sábado, 12 de febrero de 2011

Tesoros de la Arqueología ecuatoriana a orillas del Sena


Por Catherine Lara*

Durante los últimos meses, el mundo del museo etnográfico ha conocido una pequeña revolución en una de sus principales sedes universalmente reconocidas: París. Es así como el visitante ecuatoriano, deseoso de admirar la colección de objetos arqueológicos nacionales reunidos por el ilustre Dr. Paul Rivet, deberá de ahora en adelante omitir el Museo del Hombre, y dirigir sus pasos hacia el otro lado del Sena, rumbo al flamante Museo del Quai Branly. Inaugurado el 20 de junio del 2006 por el presidente Jacques Chirac, el Museo del Quai Branly aspira –no sin ambición-, a definirse como vitrina mundial de la multietnicidad. A través de la exposición de más de 3 600 objetos de distintas épocas y continentes (en gran parte exhibidos antes en el Museo del Hombre), este nuevo proyecto museográfico tiene como objetivo la conservación y valoración de tan valioso patrimonio, dentro de un espíritu de intercambio y de apertura hacia la alteridad.

Lastimosamente, es posible que nuestro turista ecuatoriano venido de tan lejos tras las huellas de Paul Rivet quede un poco decepcionado: hoy en día, el museo del Quai Branly no expone sino unos pocos objetos pertenecientes a la colección ecuatoriana de Rivet, entre los cuales constan aún menos piezas arqueológicas. Los guías del museo explican al visitante que la mayoría de las piezas se hallan en la reserva, la cual puede ser visitada por los investigadores y los estudiantes quienes soliciten una cita. Sin embargo, tanto los objetos de la reserva, como los de la exposición permanente, pueden ser examinados en el catálogo en línea del museo.

En efecto, las 1 318 piezas fotografiadas de la colección Rivet se pueden visualizar por Internet, a través de fichas que proporcionan informaciones descriptivas básicas de índole tipológica, cronológica y geográfica. Se diría que estas piezas se quedaron como cristalizadas en el tiempo, en espera del investigador que venga a sacarlas de su profundo letargo. El visitante defraudado, convertido, en el mejor de los casos, en internauta entusiasta, deberá, a lo largo de las páginas del catálogo en línea**, conformarse con percibir fugaz y confusamente la fragancia lejana y evanescente de los viajes de Paul Rivet por tierras ecuatorianas.

El Dr. Paul Rivet llegó a Guayaquil en 1901, como médico oficial de la Segunda Misión Geográfica del Ejército Francés, venida a comprobar las medidas tomadas en el Ecuador por la Misión Geodésica Francesa, en el siglo XVIII. Con el fin de optimizar su labor, el equipo francés se dividió en cinco grupos, que operaron principalmente en la Sierra (Tulcán, Quito, Riobamba, Cuenca, y Yaguachi también). La diversidad ecológica y cultural de nuestro país ejerció una gran fascinación sobre el joven Rivet, y orientó muy pronto sus intereses hacia ámbitos algo alejados de la medicina. Es así como durante sus viajes a lo largo del Ecuador, realizó estudios botánicos y zoológicos. Pero su encuentro en Ibarra con Federico González Suárez, padre de la arqueología ecuatoriana, y por quien conservó luego un eterno reconocimiento, definió su interés por la cultura del hombre ecuatoriano.

Gracias a las recomendaciones del “maestro”, Paul Rivet dedicó especial cuidado a las costumbres de las etnias que llegó a conocer, pero también a su pasado, mediante la exploración de sitios arqueológicos. Los lugares de origen de las piezas reunidas por el científico reflejan asimismo su recorrido por nuestro territorio, así como la influencia de González Suárez: la mayoría de las piezas provienen de Carchi, Cañar y Azuay, aunque las provincias de Pichincha, Chimborazo, Tungurahua, Guayas, Morona Santiago y Napo estén también representadas.

Años más tarde, al haber alcanzado el cargo de Director del Museo del Hombre, Rivet insistió en la necesidad de ver al ser humano como un todo. Este criterio prevaleció sin duda en la elección de las piezas arqueológicas de su colección, en la cual figura un abundante y variado registro cerámico (aríbalos, vasijas trípodes, cuencos, platos), un abundante arsenal bélico (piedras de boleadoras, bastones de propulsadores, hachas), objetos decorativos (tupus, cuentas de collar, narigueras, llautos u ornamentos de corona), piezas de uso ritual (conopas, tumis, mullu, tincullpas), o doméstico (agujas, morteros, fusaiolas). En su Ethnographie Ancienne de l’Equateur (1912), el investigador menciona algunas de estas piezas, indicando sin embargo no querer adentrarse demasiado en su análisis, probablemente en la espera de un estudio más profundizado de las mismas, que lastimosamente nunca llegó a ser concretado, circunstancia perfectamente entendible si tomamos en cuenta la gran cantidad de material científico extraído por Rivet de Suramérica.

La exploración del misterioso sitio arqueológico de Paltacalo brindó al francés la oportunidad de contribuir a la antropología física del continente, aunque su propuesta de la existencia de una raza paleosudamericana no haya sido aceptada. Sin embargo, lo más relevante de dicha exploración lo conforman actualmente las piezas cerámicas que Paul Rivet halló en la necrópolis, y que podrán quizá aportar indicios para el conocimiento del Formativo temprano de la Sierra ecuatoriana. Los seis años que Rivet pasó en el Ecuador le brindaron un considerable corpus de datos, explotado paulatinamente por el investigador mediante publicaciones de tinte antropológico, etnográfico, arqueológico o lingüístico (entre otros enfoques). A más de la ya citada Ethnographie Ancienne de l’Equateur, mencionaremos El origen del Hombre americano (1943), Los Indios Colorados, relato de viajes y estudio etnológico (1905), o El Idioma Jíbaro o Siwora (1909).


*Versión original publicada in Apachita N. 8, Laboratorio de Arqueología/PUCE, Ernesto Salazar Editor, pp. 5-6. Quito, noviembre del 2006.
**Ingresar los términos "Paul Rivet" y "Equateur"


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