A. Darío Lara
La celebración de los 250 años de la histórica misión cumplida por los Geodésicos Franceses en la Real Audiencia de Quito, en la primera mitad del siglo XVIII, nos ofrece una incomparable oportunidad para que distinguidas personalidades de Francia y del Ecuador evoquen la obra realizada por aquellos misioneros de la Ciencia. Con el reconocido prestigio que rodea a los participantes de este coloquio, profesores, investigadores reputados de los medios culturales y literarios, de la universidad y de las Académicas, nos recordarán los nombres de aquellos científicos y nos mencionarán su labor cumplida en tan diferentes aspectos del saber como: la geodesia, la geografía, la astronomía, la física, las ciencias naturales, … y la formidable documentación reunida sobre una región hasta entonces desconocida por los medios científicos europeos.
Permitidme que brevemente evoque hoy la figura de uno de nuestros hombres más notables de ese siglo, a quien cupo el honor de recibir a los Académicos Franceses; luego de ofrecerles importantes servicios y, sobre todo, de brindarles su amistad, colaboró estrechamente en sus labores, con La Condamine en especial, y en compañía de este ilustre Académico, ambos realizaron la fantástica travesía del continente, desde las agrestes montanas andinas, navegando hasta el Atlántico por el inmenso río de las Amazonas o de Francisco de Orellana, quien en una de las aventuras más formidables de los siglos, aventura que se inició en Quito, en 1541, descubrió para el mundo entonces aquel gran río.
Este ilustre ecuatoriano es Don Pedro Vicente Maldonado. Realizado aquel viaje extraordinario- por las condiciones y la cantidad de datos acumulados para la ciencia- una vez en Europa, La Condamine y Maldonado contribuyeron a difundir el conocimiento de las cosas de América, en las Académicas de Madrid, París y Londres. En esta última ciudad, víctima de una violenta enfermedad, Maldonado falleció en noviembre de 1748, poco antes de cumplir 40 años de edad.
El nombre de Don Pedro Vicente Maldonado, tan poco conocido fuera del Ecuador, está íntimamente ligado al de La Condamine. A la distancia de más de dos siglos, al analizar los grandes hechos de aquel período, el Ecuador se siente orgulloso de aquel capítulo que no lo olvida, convencido de que: “… la memoria de los pueblos constituye su mejor defensa contra la tiranía y la muerte”. Aquella amistad que tejieron estos ilustres personajes, amistad iniciada en un hermoso sitio de los Andes, reforzada al bogar sobre las olas del gran río, tuvo su coronamiento en la Academia de Ciencias de París- en donde Maldonado fue recibido, como lo veremos- y por desgracia, también fue su conclusión en este continente.
Esta amistad fue como el presagio y el origen de la que desde entonces ha unido a Francia y a esta región del mundo, aun antes de su independencia política, que tan sólo la consiguió en 1830. La República del Ecuador, primogénita en sus estrechas relaciones con Francia, cuidadosamente ha cultivado esta amistad, reforzándola siempre, en los dos últimos siglos, como voy a recordarlo en estas páginas.
En numerosas ocasiones, los Académicos de la Misión nos han hablado de la ciudad de Quito que fue el centro de sus actividades científicas. Palabras elogiosas sobre su clima, sus habitantes, los encantos de la vida. En efecto, Quito en esos comienzos del siglo XVIII era una ciudad muy castellana y muy americana. Se debe recordar, sin embargo, que mucho antes de la conquista española, Quito fue una ciudad de particular importancia histórica. Antes del año mil, por conquistas y confederaciones, cierto número de pueblos, los Caras, descendientes de los Mayas, se unieron para formar el “Reino de los Quitus”. Fue la célebre dinastía de los “Shyris de Quito”, cuya soberanía hereditaria duró alrededor de cinco siglos. A principios del siglo XV, los Incas emprendieron la conquista de dicho reino que fue el teatro de sangrientas luchas. Terminada la conquista, Quito vino a ser la capital del más grande de los emperadores Incas: Huayna-Capac. Después de su muerte, la división de sus dos hijos se terminó, luego de luchas fratricidas por la victoria de Atahualpa, príncipe quiteño, heredero legitimo del Reino de Quito. En esos mismos días, llegaban las tropas de Francisco Pizarro y el imperio cayó en manos de los Conquistadores, 1533.
Sobre las ruinas humeantes de los Quitus, Sebastián de Benalcázar fundó, el 6 de diciembre de 1534, la ciudad de San Francisco de Quito, una de las ciudades hispanoamericanas más antiguas y la primera Capital española construida en América del Sur. La ciudad progresó rápidamente y llegó a ser pronto un centro importante de la vida colonial. El emperador Carlos V, en 1541, la ennobleció con el título “de muy noble y muy leal”.
En el siglo XVIII, Quito contaba tres universidades. Bouguer nos da sus memorias estos detalles: “… esta ciudad tiene treinta o cuarenta mil habitantes, de los cuales más de un tercio son Españoles o de origen español. Los productos no son allí muy caros… se encuentran todas las cosas absolutamente necesarias para la vida, el país ofrece en abundancia…”.
Gracias a la obra de los misionarios, de algunos maestros españoles y el trabajo admirable realizado por los aborígenes, que poseían una vieja tradición artística, Quito llegó a ser un centro cultural admirable donde las características aborígenes y españolas se entremezclaron, dando origen a un arte típico. El español Jaén Morente ha escrito: “En Quito, se encuentra durante la época colonial la síntesis del arte hispánico y Quito fue la verdadera capital del arte americano, con la que sólo México pudo rivalizar”.
Esta era la noble ciudad, asentada a 2830 metros sobre el nivel del mar, a 22 km al sur exactamente de la línea ecuatorial, detalle geográfico que determinó su designación por la Academia Real de Ciencias de París para recibir la Misión de Los Académicos Franceses.
Si la ciudad de Quito se había distinguido ya el pasado y con la conquista española logró un especial desarrollo en los siglos XVII y XVIII, hasta llegar a ser un centro universitario y de gran cultura, otras ciudades del territorio que formaría la República del Ecuador, lograron también cierto progreso. Guayaquil, el puerto principal sobre el Océano Pacífico, cumplió un papel fundamental en esos siglos de donación española. Cuenca, en el sur del país y Riobamba en el centro, son dos ciudades notables; ambas están muy ligadas a la historia de los trabajos de los Académicos. Nada extraño, por lo mismo, que en la historia de los trabajos de la Misión Geodésica hallemos frecuentes menciones de estas dos ciudades, con páginas muy agradables unas, como vamos a ver, tristes y dolorosas a otras, como las que se refieren al trágico fin del cirujano de la expedición Jean Sénièrgues, en Cuenca.
Mencionar la ciudad de Riobamba, la hermosa capital de la provincia del Chimborazo, es evocar aquel coloso de los Andes que cautivó a La Condamine, a Humboldt y Caldas, hasta al Libertador Bolívar, autor de su célebre: “Mi delirio sobre el Chimborazo”; es recordar también varios episodios de la Misión Francesa, de los agradables días que allí vivieron, de las amistades que en ella establecieron. La Condamine particularmente ha evocado las horas pasadas con las familias Dávalos y Maldonado, el Marqués de Maenza, o Juan Luján protector de los indígenas y la admiración que le causó al ver como el culto de las artes y las letras ocupaba un puesto excepcional en dichos hogares.
El personaje que más estrechamente se ligó con los miembros de la Misión, con La Condamine particularmente, pertenecía a la familia Maldonado, una de la más ricas y nobles establecidas en Riobamba. Don Pedro Atanasio Maldonado y Sotomayor, casado con la señora Isidora Palomino Flores, era el jefe de este hogar; Caballero de Alcántara, junto a la virtud, las artes y las ciencias, esta familia conoció una oportunidad admirable, tuvo la suerte de contar con una descendencia que acrecentaría su prestigio; entre los varones: José Antonio que será canónigo de la catedral de Quito, Ramón que entrará en la administración, y nuestro Pedro Vicente, el más notable de la familia y de quien nos ocuparemos especialmente.
Todos los biógrafos de Pedro Vicente Maldonado y Sotomayor, nacido en Riobamba, en noviembre de 1704, (apenas tres años después de La Condamine, nacido en 1701), unánimemente mencionan las particulares ciudades intelectuales de que dio pruebas el joven Pedro Vicente, ya en sus primeros estudios realizados en Riobamba, luego en el Colegio “San Luis” de Quito, centro cultural el más destacado en aquellos años de la dominación española y en donde se formaron los mejores representantes de las letras y las artes de esos siglos.
Hay que reconocer que el la enseñanza de aquella época, las Ciencias ocupaban poco lugar en los programas de los colegios y de las universidades. Si los escasos conocimientos que podían recibirse entonces apenas servían para orientar en una carrera científica, en cambio, era importante la formación del carácter y la ambición de proseguir los estudios. Este fue el caso de Pedro Vicente, quien una vez terminado el ciclo de estudios con los diplomas correspondientes, al abandonar las aulas de los Jesuitas de Quito, en su ciudad natal se dedicó a perfeccionarse en materias que muy contados en la Colonia podían enseñar. Así le ve uno de sus biógrafos, cuando nos lo presenta: “Encerrado en su aposento, ajeno a toda preocupación, ahí está Maldonado, cual otro Pascal, escribiendo números, trazando líneas, componiendo figuras, resolviendo problemas de matemáticas, de física, de geografía y de astronomía”. (Antonio Pérez, Biografía de Pedro Vicente Maldonado; página 9).
De Geografía, sobre todo, y de una geografía practica y vivida; pues, Pedro Vicente dueño de varias propiedades, recorre las regiones de la Audiencia de Quito; sin temor de cansancio, según escribe el biógrafo citado: “mide montañas, calcula distancias, delinea caminos, recoge aquí y allí datos, todos los datos que le parecen ya necesarios, ya útiles para sí y para labrar la ventura de su patria…”. Es decir, asistimos al nacimiento de un autentico geógrafo, del geógrafo más notable de esos siglos en nuestro país. Geógrafo y visionario, pues pronto ha reconocido la importancia capital de que Quito, Riobamba, las ciudades interandinas tengan una salida al Océano. Se ha dado cuenta como para el progreso del país, en los aspectos económico y cultural, material y espiritual era indispensable salir del aislamiento que imponen aquellas cadenas de montañas, hermosas sin duda y extraordinariamente significativas en la estructura física y mental, espiritual de sus habitantes. De sus largos recorridos por la región, de su admiración por las riquezas que encierran y de lo que pueden significar para el desarrollo del país, Maldonado comprende la necesidad de un camino que ofreciese una pronta y amplia salida hacia el mar, desde la ciudad de Quito, centro político y económico llamado a un futuro imprevisible. Era urgente unir Quito a las playas de la provincia de Esmeraldas; de donde se estaba más cerca del istmo de Panamá, punto indispensable para llegar a España, a Europa: al centro de la civilización, sueño de todos los espíritus inquietos y deseosos de mejorar sus conocimientos.
Desde luego, ya el siglo anterior, varios intentos se habían hecho, misioneros, gobernantes, por ejemplo, don Cristóbal de Troya, fundador de la ciudad de San Miguel de Ibarra, había recorrido los confines occidentales de su provincia y comprendido la necesidad de abrir una comunicación con el litoral… De este modo, la provincia de Atacames que había tentado a numerosos espíritus no recogió sino insignificantes resultados, pese a grandes sacrificios.
Después de ocho años de reflexión, de preparación, madurado su proyecto, Maldonado ha recibido el nombramiento de Gobernador de Atacames, para que realizara el proyecto de su camino, cuya construcción comienza en 1733. Siguen largos años de trabajo, de esfuerzos en que sacrificará su tiempo, su dinero, su salud… y con grandes dificultades, en más de tres años de trabajo, la ruta no logra aún voltear la inmensa muralla de la Cordillera andina.
En estas circunstancias, cuando Pedro Vicente Maldonado se hallaba en plenos trabajos, llegó a la Real Audiencia de Quito la Misión de los Académicos. Maldonado se entraba exactamente en la región de Atacames, preocupado en la construcción de su camino, cuando La Condamine (que después de separarse del resto de la Misión en Manta y de Bouguer que le acompañó unos días, pero que ha debido seguir, por motivos de salud, la ruta de Guayaquil-Quito) llega también por aquella región y se encuentra con Maldonado. Nuestro escritor doctor Neptalí Zuñiga –uno de los pocos historiadores que verdaderamente ha investigado estos capítulos y frecuentado los archivos europeos –nos da detalles de este primer encuentro: “Las impresiones recíprocas son magníficas… Se encontraban casi en la misma edad, pus Maldonado tenía treinta y un años y La Condamine más de treinta y cinco… Maldonado no pudo acompañarle personalmente a la capital – como lo sostienen algunos autores en contradicción con lo que escribió el Francés en su Journal… – pero, detalladamente le instruyó de todo y le proporcionó los medios necesarios”. Se comprende cómo La Condamine, pese a las graves dificultades que debió sufrir, pudo atravesar el río Esmeraldas, levantar el plano de su curso y el mapa del itinerario desde ese punto de su desembarco hasta Quito.
El prestigio que había precedido a los Científicos Franceses era inmenso. Se conocía que tan distinguidos visitantes traían una misión enorme – por primera vez emprendida en ese continente – y que sus conocimientos superaban a los conocimientos de los más aptos de estos reinos. La astronomía, la física, las ciencias naturales, las matemáticas… no eran precisamente materias que se dictaban en las universidades y, por lo mismo, se carecía casi totalmente de personas iniciadas en esas materias.
Nada extraño que desde los primeros momentos las relaciones entre los Académicos y la familia Maldonado hayan sido muy estrechas, como van a probarlo los diferentes servicios que los Criollos prestan a los Franceses. La situación económica de la Misión fue siempre muy precaria y conoció graves dificultades, que fueron fuertemente agravados ya por el modo de vida de Louis Godin, el jefe de la expedición, como después por las discordias surgidas entre los tres Académicos, por motivos que no hace falta mencionar aquí. En esas circunstancias, los hermanos Maldonado ayudaron generosamente en el aspecto económico, pusieron su fortuna y su influencia, así como sus relaciones que eran muy importantes, al servicio de los Académicos.
Pedro Vicente, feliz de contribuir al bienestar de los Académicos, lo estuvo mucho más, cuando pudo junto a ellos, a La Condamine en especial, iniciarse o progresar en los conocimientos de aquellas ciencias que había trabajado en privado y que tanto le entusiasmaban. De manera que, una amistad que se inicia sencillamente en los salones de una sociedad culta, tanto en Riobamba como en Quito, que va luego a las manifestaciones de generosidad y comprensión por parte de la familia Maldonado que viene en auxilio de las necesidades de los Académicos, franquea pronto los límites de la intimidad, cuando Pedro Vicente se vuelve un asiduo conversador, un discípulo y finalmente un colaborador en los trabajos de la Misión. La Condamine, desde el primer momento, apreció altamente las cualidades del joven riobambeño. Como lo confirma el general Georges Perrier, cuando escribe: “… Durante la estadía de los Académicos en la región de Riobamba, lazos de una estrecha amistad se entablaron entre Maldonado y La Condamine, a quien el carácter del joven criollo le fue eminentemente simpático. Sagaz, generoso, enérgico, tranquilo en el peligro, dotado de cualidades necesarias para mandar a los demás, así era al amigo de La Condamine”.
No cansaré aquí vuestra atención refiriéndome a los números viajes, en tantas direcciones que caminan los Académicos para cumplir son su Misión, viajes de los que sus biógrafos nos dan detalles muy curiosos, cuando Maldonado debe acompañar a La Condamine, a Bouguer, para colaborar en sus experiencias, en sus trabajos. He recordado que la preparación de Maldonado no había sido muy solida en estos campos de la ciencia. “Maldonado no se encontraba suficientemente preparado para emprender en tan complejos estudios, en los cuales no era dable salir adelante sólo con buen ánimo y disposiciones, con caballerosidad o diligencia: en el siglo XVIII se exigían, por lo menos, conocimientos sobre astronomía, física, geografía, matemáticas…”, explica uno de sus biógrafos. Pero, añade:
“Tenía principios y acaso sólidos, es indudable: pues era garantía de sus conocimientos en esas disciplinas la enseñanza que recibió de los Jesuitas, los que conservaron el prestigio de los antiguos matemáticos, geógrafos y cartógrafos, al viajar para las Indias…” (Neptalí Zuñiga; pág. 50).
Con los conocimientos, con la amistad de La Condamine, Maldonado hizo rápidos progresos. Las cualidades morales del francés y del criollo permitieron pronto al maestro y al discípulo colaborar admirablemente. La Condamine en más de una ocasión lo reconoció generosamente: “Su pasión por instruirse, escribe el Académico, abarcaba todos los géneros y su facilidad para concebir suplía la imposibilidad en que se había encontrado para cultivarlos todos ellos desde su primera juventud…”. Tendré ocasión de recordar, luego de la muerte prematura de Maldonado, los testimonios elogios que los Académicos – La Condamine en especial – nos han dejado sobre nuestro ilustre compatriota.
Resultado de esta amistad establecida entre Maldonado y los Académicos, de la inteligente colaboración en el desarrollo de sus trabajos, fueron dos realizaciones que, sin duda, son los más sobresalientes en la biografía de Maldonado y que completan la labor de La Condamine en nuestra América. Me refiero: 1) A la elaboración de un mapa en que trabajaban La Condamine y Maldonado y 2) Al extraordinario viaje (de regreso para La Condamine) a través del Amazonas, con todas las aventuras y descubrimientos para la ciencia, para la historia, simplemente. Era, en realidad, el primer viaje científico que se llevaba a cabo por aquellas inmensas regiones tan alejadas y misteriosas para el mundo civilizado, así como fue para Europa la Misión de los Académicos en la Real Audiencia de Quito.
A medida que Maldonado avanzaba en su camino a Esmeraldas, trabajaba en un mapa de la Presidencia de Quito. Estamos en 1741, La Condamine escribe: “En este tiempo trazaba con don Pedro Maldonado la carta geográfica de la parte septentrional de las costas de la Provincia de Quito, que él acababa de recorrer; comunicóme ampliamente sus rutas, sus distancias calculadas y las cuartas que había observado con una brújula, especialmente construida, y cuyo uso le había enseñado. Con estas indicaciones y con algunas Memorias que él había recogido en aquella región, tuvimos excelente material con que delinear la costa desde Río Verde hasta la desembocadura del Mira y el curso del Río Santiago, que don Pedro había remontado. Esto añadió un fragmento nuevo al mapa enviado por mí a la Academia, en 1736”.
Páginas más adelante, en su Journal du Voyage, La Condamine volverá a destacar el trabajo del científico riobambeño y su participación en sus estudios y trabajos. Desde luego, no debemos olvidar que La Condamine, con la amplitud de espíritu que caracteriza a los verdaderos científicos, al referir a los detalles de sus trabajos cartográficos, si subraya la labor de Maldonado, rinde también un homenaje caluroso a sus precursores. Pues, fueron numerosos quienes en los años anteriores habían tratado de levantar esbozos de cartas geográficas, muy elementales al comienzo, por falta de tantos medios, pero que muestran el interés, de los Misioneros en especial, de dar a conocer aquellas lejanas regiones a las autoridades de España o para el trabajo de evangelización que ellos mismos debían cumplir.
Así, leemos en las páginas de La Condamine, los nombres d’Anville, del ilustre Jesuita Pablo Maroni…”. Con todos estos mismos materiales, escribe, que los he dado íntegramente a Maldonado y con su propio trabajo, he hecho trazar, a su vista, por M. d’Anville un gran mapa español, en cuatro hojas de la Provincia de Quito. Los detalles del territorio situado al Nordeste de esta ciudad, me suministró, en parte, M. Bouguer, quien, a su vuelta, tomó este camino…”.
Se ve así, que La Condamine y Maldonado están asociados en una labor que tanto significaría para el progreso de este ramo del saber en pleno siglo XVIII. Nada extraño, que un siglo más tarde y cuando ya tanto se había progresado en estos conocimientos, al crearse la primera Escuela Politécnica en Quito, en 1870, uno de sus profesores, el Jesuita alemán, P. Menten, en su “Relación sobre la expedición de los Académicos Franceses”, publicada en Quito, en 1875, escribiera:
“La Condamine dio a luz en 1750, bajo el nombre de su gran amigo, Pedro Vicente Maldonado, con el cual había regresado a su Patria…”.
Sin descuidar la inmensa labor científica cumplida por los Académicos y la serie de trabajos que acompañaron a sus viajes, como resultado de sus investigadores, sin embargo, la importancia de este trabajo significó tanto para el adelanto del conocimiento geográfico, que con justicia se ha reconocido que bastaría este aspecto, este detalle de la labor cumplida por La Condamine, por Maldonado, para justificar los enormes trabajos, los grandes sacrificios que conoció la expedición del siglo XVIII.
Los trabajos de la Misión, iniciados hacia fines de 1736 se habían prolongado desmesuradamente. Las dificultades que habían encontrado en la realización de sus planes, a las que se añadieron los conflictos suscitados por la misma conducta de los Académicos, hicieron que pasaran los años y no veía llegar el término de sus labores. Y, sin embargo, de París, se urgía para que los Académicos regresaran. Este regreso no se cumplió en la amigable compañía que se conoció a la partida, en mayo de 1735. Cada cual tomó el camino de su regreso según sus intereses o según sus posibilidades. Sabemos que Bouguer fue el primero en regresar a Francia en 1744 y la célebre disputa ha tenido sus ventajas; como lo recordaba Monsieur de la Gournerie, en la sesión del 20 de agosto 1877, en la Academia de Ciencias, al referirse a la “Recherche de documents relatifs à l’Expédition scientifique de 1735 à 1743”, escribe:
“Una de las principales causas (de la dificultad del viaje) resulta de que en América los Académicos estuvieron siempre divididos… en los archivos de diversos establecimientos públicos y varias colecciones particulares contienen sobre la expedición en el Ecuador piezas inéditas bastante numerosas. Estos documentos, todos de acuerdo entre ellos y que se explican unos con otros, permiten seguir el desarrollo de las principales polémicas. La primera estalla en el momento en que los Académicos abordaron al Ecuador: apenas se menciona en las obras que han sido publicadas sobre la expedición”.
Pero, veo que me aparto de mi asunto y que por este camino podría ir muy lejos en su asunto tan amplio, desde luego tan interesante, como compleja. Vengamos al regreso de nuestros héroes.
Sabemos que Godin debió retardar su viaje por motivos personales y tan sólo en 1751 estuvo de regreso, mientras el admirable Jussieu, mártir de la ciencia y de su inmenso amor a las clases más sufridas que encontró en sus caminos, su regreso a París en 1771 no fue ya un regreso sino a la muerte y también a la gloria. Hoy, una de las Universidades de París eterniza su memoria.
Naturalmente, en el viaje de regreso La Condamine debía distinguirse de sus colegas y para sus proyectos aventureros encontró a su fiel amigo Pedro Vicente el mejor apoyo, el compañero admirable para viajar de la Audiencia de Quito a Europa, siguiendo las huellas del extraordinario Francisco de Orellana, el descubridor del Amazonas, quien partiendo en 1541 de Guayaquil a Quito, para juntarse con el gobernador, Gonzalo Pizarro, exploró la tierra de “El Dorado”, la provincia de la Canela… Allí donde varios de sus infelices compañeros hallaron la muerte más cruel, Orellana con un puñado de aventureros navegando en los ríos de esa selva, encontró el camino del Amazonas y de la gloria, en febrero de 1542.
La Condamine, Maldonado saben que deberán pasar días muy duros; eso sí de gran interés para sus trabajos científicos, para completar sus trabajos cartográficos, para une serie de descubrimientos, entre los cuales, La Condamine no omitía la posibilidad de visitar el reino de aquellas mujeres curiosísimas, las amazonas, que según la leyenda vivían en algún rincón de esa inmensa selva y hasta donde nadie había llegado aún.
La preparación del viaje por parte de Maldonado fue muy meticulosa. Desde luego, ha dispuesto con rigor de la administración de sus numerosos bienes; su ambición ahora es partir a Europa. Ha abierto el camino que tanto le costó, había colaborado con los Académicos y aprendido mucho, había trabajado en el proyecto de su mapa… era el tiempo de pasar a España, en primer lugar, para obtener de la Corona y del trabajo de Indias la confirmación de su gobierno en la Capitanía General de la rica provincia de Atacames. Sobre todo, los seis años de trato con los Académicos habían despertado el deseo de completar sus conocimientos, preveía que muchos proyectos esbozados, discutidos con los Franceses podrían ser realidad en su país: en la agricultura, en la industria textil, en las minas… había tanto que realizarse y Maldonado veía que era posible si, sacrificando sus comodidades, parte de su fortuna personal… no se consagraba sino al progreso material, cultural de sus compatriotas. Noble ambición que demuestra la grandeza de alma, la altura de ideal que animaron a este ilustre riobambeño, convertido así en uno de los símbolos más puros de su patria.
Estamos hacia el mes de mayo de 1743, ocho años ya que La Condamine ha dejado París y realmente comienza a sentirlo muy duramente. Cuando recibe el anuncio de la partida de Bouguer, su decisión está tomada. Saldrá lo más pronto, pues, previa lo que significaba la llegada de Bouguer a París… El camino de Maldonado es, se diría, casi conocido: Baños, la puerta de entrada por la cordillera oriental hacia la selva, el río Bobonaza que le lleva al río Pastaza y éste al Amazonas. El 10 de junio estuvo en la desembocadura del Pastaza. Como ha llegado antes, deja un mensaje para La Condamine atado a un árbol (maravillosos tiempos en que así podían suplir la falta de coreos, de teléfonos, de radios… pero, también que graves peligros de que el mensaje nunca llegara a los interesados). No fue el caso esta vez. La Condamine que ha retardado su viaje por sus últimas visitas – las minas de oro de Zaruma – y otras investigaciones nunca terminadas, llega seis semanas después al sitio fijado para su encuentro: la población de la Laguna. Valga anotar que Maldonado, contagiado ya por ese espíritu de investigación de los Franceses, aquellos días de espera los emplea también en las ciencias naturales. Penetra en la región de los Canelos y según escriben Jorge Juan y Antonio de Ulloa, los Españoles de la Misión: “… Maldonado determinó hacer el viaje a los Canelos para tener ocasión de examinar el árbol, con su corteza, y flor y por las noticias que da de él deja comprender que no hay diferencia en la especie del árbol, al de Macas y que la diferencia que se repara en la corteza, debe provenir como se ha dicho de no tener cultivo aquellos árboles y de estar mezclados entre la variedad de otros cuya inmediación pierde su mayor sabor y delicadeza el jugo nutritivo de la planta”.
Maldonado recogió alguna de esas plantas de canela para dárselas a La Condamine. Los Académicos habían enviado algunas ramas a Francia e Inglaterra. En Londres se grabaron láminas con dicha planta, dando su descripción para el público. En París, Maldonado encontrará algunas de las plantas enviadas por los Académicos… Una de las tantas y tantas demonstraciones de la actividad sin límites de la Misión.
Después de seis semanas de espera, Maldonado y La Condamine se encuentran en la Laguna, centro importante de la misiones de los Jesuitas. “El 19 de Julio llegamos a la Laguna – escribe La Condamine – donde me esperaba hacía seis semanas D. Pedro Maldonado, Gobernador de la provincia de Esmeraldas, a quien públicamente rindo el homenaje que se merece, así como a sus dos hermanos y a todos sus familiares, de quienes ha recibido excelentes servicios en todas las ocasiones nuestra comisión académica durante su larga estadía en la provincia de Quito” (pág. 43). No olvidemos que los dos viajeros cuentan fundamentalmente para su viaje en la colaboración inteligente, bondadosa que los Misioneros dan a sus visitantes, máximo cuando se trata de personajes tan célebres y que traen abundantes recomendaciones de los Provinciales de Quito. Nada extraño que en el relato de su Diario, más de una vez, La Condamine, como otros viajeros, consagren páginas elogiosas a esos contribuyeron admirablemente al conocimiento de esas regiones, bajo todos los aspectos de la ciencia. Al mencionar precisamente la Laguna, uno de nuestros historiadores ha escrito estas líneas que son un solemne elogio de la labor de los Jesuitas en el Amazonas: “La Laguna, uno de los centros principales de las misiones de los Jesuitas en el Marañón… Los bohíos se distribuían irregularmente, sobresaliendo la iglesia y la casa de la Misión. En aquellos lugares habíanse ya dado cita el arte y las letras, pues en el templo existían lienzos magníficos y esculturas sorprendentes, con diversos motivos místicos; no sólo libros religiosos, misales o devocionarios, sino también obras de Historia, Viajes, Derecho y Ciencia, que admira ese buen sentido de cultura que tuvieron indudablemente los hijos de Compañía de Jesús, hasta los más apartados rincones de la Presidencia de Quito…” (Nepalí Zúñiga: La Expedición Científica de Francia del siglo XVIII, en la Presidencia de Quito; pág. 88).
Qué diferente tono del que han empleado ciertos escritores mal informados al referirse a nuestra historia del siglo XVII, XVIII, cuando ignorantes de documentos y relaciones auténticos de quienes vivieron e hicieron una labor admirable, nos ofrecen comentarios falseados, incompletos, por motivos que nada tienen que ver con la autentica ciencia histórica.
Largo sería ofrecer, no fuera sino un resumen de los días que dura la extraordinaria expedición o viaje de La Condamine y Maldonado desde que el 23 de julio de 1743 salen de La Laguna, hasta su llegada a Pará, el 19 de septiembre, en donde permanecen hasta el 3 de diciembre. La lectura del Diario de viaje de La Condamine, en que casi día a día nos va dando los detalles de esta aventura – no repetida después – y con que se inicia verdaderamente el conocimiento científico de la región, no puede ser ni más agradable ni más instructiva. No fue un viaje de recreo o de pasatiempo, “no es de conquista ni de búsqueda de oro…”, los mil detalles de que está lleno el Journal de Voyages fait par ordre du Roi à l’Équateur, es la mejor prueba de ello. En esta inmensidad de trabajos, como la inmensidad de la selva en que navegan, quizá valga la pena destacar un descubrimiento llamado a tener aplicaciones en la era industrial. Se ha atribuido a La Condamine y a Fresneau el descubrimiento del caucho; es olvidar que ya Maldonado, en la provincia de Esmeralda había encontrado este árbol y más tarde en la región oriental de la Presidencia de Quito. La Condamine así lo reconoció después, confirmando así los méritos de su amigo y discípulo, hoy su compañero de viaje. Nada extraño, pues, que en esos días, mientras La Condamine se preocupa especialmente de sus observaciones astronómicas, geográficas, mientras llena sus apuntes con notas del clima, emplea sus aparatos para tantas mediciones…, ha dejado a Maldonado las investigaciones de la “Historia natural” y así le vemos estudiando a lo largo del Amazonas esa planta donde crece tan abundantemente, como crecía sin cultivo en la lejana provincia de Esmeraldas, donde le llamaban ya “hevé”… La muerte prematura de Maldonado hizo imposible que terminara sus observaciones, como las de La Condamine sobre el asunto y éste último debiera recurrir al ingeniero Fresneau, que había realizado también investigaciones similares en la Cayena. Pero, es un hecho absolutamente comprobado que tanto los aborígenes de Esmeraldas, como los Omaguas del Amazonas, cubriendo robles de tierra de la forma de botellas con esta resina, fabricaban recipientes resistentes, ligeros, capaces de contener toda clase de líquidos. La Condamine y Maldonado fueron testigos del empleo de estos artefactos.
Imposible no mencionar en el curso de este viaje el cuidadoso trabajo geográfico de La Condamine. Con los mapas a la vista del famosísimo Padre Fritz y del ya mencionado Padre Juan Magnin, traza el mapa del curso del Amazonas. Maldonado colabora también; así el Académico confiesa: “Entre ambos resolvimos estudiar el sol y las estrellas y luego aprovechar los resultados, sobre todo con los croquis de mapas que frecuentemente trazamos mi compañero de viaje y yo”. De este modo, para los dos científicos, se mezclan constantemente con la observación del sol y de las estrellas (Le Procès des étoiles que continua, después del observatorio de los Andes), la observación de las riquezas naturales; la vegetación con tantas gomas y resinas, bálsamos innumerables, la quinquina. “Mi primer cuidado al llegar a Cayena, (leemos en el Journal de La Condamine en febrero de 1744) fue el distribuir a diversas personas simiente de quina, que entonces no tenían más que ocho meses…”. Evidentemente, provenían de la provincia de Loja, en el Ecuador. Además el caso y la vainilla, el caucho ya mencionado y mil variedades de aceites; los arboles parásitos, las flores raras, por su fragancia y su colorido, las lianas trepadores o los truncos de arboles descomunales; tomaron la dimensión, por ejemplo, de un árbol caído: 84 pies desde las raíces hasta las ramas; 24 pies de circunferencia en la parte inferior de su tronco. Iguales sorpresas nos ofrecen en el mundo animal, en el mundo mineral, con observaciones tan curiosas, como variadas.
No podían faltar las informaciones acerca de los habitantes que pueblan aquellas regiones, alejadas de la civilización, olvidados en sus milenios de historia. Poco tribus habían recibido a los misioneros, los únicos mensajeros que penetraban hasta ellos. La mayoría, vivía abandonada a sus costumbres, en medio de las selvas, entregados algunos a la más degradante antropofagia. En todas sus expresiones se veía que la civilización no había llegado hasta ellos. Maldonado y La Condamine los vieron así, desnudos, preocupados de su alimento como de sus vestidos de la manera más elemental, con prácticas que denotaban un estado de primitivismo general, tan alejado, por ejemplo, de las civilizaciones que habían florecido en las altas mesetas andinas, desde México y América Central, hasta las costas del Pacifico Sur.
Después de un largo viaje de más de 800 leguas, el Atlántico se deja sentir ya en el flujo y reflujo de las aguas del inmenso río. El 19 de septiembre, cuatro meses después de la salida de Quito y Cuenca, llegan a Pará. “Creíamos al llegar a Pará, saliendo de los bosques del Amazonas, que nos habían transportado a Europa”, escribe La Condamine. Tan contento se halla de sentir ya que su largo viaje se terminaba y que pronto podría hallarse en su propia tierra.
Del 19 de septiembre hasta el 3 de diciembre de 1743, estudian, observan en la villa del Gran Pará. Maldonado ha perfeccionado su francés, hasta el punto de convencer al gobernador Castelbranco que había nacido en París – el problema de su situación en tierras de portugueses se complica – y La Condamine le había hecho extender un pasaporte “para que con otros compañeros pasase para Cayena…” Era un asunto muy delicado. La Condamine ha dejado sobre el particular unas líneas sumamente interesantes en que revelan su inquietud.
El 3 de diciembre de 1743, Maldonado y La Condamine se despiden con cálidos abrazos. Se habían dado cita en París, cuando Maldonado se embarca para el Portugal, dirección a Madrid y La Condamine deja Pará, en donde ha tenido una nueva oportunidad de salvar la vida a mucha gente de la epidemia de la viruela, el 29 del mismo mes, rumbo a la Cayena, donde llega en febrero de 1744. La Condamine, preocupado de lo que podría sobrevenirle en el resto de su viaje, especialmente en la travesía del océano, ha tenido la preocupación de confiar a Maldonado – gesto que muestra hasta donde había llegado su amistad – su testamento. EL Académico escribe:
“Encargué a mi amigo Maldonado, en la misma ocasión, mi testamento académico: era un examen de todas mis observaciones, semejante al que había enviado del puerto de Jaén a Quito y añadido con nuevas observaciones hechas desde que me embarqué. Enviaba esto al Sr. de Chavigni, Embajador de Francia en Lisboa, rogándole de entregarlo a la Academia después de la noticia cierta de mi muerte. Este Ministro me lo ha vuelto en París, después de mi regreso.”
Así se termina esta extraordinaria aventura de estos dos científicos. Después, sus relaciones se reanudaron en París. En efecto de Lisboa, Maldonado pasó a Madrid, en donde el Consejo de Indias le concedió la Gobernación de Esmeraldas, con una bella renta de 4600 pesos anuales, pagaderos de las entradas del nuevo puerto de Atacames. El rey Fernando VI no sólo confirmó las resoluciones de la Audiencia de Quito, sino que además le otorgó los títulos de caballero de la Llave de Oro y Gentil Hombre de Su Majestad Católica”. Pedro Vicente obtuvo, además, el marquesado de Lises para su hermano Ramón. De Madrid Maldonado pasó a Francia, visitó los Países Bajos, siempre movido por el deseo de mejorar sus conocimientos… Pero, sin duda alguna su mayor alegría y que más debieron marcar su vida fueron los días de 1747, cuando de nuevo en París, se encontró con La Condamine, que había llegado dos años antes. El Francés se comportó admirablemente, le agasajó, le presentó en la Academia de Ciencias, en donde fue recibido como Miembro Honorable el 24 de marzo de 1747. Privilegio que ningún colono americano había recibido hasta entonces. Vale la pena que mencionemos los términos de las “cartas de correspondiente para Don Pedo Maldonado otorgadas por la Academia Real de las Ciencias:
Hoy 24 de marzo de 1747, la Academia informada por los señores Bouguer y de La Condamine y por las cartas del Sr. José de Jussieu, del saber y de la capacidad del Sr. Don Pedro Maldonado Gobernador de la Provincia de Esmeraldas y Chambelán de la Llave de Oro de su Majestad Católica, y queriendo darle de su estimación pruebas que le estimulen a continuar la correspondencia que ahora sostiene con el Sr. de La Condamine sobre puntos de Matemáticas y de Física, le nombra correspondiente de ella y, en tal virtud, le concede el derecho de asistir á las Sesiones cuando estuviere en París; y le exhorta a continuar la expresada correspondencia con la mayor regularidad que le fuere posible, porque la Academia está persuadida que esa correspondencia le será de utilidad. En fe de lo cual yo he firmado la presente, poniendo en ella el sello de la Academia.
GRANDJEAN DE FOUCHY,
Secretario perpetuo de la Real Academia de las Ciencias”.
He recordado que La Condamine al separarse de Maldonado en Pará, tomó el camino de la Guayana Francesa. Los largos meses (febrero – noviembre de 1747) que La Condamine pasó en la Cayena son de los más activos y beneficiosos para sus investigaciones, sus experimentos. Aprovecha para realizar múltiples experiencias de física, del péndulo, la velocidad del sonido; ha traído semillas de quinina desde Loja y muestras de plantas, como el curare que visto usar a los aborígenes en sus flechas envenenadas… Ha reunido una extraordinaria documentación de los trabajos de la expedición, que lleva ahora a Francia. Sin olvidar que en la Cayena ha comenzado el trazo de su mapa de la cuenca amazónica; mapa de gran valor que hasta hoy se puede utilizarlo. Según se ha dicho: “Por sí solo, justifica ampliamente el viaje de La Condamine”.
“Tras larga espera pudo embarcarse en un barco holandés hasta Ámsterdam, el 30 de noviembre de 1744. De Ámsterdam pasa a la Haya y allí la espera va a ser más larga y penosa, sobre todo cuando se informa que Bouguer ha presentado ya en una sesión de la Academia de Ciencias, tres días antes de su llegada a Ámsterdam el 30 de noviembre de 1744, una primera relación de la Misión de los Académicos. Tan sólo el 25 de febrero de 1745, casi a los diez años de su partida, está de regreso a París. Ni la larga y acre disputa que le enfrenta a Bouguer, ni los trabajos que emprende y que multiplica para dar a conocer sus investigaciones, luego de tan larga misión, ni su constante preocupación que le lleva a buscar la gloria – la que no será completa sino cuando haya logrado franquear las puertas de la Academia Francesa – ninguna de estas preocupaciones le harán olvidar su amistad que le ha ligado con Maldonado. En su Journal de Voyage…, leemos frases como éstas: “… Para satisfacer la curiosidad de los lectores, hablaré sobre la suerte que han corrido mis compañeros de viaje, desde el instante en que he cesado de nombrarles en esta Relación. No es sorprendente si cuento, y como el primero, entre su número a Don Pedro Vicente Maldonado, con quien descendí el río de las Amazonas que atraviesa la América Meridional…”. Y después de recordar el viaje de Pará, en 1743, hasta París, La Condamine recuerda como: “Maldonado vino a Francia al terminar el año 1746; asistió a menudo a las sesiones de la Academia de Ciencias, que le otorgó el nombramiento de Corresponsal”.
Siempre preocupado por el progreso de su país, en agosto de 1748, Maldonado pasó a Londres donde pensaba adquirir maquinarias para la construcción de naves. La Sociedad Real de Londres, que no ignoraba los méritos del americano, le nombró también en el número de sus Miembros. En esa ciudad, víctima de una rápida como grave enfermedad, pese a las atenciones del célebre médico doctor Mead, el 17 de noviembre, cuando iba a cumplir 44 años, expiró, lejos de los suyos, en tierras extrañas… La Sociedad Real de Londres, las Academias de París y Madrid fueron las primeras en lamentar la desaparición de un personaje que tanto prometió para su país… Colmo de la desgracia: sus restos que se conservaban en una iglesia de Londres, bombardeada en los años de la última guerra, desaparecieron entre un montón de ruinas. Así, del ilustre Maldonado no nos quedan sino la historia de su vida, algunos trabajos como una descripción de la provincia de Esmeraldas que pudo terminar antes de su viaje y su mapa; los demás manuscritos, dibujos, papeles han desaparecido o existen en archivos de otros países.
Su obra más importante, es sin duda, su mapa del Reino de Quito. “A excepción de los mapas de Egipto, escribió Humboldt, y de algunas partes de las Grandes Indias, la obra más cabal que se conoce al respecto de las posesiones americanas de los europeos, es sin disputa el Mapa del Reino de Quito hecho por Maldonado”. Teodoro Wolf, el sabio profesor de la Politécnica de Quito, venido de Alemania en el siglo pasado y que será el moderno geógrafo del Ecuador escribe: “El monumento más duradero que Maldonado mismo se erigió, es su Mapa grande del Reino de Quito, que ha servido de fundamento a todos los trabajos posteriores”. Por fin el ilustre Caldas, representante de los más alto que el espíritu del siglo XVIII produjo en el virreinato de Nueva Granada, ha expresado: “He visto – escribe – la gran Carta del ilustre Maldonado. Es sin contradicción, el más bello trozo de nuestra Geografía y el más sólido monumento de la gloria de este americano”.
Aun después de la muerte de su amigo, La Condamine se ocupó de él. Luego de recordar las circunstancias de su muerte en Londres y de la Asistencia que recibió, especialmente del señor de Montaudoin, francés, señala que esos amigos de Maldonado:
“pusieron su sello en los efectos del difunto y me enviaron, como había sido su voluntad, las llaves y su cartera. Maldonado había dejado en París – escribe el Académico Francés – dos cajas llenas de esquemas y de modelos de maquinas, así como de instrumentos de diversos oficios, que proyectaba llevar a su patria, a donde había resulto introducir el gusto por las Ciencias y por las Artes”. Lamentablemente, tales efectos de nuestro compatriota, como sus cenizas en Londres han desaparecido para siempre, volviendo así más sensible tanta pérdida.
Bouguer regresó a París en 1744, La Condamine en 1745, y Godin en 1751. Sus trabajos prácticamente habían terminado en 1743. Conocemos los estudios, las comunicaciones que publicaron y que han dado origen a tantos comentarios y estudios hasta nuestros días. Todos han ponderado las influencias que esta Misión tuvo en el desarrollo de nuestro continente, en los campos de la ciencia, en particular. Como lo recuerda el Profesor Charles Minguet, ya “Humboldt atribuye este gusto por la investigación científica a la influencia ejercida por la expedición de Bouguer y de La Condamine” (pág. 269).
En la breve síntesis de los trabajos de Maldonado he recordado el interés, la pasión que despertó en muchos americanos el paso de los Académicos. Los numerosos biográficos de este ilustre Riobambeño han destacado la influencia que la Misión tuvo en los finales del siglo XVIII y continuó en los albores de nuestra República, luego de su independencia de 1830. Ni se ha de olvidar que esta Misión dio origen a una segunda, “la Mission du Service Géographique de l’Armée Française en Equateur” (1899-1906) cuya tarea fue verificar, completar los trabajos de los tres Académicos del siglo XVIII. En esta segunda misión conocemos dos nombres que se destacaron particularmente, el del general Georges Perrier (quien presidió en 1936, el segundo centenario) y el de Paul Rivet, admirable Francés, tan íntimamente ligado al Ecuador, hasta por sus lazos familiares y que consideraba este país como su segunda patria.
Por todos estos motivos, nada extraño que el Ecuador, una vez independiente, haya mirado muy particularmente a Francia para su desarrollo intelectual, educativo, literario y científico, a través de todo el siglo XIX. Nuestros universitarios, profesores, médicos, escritores, científicos estuvieron especialmente ligados a Francia en donde vinieron, siguiendo las huella de Maldonado, a buscar aquellos conocimientos que Godin, Bouguer y La Condamine habían revelado en el siglo anterior. Si después de las dos guerras de este siglo, hubo años de estancamiento y hasta de disminución de esta corriente, podemos afirmar que desde dos o tres décadas, este movimiento ha vuelto a conocer un especial desarrollo. Numerosos Ecuatorianos han estudiando en Francia, la labor de la Alianza Francesa, las diferentes misiones enviadas por Francia al Ecuador, contribuyen hoy a mantener estos lazos excepcionales tejidos entre los dos países; la amistad que siempre ha existido entre el Ecuador y Francia hay que buscar su origen en aquella que unió tan íntimamente a nuestro Pedro Vicente Maldonado y Charles-Marie de La Condamine.
El 11 de julio de 1774, l’Abbé Delille, al pronunciar el elogio fúnebre de La Condamine, cuyo sillón iba a ocupar en la Academia Francesa, terminó su discurso con estas frases:
“Si pues el reconocimiento público erige un día monumentos en las llanuras de Quito, a los hombres ilustres que merecieron allí tanto de las Ciencias, sobre el monumento del Sr. de La Condamine; entre las esferas, los segmentos graduados y los compases, se podrá también dejar entrever algunos ramos de laurel…”.
L’Abbé Delille puede descansar tranquilo, el Ecuador más que “algunos ramos de Laurel” ha honrado admirablemente el nombre de su ilustre predecesor. En Quito, el más importante centro cultural francés lleva el nombre de “La Condamine” y, con motivo de esta conmemoración de los 250 años, el Ecuador, con la colaboración de Francia, España, Alemania… han reconstruido uno de los Centros más bellos, en que los recuerdos históricos, los adelantos de un turismo moderno, se unen muy artísticamente, en este sitio conocido como “la mitad del mundo”, en el norte de la Ciudad. En dicho Centro junto a los bustos de todos los Académicos, de sus Asistentes (sin olvidar a ninguno), se verán también los bustos de los Oficiales Españoles, de Humboldt y su compañero de viaje Aimée de Bonpland, hasta el de Rivet y los miembros de la Segunda Expedición.
Es decir, el Ecuador no ha olvidado este capítulo de su historia y la más importante de las Misiones que los siglos pasados han conocido. Si La Condamine vive aún en el recuerdo de los Ecuatorianos, lastimosamente no podemos decir lo propio de Pedro Vicente Maldonado, cuyo nombre es totalmente desconocido en Europa. Por lo mismo, al terminar estas páginas, creo convenio llamar la atención de este Coloquio y de las Autoridades Francesas para sugerir que un busto de Maldonado se eleve en algún sitio de París, en los jardines del Museo Nacional de Historia Natural, por ejemplo o en la Porte Champerret y que pronto en esta Universidad el nombre de Maldonado figure en sus programas y nuestros estudiantes puedan dedicarle sus investigaciones. Este gesto sería una prueba patente de la amistad que une a nuestros dos países. Sin olvidar, dejando de lado cualquier sentimiento de politiquería ideas ya sobrepasadas que, estos años de tanta desorientación que conoce la humanidad, años de angustia ante graves peligros y, sin embargo, de tantos progresos científicos, materiales, de todo orden, nuestros países llamados del “Tercer Mundo”, más que nunca necesitan la colaboración de países que como Francia han contribuido al progreso de la Ciencia del Hombre. En esta hora de crisis general: “En este universo de sacudimientos físicos, trastornos políticos, cuando se plantean problemas trascendentales y cuando hablan pueblos tan distintos: árabes y judíos, rusos y sajones, asiáticos y occidentales… es preciso que se oiga la voz de Francia. Necesitamos oír la voz de Francia. Que la sensibilidad francesa, su inteligencia, la claridad de nociones y de conceptos, la busca de la armonía y del buen sentido, el respeto de la tradición: vengan a impulsar y coordinar toda renovación…”, como ha escrito el líder político Ecuatoriano más notable de este siglo, profesor y humanista formado en París, admirador y discípulo de los pensadores del siglo XVIII, “aquel siglo que ha sido, tal vez, el momento más hermoso de la claridad francesa”.
Que el espíritu de La Condamine y Maldonado: símbolo de la amistad de Francia y el Ecuador, anime a las nuevas generaciones de mi Patria al finalizar este siglo y estimule siempre para continuar su noble carrera por los caminos de la Ciencia y la libertad.
París, noviembre 1985
**Comunicación presentada al Coloquio Internacional «LA CONDAMINE» Organizado por la Universidad de París-X (París, 22-23 de Noviembre de 1985).
Del mismo autor ver también: Pierre Bouguer, un desconocido
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