCE que queremos crear deben introducir el indispensable elemento de durabilidad en el diálogo europeo. En enero de este año propuse crear un consejo de colaboración europea.
En Polonia se establecerá la oficina de elecciones libres. Quiero agradecer a todos los Estados que se han pronunciado por la organización de esta oficina en nuestro país.
Polonia aprueba con satisfacción los proyectos de documentos preparados para nuestro encuentro. Estos documentos van dirigidos hacia el futuro.
Atribuimos enorme importancia al tratado sobre las fuerzas convencionales en Europa que pone fin a la doctrina de la seguridad de bloques y confrontación.
De manera similar interpretamos el significado de la declaración conjunta firmada por el grupo de 22 países.
Apreciarnos altamente el fortalecimiento y el desarrollo de los compromisos relativos a los derechos humanos, la colaboración económica y la protección ecológica.
Ciframos grandes esperanzas en el futuro papel de la CSCE.
Consideramos que en el proceso de Helsinki no debe faltar sitio para las repúblicas bálticas, entre ellas Lituania, con la que tenemos frontera. En la construcción de la nueva Europa desempeñan un importante papel, aparte la CSCE, también otras instituciones.
Tengo en mientes sobre todo las comunidades europeas y su contribución a la integración de Europa. La aproximación a esta comunidad Polonia la trata como un importante objetivo de su política.
La Comunidad Europea, la OTAN y el Consejo de Europa son elementos duraderos del proceso europeo. Polonia, en calidad de anfitriona de un simposio de la CSCE sobre el patrimonio cultural que se celebrará en el año que viene, espera que el Consejo de Europa lleve una valiosa aportación a este encuentro.
Queremos que en la nueva Europa se desarrolle ampliamente la colaboración cultural. A la realización de este objetivo deberá contribuir el trabajo del centro internacional de la cultura que proyectamos crear en Cracovia.
Un objetivo de nuestra política es la relación más estrecha con las instituciones y organizaciones europeas. La estabilidad de nuestra política exterior lo favorecerá.
Aquí, en París, quisiera recordar las palabras pronunciadas hace años por el general de Gaulle quien dijo en una ocasión que ningún país puede cambiar su situación geográfica, pero sí puede cambiar su geopolítica. Ese precisamente es nuestro objetivo. Deseamos reconciliarnos con nuestros vecinos de Oeste y de Este, queremos mantener buenas relaciones con todos nuestros vecinos.
Estoy convencido que ello servirá a la estabilidad de nuestra parte de Europa y de todo el continente.
Doy las gracias a nuestros anfitriones franceses por el gran esfuerzo que han dedicado a la organización de este encuentro y por la hospitalidad que nos han dispensado. Vayan expresiones de mi profundo respeto al presidente de Francia, señor François Mitterrand, por su incansable labor en favor de la causa europea.
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